—Mmmm, era hacia la derecha, ¿no?— preguntó el peliblanco.
—Sí, me parece que sí...— contestó Luke, atento a la carretera. Ambos miraron hacia Nathan, que tenía la mirada puesta a la nada, esperando a que él supiera la dirección.
—Yo qué sé, todo se ve igual...— chasqueó la lengua cuando volvió a la Tierra.
—Tampoco es para ponerse así... — dijo por último Dallas.
Nathan, una vez más se volvió a sumergir en su mundo. Estaba bastante cansado, quería echarse a dormir, pero tenía detrás suyo un Alain bastante tenso a saber por qué motivo -aunque todos menos él lo saben- y no quería molestarlo más de lo que ya hacía. Sin embargo se caía del sueño, apenas pudo dormir por la pérdida de Caroline, que aún le rondaba el recuerdo.
Por otro ladito estaba el pobre de Alain aguantando los violentos instintos que reprimía. Estaba tieso como un palo -ya de la forma que lo quieras ver lo entenderás de una manera u otra, querido lector- y le costaba mantener la compostura para camuflar su incomodidad. Por suerte, el lento de Nathan ni se enteraba de sus salvajes deseos.
Todos estaban apretados en el viejo coche sin nada más que perder, rumbo a un mercado abandonado. Los pasajeros que estaban al fondo se encontraban asfixiados por la falta de espacio que tenían, aun teniendo las ventanas abiertas. Pamela se encontraba bastante mareada, entre la falta de espacio, el movimiento tan irregular del auto y la resaca sentía que su cabeza y su estómago se harían huevos revueltos.
—Hey...— les llamó la atención— ¿Podríais parar...?
—¿Qué te pasa?— preguntó Luke preocupado.
Antes de que pudiera decir nada la cena casi termina en la ropa del rapado. Dallas se dio cuenta de la situación de Pam y paró. Pam salió apresurada como si no hubiera un mañana. Layla acompañó a Pam para que parase a vomitar en algún arbusto apresurada, sin embargo se habían alejado más de lo necesario.
Layla perdió de vista a Pam y se maldijo a sí misma por ello. Sin querer alzar demasiado la voz la llamó repetidamente.
Antes de darse media vuelta para avisar al resto, alguien la envolvió entre sus brazos y la empujó hacia atrás. Cayó al suelo y aturdida miró a aquella persona que tuvo la gran idea de tirarla. Era Pamela, quien estaba más pálida que de costumbre y con los ojos rojizos.
—¿Pam? ¿Por qué has hecho eso?— preguntó molesta mientras se reincorporaba.
—¿Siempre que te arañan los zombies te transformas en uno de ellos?— preguntó asustada.
—¿A qué viene esa pregunta?— contestó con una pregunta.
—Sólo dímelo— la tomó por los hombros y la agitó con fuerza.
—Yo creo que sí, es igual que si te muerden, ¿no?— contestó dubitativa.
Esa respuesta no le gustó nada a Pam. Sus manos comenzaron a temblar sospechosamente y sonrió forzosamente. Layla, a quien tampoco le gustó su reacción empezó a analizarla de reojo. Pam escondía algo y Layla sospechó de ella. Antes de que la pelirroja pudiera hacer nada, la negra le hizo una llave, dejándola inmovilizada.
—De algo me sirvió las clases de artes marciales antes de empezar esta locura— pensó Layla. La levantó la camiseta y vio un gran arañazo situado en su costado derecho.