El Don de la Misericordia

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MENSAJE ABIERTO

Cometimos un error. Así de simple, la innegable verdad del asunto, sin importar cuan doloroso llegue a ser. El error no se cometió en nuestros Observatorios, aquellas máquinas tan precisas como ninguna, que sólo nos mostraban la verdad a la luz de los hechos. El error no estaba en nuestro Predictor, aquel dispositivo de lógica exacta e infalible, que convertía datos en bruto en información útil sin los estigmas de la emoción ni sesgos. No, el error estaba dentro de nosotros. Los Orquestadores de este desastre, los seres inteligentes que pensaban de sí mismos como por encima de estas fallas. Somos los responsables.

Comenzó poco tiempo atrás, y si lo medimos, hace menos de 6^6 Deeli, aunque sospecho que nuestros sistemas de medición significarán muy poco para cuando alguien reciba esta transmisión. Detectamos vagas señales de radio provenientes de una inteligencia en crecimiento a 2^14 Deelis fuera del Núcleo Galáctico, como viajan los fotones. Estas fugas en la transmisión en un principio débiles y sin estructura, aumentaron rápidamente en complejidad y fuerza, así como los mensajes que llevaban consigo. A través de nuestros Observatorios vimos un mundo de conflicto y violencia, habitado por una raza barbárica de alimañas de corta duración y reproducción acelerada. Eran seres brutales e incultos que se apuñalaban, disparaban y quemaban los unos a los otros sin ningún respeto por la vida o propósito. Incluso sus conceptos del Arte expresaban conflicto y dolor. Se dividieron entre sí de acuerdo a unos bizarros patrones culturares y establecieron cada una de sus industrias con el fin de causar muerte.

Nos aterraban, pero éramos más viejos y por consiguiente más sabios, y vivíamos sumamente lejos de ellos, así que no nos preocupamos. Luego observamos cómo dividían el átomo e irrumpían en los cielos en lo que comprendió a una sola de sus cortas generaciones, y comenzamos a inquietarnos. Cuando transmitieron mensajes y saludos al espacio, sentimos miedo y horror. Sus transmisiones prometían paz y compañerismo a aquel que estuviese escuchando, pero los habíamos observado por demasiado tiempo como para creer en tales actitudes. Sabían que estábamos aquí, y estaban dispuestos a venir por nosotros.

Los Orquestadores consultaron al Predictor, y su dictamen fue grave. Ellos se multiplicarían y crecerían hasta rebalsar su propio sistema como si fuesen gusanos devoradores, consumiendo todo lo que interviniese en su camino. Podría tomar 6^8 Deelis, pero nos destruirían de no ser controlados. Con tales miedos decidimos actuar, y sellamos nuestro destino.

El Don de la Misericordia era 8^4 pasos de largo con una cabeza de 2/4 de diámetro, lleno de muchos 4^4 de peso en maquinaria, combustible y lastre. Podía empujarse a sí mismo a 2/8 de velocidad de la luz con su combustible interno, y luego empezar a consumir 2/2 de Elemento Primario interestelar para dar sustento a su ilimitada aceleración. Estaría viajando a casi la velocidad de la luz cuando chocase. Nunca lo verían venir. Su lanzamiento sería un día de luto, celebración y reflexión. El horror del acto que habíamos cometido recayó con severidad sobre nuestros hombros; la necesidad de nuestro crimen hizo poco para consolarnos.

El Don había apenas limpiado el halo exterior de los cometas cuando nos dimos cuenta del error, pero era muy tarde. El Don no podía ser detenido, no podía ser redirigido o desviado de su trayectoria. Los arquitectos y sus equipos de trabajo, aterrorizados por el desmesurado poder de lo que habían elaborado, acabaron con su vida en silencio, caminando sin protección por las zonas de radiación, descuidando su propio requerimiento de presión nula o simplemente deteniendo su consumo de nutrientes hasta que sus funciones metabólicas colapsasen. Las pérdidas terribles en vidas había obligado a los Orquestadores a reestructurar el diseño y la construcción del Don; pero no tuvieron el tiempo necesario para implementar o diseñar nada fuera de lo simple, motores colosales y los sistemas de estabilización. Sólo pudimos ver con horror y vergüenza cómo la luz del genocidio se desvaneció por infrarrojo frente al vacío distante.

