El pianista

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El pianista

Sus vecinos no saben a ciencia cierta como es el pianista. Apenas saben nada de él. Apenas sale de casa, y por eso se hace un silencio sepulcral cuando entra en el supermercado a comprar provisiones que le durarán todo un mes. Le consideran un bicho raro. Un hombre misterioso, que habita en ese pequeño pueblo como lo haría un espectro: llamando la atención de una manera sigilosa. Sólo saben que es pianista, y que la mayor parte de su tiempo, lo emplea en tocar piezas musicales preciosas. Saben que es un hombre alto y delgado, pálido, que luce una media melena negra despeinada, y que viste siempre con prendas oscuras. No saben nada más. No saben lo que hace cuando no toca. Se rumorea que escribe otras piezas para piano. Se rumorea que no hace nada más porque no sabe, que simplemente duerme. Tampoco saben de que trabaja. Se rumorea que vende piezas musicales por Internet. Desconocen su historia, y su carácter. Si les preguntasen, no sabrían decir si es un hombre triste o alegre. Apenas le ven y, las pocas veces que lo hacen, lleva una expresión neutra en la cara. Jamás sonríe. Jamás llora.

No saben cómo se llama, ni de donde es. Para los vecinos de ese pequeño pueblo, no es más que el pianista del fondo de la calle Ros Belle, el de la casa gris.

Nadie sabe cómo es esa casa por dentro. No es una casa bonita. El pianista, vive bajo un techo gris. El pianista, hace su vida en una buhardilla blanca y llena de papeles, relatos y partituras. Las paredes blancas, y el mobiliario justo para vivir de una manera decente. No trabaja. Es un millonario que, con sus pocos gastos, podría vivir sin trabajar toda su vida. Herman Hellssenwan lleva una vida plácida, tranquila y calmada. Toca el piano cuando le apetece, improvisando cada nota. Cuando no toca, escribe. Escribe sobre todo, picoteando temas de aquí y allá, como si ninguno acabara de convencerle del todo. No son largos textos. Simplemente son pequeños relatos. Breves y concisos. Preciosos a ojos de cualquiera, del montón a los suyos. Nunca toca tan bien como quisiera, y nunca escribe un relato digno de ser leído de nuevo por sus ojos al finalizarlo. Sin embargo, no tira nada. Acumula papeles, relatos y partituras, como si de piezas de colección se tratara. ‘De los errores se aprende’, piensa. Los relatos que más le gustan, los aparta en una pequeña carpeta. “Relatosde un pobre Pianista”, pone en una modesta etiqueta. Nadie va a leerlos nunca. Nadie nunca va a saber nada de ellos. Nunca, para Herman, es una palabra abstracta, que significa mientras él siga con vida. Dentro de la carpeta, hay una pequeña nota. “Lee todo lo que quieras. Sáciate de mis ratos libres. Pero, por lo que más quieras, si vas a hacer público algo que sea solo el contenido de esta pequeña carpeta. Atentamente, Herman Hellssenwan.”

Pocos sabrían decir a ciencia cierta lo que de verdad interesaba a ese hombre. Escribir. Tocar. Disfrutar de la sencillez de hacer lo que te apetece modestamente, sin destacar entre los demás. Nadie en ese modesto pueblo sabe nada del pianista del final de la calle Ros Belle. Nadie sabe que mientras toca y escribe, a veces, su labio superior se inclina levemente en dirección a su oreja., dibujando una modesta sonrisa.

Relatos de un pobre pianistaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora