Otro sueño de una noche de verano

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Os voy a contar una historia que me sucedió hace unos 15 años. Jamás se la conté a nadie porque ni yo mismo tengo la convicción de si sucedió en realidad o tan solo fue el sueño de una noche de verano.

Era agosto. Yo tendría unos dieciocho años y recuerdo nítidamente que aquella noche algo me hizo presentir que sería diferente.

Todo se desplegaba magnificado a mis sentidos; el aire tenía un fuerte aroma a vainilla y azahar y soplaba cálido y constante. Una majestuosa luna llena lo inundaba todo de sombras azules y violáceas. Incluso el rumor de las olas parecía diferente aquella noche, mas rítmico, mas melódico.

Era sábado y como de costumbre, por la tarde me reuní con mis amigos para salir a cenar y a tomar unas copas. La tarde transcurrió entre risas y bromas y por la noche fuimos a cenar a un pueblo vecino muy turístico, que en estas fechas siempre se encuentra abarrotado de gente que disfruta sus vacaciones.

Ya durante la tarde sentía una sensación extraña que me mantenía en un estado de incomodidad que no era habitual en mí. Conforme pasaban las horas, se acrecentaba mi nerviosismo. Nadie parecía darse cuenta a mi alrededor de que aquel no era un día como los demás.

Tras la cena dimos unas vueltas por los locales del pueblo y más tarde, sobre las dos, nos marchamos a los de la playa que era donde se reunía todo el mundo una vez cerrados los primeros.

Pasaban los minutos y me dejaba llevar por una masa indefinida de personas, humo, alcohol y música…pero de vez en cuando, se habría una rendija entre la multitud por la que veía esa gran luna hipnotizante reflejada en el mar y por breves instantes percibía nítidamente ese intenso aroma a vainilla.

No resistí más esa llamada y salí de allí en dirección al mar, sentí que lo necesitaba por encima de cualquier cosa en esos momentos.

Caminaba por la arena entre grupos de gente que charlaban. Alguna pareja buscando algo de intimidad y alguno que otro al que el alcohol ya había tumbado. A medida que me alejaba de los locales nocturnos cada vez había menos gente, hasta que al fin me encontré solo. Yo, el mar, la arena y la luna.

Me tumbe en la arena y contemplé largo rato el firmamento. En unos minutos toda la inquietud que había sentido durante todo el día desapareció por completo y me sentí relajado, tranquilo y sereno. No sé muy bien el rato que llevaría allí tumbado cuando de repente me invadió de nuevo ese aroma tan peculiar, pero ahora mucho más fuerte y definido que antes.

Me incorporé un poco y a un par de metros de mí, vi sentada a una chica contemplando el mar. La primera impresión que tuve fue que el aroma provenía directamente de ella.

Miraba fijamente el horizonte y su expresión era de extraña felicidad. Una leve sonrisa se le adivinaba en la comisura de los labios. Me quede un poco impresionado ante su figura, no se explicar muy bien el porqué.

Aparentemente era una chica normal, rubia con el pelo liso y no demasiado largo. Tenía la piel clara, que a la luz de luna adquiría tintes rosáceos en algunas zonas. Vestía unos vaqueros y una camisa negra de tirantes. Pero allí sentada, contrastándose con los mil reflejos plateados del mar, se me antojó un ser mitológico.

No hablé. Casi no respiré por no molestarla. Simplemente la contemplé.

Al fin ella me miró, sonrió y me dijo:

-¿Te has dado cuenta que hoy no es una noche como las demás?

-Sí. Pensé que solo me había dado cuenta yo. Le contesté.

-Ojalá todas las noches que quedan del verano sean como esta. Continué.

Ella volvió de nuevo su vista hacia el mar y permaneció en silencio unos instantes. Después contestó:

-Todas las noches de tu vida, si te lo propones, pueden ser como esta.  Yo no supe que contestarle.

De pronto unos gritos y unas risas llegaron desde el otro lado de la playa. Eran mis amigos que venían a buscarme. Giré un momento la cabeza en su dirección y cuando volví a mirarla, ella ya no estaba allí.

Cuando mis amigos llegaron donde yo estaba, me encontraron un poco aturdido y comenzó la broma de que si ya había dormido la borrachera y demás.

Ya comenzaba a amanecer en el horizonte. Como el amigo que llevaba el coche no se tenía de pie, decidimos quedarnos a dormir en el apartamento de otro amigo que veraneaba en ese pueblo.

Yo por supuesto no conseguí pegar ojo porque necesitaba encontrar una explicación a lo que me había sucedido unas horas antes.

A media mañana mientras todos continuaban durmiendo, salí para ver si me despejaba un poco. Caminé largo rato por el paseo marítimo, el sol comenzaba a calentar de lo lindo y la gente se tostaba en la playa que hacía tan solo unas horas había sido escenario de mis alucinaciones nocturnas.

Mientras paseaba, algo llamó mi atención. Pegado en una farola, había un cartel con una foto en el centro y una frase. “Desaparecida”. Al fijarme no dudé ni un solo instante. Era ella.

La miré, la volví a mirar. Era mí ser mitológico.

Leí lo que ponía bajo la foto. Se la buscaba desde hacía unas semanas, la describía con la misma ropa que yo la había visto. Luego daba unos datos para ponerse en contacto con la familia.

Mientras sostenía el papel en las manos, pasaron junto a mí una pareja de policías locales y sin pensarlo mucho los paré y les expliqué que había visto a esa chica unas horas antes en la playa. Uno de ellos no me dejó continuar con los detalles, simplemente me dijo:

-Te tienes que haber equivocado chaval, a esa chica la encontraron muerta hace un par de días en una casa a unos kilómetros de aquí. Y continuaron su ronda como si tal cosa.

Curiosamente no me sorprendí ni me asusté ante la noticia.

Lo asimilé más bien como el recuerdo de algo olvidado.

Doblé la foto y me la guarde en el bolsillo trasero del pantalón.  Sonreí levemente.

Desde aquel día, ninguna noche de verano me ha vuelto a parecer normal y de vez en cuando todavía sigo sintiendo ráfagas de intenso aroma a vainilla y azahar.

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