Crecieron, y cambiaron, en un puñado de generaciones abolieron la guerra, abandonaron sus tendencias violentas y se volvieron precursores de la vida y el Arte. Los vimos renovarse primero a sí mismos, y luego a su mundo. Sus suaves y frágiles cuerpos dieron paso a resplandecientes metales y plásticos, unificaron a sus poblaciones a través de una red de comunicaciones omnipresente y produjeron Arte con un poder y emoción admirables, del tipo que la Galaxia no había visto antes. O de nuevo, por nuestra culpa.

Transformaron la Tierra en un paraíso (según sus estándares) y muchos 10^6s de ellos se extendieron al sistema circundante con un vigor y una rapidez que sólo podíamos envidar. Con cuerpos hechos para sobrevivir cada ambiente desde la superficie iluminada por el día de su propio planeta, hasta la atmósfera de su inmenso gigante de gas y el frío vacío entremedio, se propusieron esculpir de su sistema algo hermoso. Al principio los creíamos simples mineros, extrayendo de los planetas rocosos y lunas recursos vitales; pero luego comenzamos a ver la finalidad de sus construcciones, el arte tallada en cada superficie y trazada a lo largo del sistema a manera de brillantes luces y numerosos senderos entremezclándose. Y a pesar de todo eso, nuestro terrible Don se acercaba.

Tenían menos de 2^2 Deeli para verlo; su rastro de luz era imperceptible. Más de 10^10 de seres inteligentes preparados para morir. Los amantes intercambiaron sus últimas oraciones, separados por planetas y la crueldad de años luz. Los ingenieros de distintas partes del sistema trabajaban frenéticamente para construir una infraestructura de transmisión que fuese capaz de almacenar a las incontables masas con las modificaciones neuronales necesarias, mientras liberaban al espacio siglos de avances en música y literatura de sus bases de datos para hacer espacio a los pasajeros. Aquellos que carecían del hardware necesario o el tiempo para adquirirlo se consignaron a sí mismos a la muerte, provocaron alborotos motivados por el miedo y el dolor, o simplemente continuaron con sus vidas lo mejor que pudieron dadas las circunstancias.

El Don colisionó de súbito; la luz de su impacto era visible en nuestros cielos, brillando intensa y despiadadamente incluso para su primitivo receptor ocular. Lo vimos y nos lamentamos por nuestras víctimas, muertas muchos Deelis antes de que la luz de su perdición nos hubiese llegado. Cantidad de 6^4s de aquellos que se habían visto envueltos directa o hasta indirectamente en la creación del Don sellaron sus espiráculos como penitencia final por los pequeños roles con los que habían colaborado a esta atrocidad. La luz disminuía, el polvo se disipaba, y nuestros Observatorios se enfocaron en el lugar donde su resplandeciente planeta azul había colgado del vacío, y sólo encontraron polvo y los pálidos destellos de una luna huérfana, envuelta en la brizna ya quemada de la atmósfera que alguna vez le había pertenecido a su padre.

Radiación y metralla habían eliminado gran parte del sistema, y trozos de roca fundida del tamaño de continentes se desplazaban a velocidades de escape interestelares, condenados a errar por el gran vacío durante la eternidad. El daño era apocalíptico, pero no absoluto: de las sombras de los planetas más lejanos, diminutos puntos de luz emergieron, miles de senderos de naves espaciales individuales y otras masivas, y muchos 10^6s de los sobrevivientes en carne, así como metal y bancos de memoria, listos para ser restaurados. Por unos momentos nos sentimos aliviados, incluso felices, y nos aferramos a la esperanza de que su cultura y Arte sobreviviesen al terrible golpe. Luego vino el mensaje, violentamente enfocado en nuestra estrella, transmitido simultáneamente por cientas de sus naves.

«Sabemos que están ahí, e iremos por ustedes».

MENSAJE TERMINADO

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