Capitulo IV

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Otro día más ¿qué hora será? ¿Zoe dijo que vendría, no?

No escuché el piano sonar por Zoe, de seguro estaba abajo esperando a que me despertara. Bajé y pregunté al aire ¿Zoe, estas acá? pero hubo silencio, de seguro no había llegado. No sé por qué pero me senté en la sala a esperarla, ya que ella dijo que nos veríamos en la mañana. En realidad ella es la que me vería.

¿Qué ocurría conmigo, estaba esperando a Zoe con entusiasmo? esto no era lo cotidiano, ya ella había logrado que esperara su llegada a mi casa. Tenía una teoría: su ingenio y su forma de ser atrevida me mantenía tan ocupado que me hacía olvidar lo aburrido de ser ciego. O tal vez era su voz... no, Johann ¡no!

Al rato sonó el ¡Ding! ¡Dong! Del timbre, de seguro era ella.

—Buenos días Johann —dijo ella con la respiración un poco fuerte—. Buenas ya casi tardes. Mejor te diré hola.

—Hola Zoe ¿por qué tan acelerada la respiración? —pregunté.

—Es que tuve que caminar muy rápido para no llegar tan tarde, pero igual lo hice.

—No te preocupes.

—Te iba a pedir que me acompañaras a un lugar no muy lejos de acá —propuso—. Pero si vas a venir solo hay una condición.

Esto no me agrada, algo está ocultando o planeando, pero tengo curiosidad.

— ¿Condición?

—No se vale preguntar a dónde vamos.

Lo supuse, me llevara a un lugar... de seguro es algo para ciegos o algo por el estilo, si es así prometo volverme loco hasta que me traiga de regreso, sí, eso haré.

—Ah, entiendo —dije sumiso— llevaré a Toby, espera que le ponga el arnés.

—Dale pero que sea lo más pronto posible —dijo apurada.

Como se atreve a apurarme... le estoy haciendo un favor a ella, ella me lo pidió, no yo a ella.

—Listo, vamos.

—Vamos tarde, apresura el paso —dijo con desespero.

Si así estará todo el camino mejor me regreso, o sea ¿no entiende que soy ciego? ¡Soy ciego!

— ¿Por qué el apuro? se me hace difícil.

—Sí, por eso te ayudaré —agarro mi brazo derecho con su brazo izquierdo y me impulso hacia adelante.

Jamás alguien me había agarrado para no caer e ir más rápido, ni siquiera mis padres. Pero ella sí lo hizo, y me sorprendió. Además ahora que lo noto tiene una piel muy suave... Johann, no. Luego de unos diez minutos llegamos al lugar.

— ¡Hemos llegado! —exclamó con felicidad.

— ¿A dónde? —pregunté con dudas.

—Ven, adentro lo veras.

¿En serio dijo eso?

—Pareciera que se te olvida que no veo —dije con humor seco.

—Se me olvido —Rió—, te he traído acá para que pruebes el sonido de un piano que me quiero comprar pero aun no estoy segura. Tú eres el indicado para probarlo.

Qué suerte, no es un lugar para ciegos, es solo para probar un piano.

— ¿Te compraras un piano? Y ¿yo soy el indicado?

—Sí, y sí. Ahora vamos, al piano —Me guio hacía el piano— acá está el banco del piano, sentémonos. Me gustaría que tocaras la melodía de la última vez.

La Distancia Más CortaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora