Juramentos de una pobre despechada

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Llueve. Una lluvia fina, casi imperceptible. Una lluvia fina, invisible, que no se ve pero se nota. Que, lentamente, moja. Que te cala hasta los huesos. Observo las gotas que caen en los cristales. Caen y resbalan, haciendo carreras. Unas corren y se apresuran en deslizarse por caer. Otras siguen un camino más lento, a su ritmo, disfrutando de ese instante de tranquilidad en esta parada en su caída hacia el suelo. Otras, como yo, prefieren esperar quietas. Miro el horizonte. No se ve ni un alma en la calle. Todo el mundo está en sus respectivas casas, esperando a que esta breve tormenta de verano para salir y volver a divertirse. Yo no puedo. Los días de lluvia, no puedo salir. El suelo resbala demasiado, y la silla patinaría. Sería peligroso. Maldita silla de ruedas. Maldito conductor borracho. Sin previo aviso, una lágrima indiscreta rueda mejilla abajo. Tras ella, otra. Y otra más. Hasta que estallo en un triste y amargo llanto. Por culpa de un conductor borracho. Todo por su culpa. Si no hubiese cogido el dichoso coche, yo no estaría ahora en esta horrible silla. Si no hubiese bebido tanto, él no estaría muerto. Odio el alcohol. Con todas mis fuerzas. Si no fuera por él, Marc y yo seguiríamos dando nuestro paseo diario. Pero esto no va a quedar así. Pese a que la policía desconoce la matrícula del coche, yo lo recuerdo perfectamente. Pese a que la policía no sabe los rasgos de ese asqueroso borracho, yo lo recuerdo perfectamente. Mi lesión no es permanente. Es temporal. Tardaré en recuperarme. Pero lo haré. Y, cuando lo haga, le buscaré. Le encontraré. Y le haré pagar todo lo que me ha hecho pasar.

Vuelvo a mirar a la calle. Ya no llueve, y yo he parado de llorar. El sol brilla con fuerza, y todos los niños han vuelto a salir a jugar. Al final de la calle, veo ese coche que me es tan familiar. Con esa matrícula que tan bien recuerdo. Y a ese hombre que jamás olvidaré. El hombre está allí, apoyado en el coche, flirteando con unas cuantas chicas. Noto como la ira empieza a dominarme. Todo lo rápido que mi condición física me permite, me tumbo boca abajo en la cama. Presa de una gran impotencia, entierro la cara en la almohada y lloro. Lloro por mí, por Marc, y por el futuro de ese hombre. Juro que pagara todo lo que ha hecho. Juro que me vengaré. Juro que su crimen no quedará impune.

Relatos de un pobre pianistaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora