25. Una de tantas discusiones

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De todos eran conocidas las discusiones entre Akira y Akane, solían comenzar con cualquier tontería, normalmente era la poca actividad de Akira que hacía hervir la sangre de Akane. Daba igual, no eran cosas importantes y todos estaban acostumbrados a verlos así, a Akane lanzándole miradas asesinas y cualquier cosa que encontrase a mano y a Akira capeando el temporal con su habitual tranquilidad. Pero aquel día todo iba a salirse de la rutina.

Y todo empezó a primera hora de la mañana. Akane había visto a Akira abrazando a Yuri, no es que le importara demasiado, lo que le molestaba era que lo hiciese delante de las puertas del instituto para que todo el mundo les viera, o eso al menos era lo que ella se decía. Al llegar al aula, Hisoka le había insinuado que Akira era mejor persona que ella, ya que ella era rencorosa y vengativa y por lo visto él era muchísimo más noble... lo que le faltaba por oír. Se marchó al servicio a ver si se refrescaba un poco, toda esa tontería le había acalorado bastante.

Akira aprovechaba esos minutos previos a la llegada del profesor para dormitar apoyando la cabeza en sus brazos, recostado sobre la mesa. Akane entró como una exhalación y se colocó delante de Akira, dando un golpe seco apoyó las palmas de las manos en la mesa haciendo que el chico se sobresaltara. Lentamente, como casi todo lo que hacía él, fue levantando la mirada y desperezándose, miró los ojos de Akane brillando de rabia, se incorporó del todo, cruzó sus brazos y esperó a que estallara.

—¿Sabes lo que he oído en el servicio? —E tono de Akane era bastante agitado, continuaba apoyada en la mesa, mirándole fijamente.

Akira esbozó una leve sonrisa, Akane había recogido su pelo en una coleta, dejando su cuello al descubierto, a Akira le hacía gracia porque podía ver aquella vena que se le hinchaba cuando se enfadaba.

—¿Lo has oído? —repitió.

—¿El qué? —preguntó con desgana.

—Dicen que tú y yo nos hemos enrollado ¿Por qué dicen que nos hemos enrollado?

—¡Y yo que sé! No es la primera vez que dicen algo así, será que todavía están con eso de que nos quedamos encerrados en el ascensor.

—A mí no me hace gracia.

—Ni a mí, pero ya sabes lo que dicen: a palabras necias, oídos sordos. De todas formas ¿qué quieres que haga yo? Solo es un rumor, ya pasará y no resoples, pareces un buey.

—¡Pero que manía te estoy cogiendo!

Akane no parecía dispuesta a marcharse así por las buenas, para ella debía ser una tragedia sin límites eso de que la emparejaran con él. Akira cerró los ojos, sentía la amenaza de otra gran amiga suya: la migraña. Se llevó los dedos índice y pulgar al puente de la nariz y se presionó fuertemente. Al abrir de nuevo los ojos lo primero que vio fue el escote de Akane, vaya, se notaba que llegaba el buen tiempo y las chicas empezaban a desabrocharse botones. Guio su vista de nuevo hasta el cuello de su compañera.

—No te enfades tanto por una tontería así ¿Por qué lo haces todo tan difícil?

—¿Se puede saber por qué le hablas a mis tetas?

—Son más agradables que tu cara enfada y además se te ha desabrochado un botón.

—Y tú te creerás muy gracioso, pervertido.

—Si me las pones delante tengo que verlas aunque no quiera. Por cierto, lo que te estaba mirando era el cuello.

—¿Tengo algo en el cuello?

—No, es muy... sensual., no me extraña que Kamui te lo mordiese. Lo que no sé es si me entran ganas de besarlo o de estrangularte.

—¿Sabes que se te da genial eso de fastidiarme?

Con sabor a mandarinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora