Bodas sin fin

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Estoy preciosa. Me queda como anillo al dedo. Este vestido está hecho para mí. Doy una vuelta para verlo por detrás. Sí, la cola es bonita. Cada detalle, cada brillo, cada encaje… es perfecto.

Ya puedo imaginarme el día de mi boda, con ese vestido puesto, desfilando por el largo pasillo hacia al altar. En cada banco, un ramo de flores diferente. Y en mi mano, un ramo de lirios blancos atados con una cinta roja. Mientras mi padre me acompaña al altar, un saxofonista toca “When a man loves a woman”. Las damas de honor, preciosas, con un vestido de lino amarillo pastel, corto, atado al cuello y con la espalda al aire, situadas dos a un lado del altar y las otras al otro. Josephine, la sobrinita de Ray, delante, con un vestidito rosa precioso tirando pétalos de rosa delante de mí. Y todos mirando. Emocionados por la feliz pareja.

Pido la opinión de los dependientes de la tienda. Opinan lo mismo que yo. Estoy preciosa. Solo necesito un bonito velo. Sé el que quiero. Lo he visto en el escaparate. Transparente, con unos delicados encajes con brillo a juego con el vestido.

Vuelvo a soñar con el momento de la boda. Llegaré al altar, y el cura soltará un aburrido discurso sobre la confianza. “¡Oh, vamos! Si hemos llegado hasta aquí es porque nos queremos y confiamos el uno en el otro ¿No?”. Esas serán las palabras de Ray. El cura nos declarará marido y mujer y viviremos juntos y felices para siempre. Sin nadie que interrumpa la ceremonia para quedarse con mi hombre. Llena de felicidad, recojo mis bolsas y me voy.

“Señora Guttman, ¿De verdad cree que necesita otro vestido? Ya lleva tres bolsas de otras tiendas diferentes, por no mencionar todos los que ha comprado anteriormente en esta tienda…”, oigo como me dice con preocupación el dependiente. “No se preocupe, James. No tengo demasiados. Tengo los justos. Necesito estar espléndida el día de mi boda, Ray se merece lo mejor de mí. ¿No cree?”. Pese a que intento sonar tranquila, mi voz delata que esa pregunta me ha incomodado notablemente. “Pero señora Guttman… Ray la dejó plantada hace dos años en el altar. No va a volver a por usted, asúmalo.” Maldito James. ¿Esa es su forma de tratar a una clienta tan buena como yo? “¡No! ¡No es cierto! ¡Ray va a volver para casarse conmigo, y tengo que estar preparada! Y si no le gusta, aguántese. Sé que muchos pensáis que estoy loca, pero yo sé que no. No lo estoy. Cuando Ray vuelva a por mí, todos verán que los locos son ustedes. ¡Todos ustedes!” Y con ese fantástico discurso, abandono la tiende en dirección a la zapatería. Voy a necesitar unos zapatos nuevos para ese vestido.

Relatos de un pobre pianistaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora