La loca

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Esta es una historia de añoranza y locura. Esta es una historia de dolor y nostalgia. Esta es una historia de corazones rotos y camisas blancas. Esta es la historia de Carmen.

Carmen es una mujer enamorada. Cada día, se sienta en el banco de madera que hay en el jardín. Y le espera mirando al cielo. A veces, los ángeles se apiadan de ella y hacen cosas maravillosas para entretenerla. A veces, los ángeles juegan con las nubes y les dan formas. Y ella se divierte viéndolas. Y se lo agradece. Mientras le espera, debe entretenerse con algo.

Pero no siempre está sentada en el banco al sol. También cuida del jardín. Lo mima y lo cuida con cariño. En especial, a los claveles.

A Tom le gusta mucho la botánica. Tenía la casa llena de plantas, y un jardín perfecto. Pero lo que más le gusta son los claveles. Siempre que le regalaba algo a Carmen, iba acompañado de un gran ramo de flores donde nunca faltaban claveles.

Súbitamente, interrumpiendo esa agradable mañana de primavera, partiendo en dos el silencio acogedor que inunda el jardín, un cazador dispara a su presa. Lejos. Pero no lo suficiente. Carmen lo oye.

Y le vuelve a dar.

Se le agarrotan todos los músculos del cuerpo, y pierde el control de éste. Por su cabeza pasan una y otra vez las mismas imágenes. Imágenes desagradables, dolorosas y conocidas. Pasan una tras otra, a una frenética velocidad por su pupila. Los ojos se le abren y se le cierran con asombrosa velocidad. Nota como rechina los dientes con tanta fuerza que le sangran las encías. Las manos se le aprietan fuertemente una junto a la otra, con tanta fuerza que le duele. Todo el mundo a su alrededor grita. Unos de miedo. Otros llaman a enfermeras o médicos. Pero Carmen ya no los oye. Carmen solo ve esas desagradables imágenes de aquel fatídico día.

Oye a la banda de Jazz tocando en directo su canción. Oye a la gente murmurando la buena pareja que hacen. Y oye a Tom susurrarle que la ama y que no la va a dejar nunca, que lo suyo es para siempre. Alza la cara para mirarle a los ojos, esos ojos pardos que quedan a una cuarta de los suyos. Destilan felicidad.

De repente, se oye un disparo. La gente se asusta, se tira al suelo, y grita. Y Tom la abraza. Ella le mira a los ojos. Una mirada vacía, muerta. Y un agujero en la frente.

A su alrededor hay un gran ajetreo. Todo el mundo corre de un lado a otro. Pero ella no oye nada. Ni siquiera siente la inyección que la seda. Y aún menos como la llevan a la habitación.

Cuando Carmen se despierta, es ya la hora de la cena. Saca su vestido manchado de debajo de la cama, lo mira, y lo vuelve a guardar. Eso le da fuerzas. Hace que recuerde que falta poco. Quizás hoy. Le prometió que volvería, y va a volver. Quizás tarda tanto porque no la encuentra. Normal, en este lugar es complicado. Pero sabe que lo hará. Porque se lo prometió. Y Tom nunca miente. Cuando le curen esa herida tan fea, volverá a por ella.

Todo el mundo dice que no, que está muerto. Eso es porqué no creen en él tanto como ella lo hace. Pero bueno, ya se sabe cómo va este mundo. Si no piensas lo que dicen los demás que debes pensar, te llaman loco. ¿Quiénes son ellos para decidir quién está cuerdo y quién no? ¿Quiénes se creen que son para decidir si uno está loco o es diferente? ¿Y qué es ser diferente? ¿Es ser distinto a los demás, a los normales? En ese caso, ¿Quién decide que es lo normal y qué no? Porque, quien sabe… Quizás los normales son ellos, los que residen en ese manicomio, y entonces los locos serían ellos, los doctores.

Después de cenar, los médicos dan su clásico paseo nocturno, mientras charlan tranquilamente:

-Pobre Sra. Smith. Jamás debió enamorarse de un agente de la CIA; y mucho menos mudarse aquí con él… Si se hubiese quedado en Sevilla…

-Ese agente de la KGB hubiese matado a su marido igual. Desengáñese, doctor. Este era su destino: Perder la cordura por amor.

-Pues, si se me permite decirlo, que destino más triste. Si al menos él no hubiese caído sobre ella…

-Pero, Dr. Shon… ¿Llegaron a casarse?

-Sí, le mataron en el baile de opertura.

-Pobre y dulce Sra. Smith… Esperando eternamente el amor de alguien que no puede volver…

-Ya hacía mucho que no le daba un ataque como ese.

-Cierto. Si no hubiese oído aquel disparo, no creo que hubiese pasado nada.

-Tendremos que hablar muy seriamente con el alcalde. No quiero más agentes externos que desencadenen recuerdos traumáticos a mis pacientes. Y menos cuando pueden tener tales consecuencias. Puede que esta gente no esté cuerda, pero merecen un respeto igual, o superior, que cualquier otro ser humano. ¡Están luchando por sobrevivir, joder! Su locura no es más que un mecanismo de defensa para no hundirse más en la miserable de las miserias.

-Tranquilo, Dr. Shon. Yo me encargo.

Relatos de un pobre pianistaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora