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La clase de cálculo jamás había sido tan aburrida. No es que fuera de mis materias favoritas pero por lo general no se me hacía tan larga.

― ¿Qué pasa con el profesor el día de hoy? ―murmuró Erika.

― No tengo idea pero ya me quiero ir ―bufé.

El profesor siguió hablando de las derivadas y esas cosas que nos había dicho que no íbamos a utilizar casi nunca pero de todas formas debíamos cursar la materia.

Qué estúpido.

No el profesor. El hecho de tomar una clase de la cual no vamos a utilizar casi nada cuando ejerzamos nuestras profesiones es estúpido.

― No olviden traer resueltos los ejercicios para mañana ―anunció mientras caminaba a su escritorio.

― ¿Ejercicios? ―fruncí el ceño y miré a Eri.

― Ay, Diana ―negó con la cabeza― los que están ahí anotados.

Genial.

Saqué una pluma y comencé a anotar los ejercicios.

― Te espero afuera ―dijo Eri agarrando su mochila.

Me limité a asentir.

― Oye ―dijo Eri y levanté la mirada. Estaba asomándose por la puerta― Alguien te está esperando.

Fruncí el ceño y miré por la ventana.

Alan.

Por alguna razón me apuré y terminé de anotar los ejercicios. Guardé mis cosas en la mochila y me despedí de los chicos que aún estaban dentro del salón.

― Te veo mañana, Diana ―dijo Eri depositando un beso en mi mejilla.

― Adiós ―sonreí.

― ¿Lista? ―preguntó Alan sonriendo.

― Si ―asentí.

Íbamos caminando por el patio de la facultad cuando mi celular sonó. Era un mensaje de Bryan.

Bryan M.

¿Qué le diste a Alan? 2:13 P.M

Ni si quiera yo sé que está sucediendo. 2:14 P.M

― ¿Es Bryan?

¿Cómo lo supo?

― Es que le avisé que no te irías con él. Como siempre se van juntos...

― Oh ―dije en un tono apenas audible― No quiero sonar grosera contigo pero...

― Esto es raro, ¿verdad? ―lo miré y sonreí tímidamente.

― Es que...no sé ―bajé la mirada― mejor vamos allá ―dije caminando hacia la salida.

― ¿A dónde vas?

― A tomar el camión, ¿no? ―fruncí el ceño y el negó.

― Traigo mi auto.

Así que Alan Navarro tiene auto.

Interesante.

Lo seguí a través del estacionamiento y se detuvo frente a un Honda Accord rojo.

― Qué hermoso ―murmuré.

Todos los autos que fuesen Honda Accord o Civic, tenían mi corazón por siempre.

Escuché a Alan soltar una risita mientras quitaba el seguro del auto y abría una de las puertas trasera.

Se acercó a mí y me quitó la mochila de los hombros para después meterla con la suya en el asiento de atrás. Luego cerró la puerta y rodeó el carro para abrir la puerta del copiloto.

No Angel | Alan Navarro |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora