Amanecer

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El Sol, tímido esta joven mañana, se desprende de las sábanas del mar que suavemente le ha ocultado durante la noche. Sus suaves y modestos rayos, poco a poco van calentando la arena, bañando esta tímida playa de una cálida luz, iluminando lentamente cada rincón oscuro, haciendo aparecer nuevas sombras y venciendo las tinieblas que la luna, oculta ya tras las olas del mar, ha permitido que surjan.

El pueblo rompe la calma y el silencio que caracteriza las noches tranquilas, desperezándose sin prisas ni ajetreos. Se oyen persianas que suben, negocios que se abren. Poco a poco, Villa Iremía cobra vida. Se abren los negocios, y un dulce olor a pan impregna el aire. Se oyen los rápidos pasos de las madres salen a comprar el pan para el desayuno.

En la playa, una joven de muy buen ver ha salido a jugar con su cachorro. Coge un palo que las olas han arrastrado hasta la orilla, y se lo lanza. Observa divertida como el veloz cachorro corre raudo a por su objetivo. Mientras tanto, pasea por la orilla, mojando sus pequeños pies en el frío mar. A lo lejos, ve a un hombre de traje negro. Le mira extrañada, preguntándose qué clase de hombre iría enfundado en tan curioso atuendo invernal, habiendo llegado hace meses el caluroso verano. Él va hacia ella. La mira a los ojos. Saca una pistola que dispara, quebrantando el cálido silencio matutino.

El sol ilumina el pueblo, permitiendo que las farolas se apaguen. Mientras tímido trepa a lo alto del cielo, permite la vida en la villa. Los niños salen a la calle, los hombres trabajan, las mujeres van al mercado. Un niño rompe un cristal, una mujer le regaña enfurecida. Una niña se cae y un hombre amable le regala un caramelo.

En la playa, un perro ladra la pérdida de una amiga. Asustado, la olfatea con su húmedo hocico. Le ladra. Le besa. No obtiene respuesta. La llora. Se tumba a su lado, y espera.

En el pueblo, una madre asustada nota la tardanza de su hija. Pregunta por ella. Pide ayuda a las vecinas. El pueblo entero emprende una intranquila búsqueda.

En la playa, el perro nota la presencia de unos aldeanos. Ladra. Se acerca a ellos. Les conduce hacia su recién perdida amiga. Unos gritan. Otros lloran. Todos se horrorizan. Un aldeano finge pena por su recién víctima mientras reza para no ser descubierto. El dueño de la funeraria sonríe cínicamente.

Relatos de un pobre pianistaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora