Palabras de una pobre gitana

902 11 0
                                    

No puede ser. Todo lo que creía que era mi vida, había cambiado drásticamente. Mi padre me lo había explicado todo. “Brunilda, entiéndeme… Quería que fueras mayorcita, para que lo comprendieras”.

Intento comprenderlo, pero me cuesta. Mi madre, una gitana que me había dado a luz en un campo de concentración y se había liado con mi padre. Es complicado de entender. Es increíble. Bueno, me lo creo. Mi padre me ha dado la carta que ella me escribió al poco de nacer. La leo ahora, dieciséis años más tarde. Y mientras la leo por tercera vez, sigo llorando. ¿Cómo puede ser el destino tan cruel? ¿Cómo pueden separarme de mi madre por el simple hecho de que no es rubia de ojos azules? Me seco las lágrimas y vuelvo a leer la carta. Dice así:

“Querida Azucena, o Brunilda más bien, quiero que sepas que lo siento mucho. Siento que hayas tenido que esperar tantos años para leer esto. Le dije a tu padre que te lo diera cuando estuvieras preparada. Jamás te he deseado ningún mal, hija. Cuando nos separaron al nacer, juré encontrarte. Y lo voy a cumplir. No sé cuándo ni cómo lo haré, pero lo voy a conseguir. No hay una sola noche que pase sin llorarte; ni hay un solo minuto que pase sin pensar en ti, sin desear estar a tu lado. Pese a todo, me alegro de que estés con tu padre. No sé dónde estás, pero seguro que es mucho mejor que este horrible lugar, y seguro que Wotan te cuida bien. Mi amor, bien saben los dioses que estoy haciendo todo lo posible para salir de este horrible lugar para volver a verte. Se rumorea que hay unos camiones que sacan a la gente de aquí, y eso solo puede significar una cosa: esta horrible guerra está acabando. No sé si resistiré hasta el final del viaje, sólo sé que cuento con que los dioses protejan a esta pobre gitana que solo quiere abrazar de nuevo a su hija. Mi vida, te prometo que volveremos a vernos. Te lo juro.”

Sigo llorando. Hace mucho que mamá me escribió esto. Muchísimo. ¿Por qué no ha venido aún? Me tumbo en la cama y lloro desconsoladamente. Dejo que mi almohada se empape con mis lágrimas. Noto como alguien me acaricia la espalda. Me giro. Es papá. “¿Por qué no ha venido aun?”, susurro. Ya conozco la respuesta, pero no quiero que sea así. Me niego a aceptarlo. “Mi vida, hace ya más de 13 años que todos los que fueron reclusos en esos campos fueron devueltos a su ciudad natal… los vivos, claro.” Esas últimas palabras suenan con una amargura que no me gusta nada. Es mi madre. Era mi madre. Quiero verla, y abrazarla. “Papá”, digo decidida, “He decidido que ya no voy a ser más Brunilda. Ahora seré Azucena. Es lo que mamá querría.” Sonríe y me abraza. Y lloro. Vuelvo a llorar. No quiero creer que mi madre está muerta. Y si lo está, quiero saber dónde está enterrada. Voy a saberlo. Voy a saber que le pasó a mi madre. Si sigue viva, voy a reunirme con ella. Si ha muerto, le llevaré flores frescas a la tumba y rezaré por ella. Pero voy a saber que ha sido de ella. Lo prometo. Lo juro.

Relatos de un pobre pianistaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora