Mi último aliento

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Mi último aliento

Tengo miedo. Y frío. Me duele todo. Mucho. No sé cuanto tiempo llevo aquí encerrada. No sé como contar los días. No me llega luz. No hay una bombilla que ilumine la habitación, ni una ventana por la que se filtren los rayos del sol. Solo hay una puerta. Una puerta situada en lo alto de una escalera. Ya no subo e intento abrirla. Ya no grito y la aporreo. Ya no puedo. Nadie me oye. La puerta está cerrada. Y apenas puedo moverme. La habitación al completo es toda de hormigón. Hace mucho frío. No hay muebles. Sólo un colchón en una esquina. Mojado. Una mezcla de orina, sudor, sangre y lágrimas. Es asqueroso, pero mejor que el frío suelo. Estoy en el colchón, hecha un ovillo, en un rincón. No sé cuanto tiempo llevo aquí. Sólo sé que, desde el primer instante en que llegué aquí, deseo que se acabe. Al principio, pensaba que me encontrarían. Al principio, no me sentaba aquí, en mi rincón, a mirar la puerta. Antes, la aporreaba con todas mis fuerzas, gritaba, luchaba por mi libertad. Al ver que todos mis esfuerzos eran en vano, empecé a sentarme y observar. Con el tiempo, comprendí que fallecería allí, entre esas cuatro paredes, que ya nada podía hacer nadie por mí. De repente, como siempre desde que llegué aquí, la puerta se abre. Entra luz. Cierro los ojos. Mis ojos empiezan a acostumbrarse cada vez más a este lúgubre ambiente. Me habla. Me canta. Me gusta. Una voz humana, aunque sea de un ser tan ruin como él, me alienta. No le contesto nunca, porqué no puedo. No tengo fuerzas. Pese a todo, me distrae, y me gusta. Es el único contacto con el mundo exterior que tengo. Tanta soledad, tanto silencio... Me abruma. Me ha traído pan y agua. Mi único sustento desde Dios sabe cuando. Me canta. Me cuenta que tal le ha ido el día y me abraza. Me acaricia la cabeza. El brazo. Las heridas. Contacto humano. Me gusta. Me gusta cuando me toca, cuando me acaricia, cuando me mima. Pero, en el fondo, sé que esas caricias no son más que un preludio para lo que viene después. Ya empieza. Me besa. Pasea la mano por todo el cuerpo y me quita la ropa. Intento oponer resistencia. Inútil. Mientras hace conmigo lo que quiere, lloro. Lágrimas de dolor, de pena, de sufrimiento, de impotencia, de resignación, de rabia. Para mi sorpresa, grito. No logro comprender porqué sigo con voz. Siempre igual. Gritos de dolor y sufrimiento que él interpreta de placer. Acaba y se aparte de mí. Me quedo tumbada en el colchón, llorando. Me viste mientras me besa y felicita. Me coge, y me tira al suelo. Grito. Lloro. Me mira. Me dice que le duele la cabeza, y me da una paliza. Me muerdo la lengua para no gritar. Simplemente, gimoteo. Me mirada con una mirada gélida, me escupe y me va. Me arrastro hasta el colchón vomitando sangre. Me como el pan y me bebo el agua, que tampoco quieren permanecer mucho rato en mi estómago. No puedo apenas moverme. Dentro de un rato, bajará otra vez. Pero ya no se encontrará conmigo. Solo con mi cuerpo. No resistiré mucho tiempo más. Tantas palizas, tantas violaciones, tanta brutalidad. No voy a poder aguantarlo más. Lo siento. Lo sé. Recuerdo a mi madre. Mi padre. Mi hermano. Los quiero un montón. No quiero ni pensar en lo que estarán sufriendo. Por mi culpa. Por haberme ido de casa una noche sin permiso. Por hacer autostop para ir al concierto. Quizás, lo mejor sea que muera ya. Quier morir ya. No paro de toser y vomitar sangre. Quiero acabar con este sufrimiento absurdo. Puede que sea cobarde, pero ahora mismo solo le pido a Dios que, si existe de verdad, se compadezca de mí y evite que siga sufriendo. Poco a poco, noto como mi petición surge efecto. Los ojos se me cierran y empiezo a perder el conocimiento. Es posible que esta sea la última vez que me duela. Adiós mamá. Adiós papá. Adiós pequeño Timmy. Mi último aliento, va por vosotros.

Relatos de un pobre pianistaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora