Encerrado

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Desperté, sin saber en dónde estaba, apenas recordando quién era. Lo primero que noté al abrir los ojos fue la pequeña rendija por donde se filtraba una cantidad muy pequeña de luz; después de eso, la más completa oscuridad. Intenté incorporarme, pero un fuerte dolor de espalda me obligó a quedarme en mi posición. Apoyé una mano en el suelo, sorprendiéndome ante su textura terrosa, llena de polvo, como si no hubiese sido limpiado en centurias.

Escuchaba el ruido de la lluvia afuera: lluvia torrencial, al parecer. Iba a tener que limpiar el patio mañana… ¿pero de qué patio hablaba, si sabía que no estaba en mi casa? Lo último que recordaba era caminar por la vereda, yendo al mercado del pueblo, y un ruido chirriante y un golpe y oscuridad.

Algo había pasado, era indudable. Intenté levantarme nuevamente, ahora con mucha más facilidad: el dolor de espalda se había calmado, y ahora solamente era un dolor general, en cada parte del cuerpo, pero casi inexistente de tan leve. Me incorporé en el pequeño espacio que tenía y miré alrededor, tratando de penetrar en la negra neblina que me rodeaba, con pocos resultados.

Con algo de miedo me acerqué a la rendija, que aparentemente coronaba una especie de puerta de metal. Mis ojos se acostumbraban a la penumbra segundo a segundo y ya distinguía algunas formas: al parecer estaba en una especie de depósito, con un par de cajas acomodadas en las paredes y otras tiradas por doquier. Me di vuelta nuevamente (por décima vez, más o menos) y me asomé por el pequeño agujero de la puerta: se veía una especie de pasillo, pobremente iluminado, y enfrente había otra puerta, casi idéntica a la que estaba tocando yo.

Obviamente, la puerta no abría; de hecho, ni siquiera tenía picaporte. Me senté de espaldas a la puerta y, calmando un poco la respiración, intenté otear el lugar en el que me hallaba, sin poder ver nada nuevo, excepto que las cajas estaban en una especie de nichos, como si fuese una…

Como si fuese una cripta.

Quedé paralizado. La ausencia de picaporte, los nichos en las paredes, el polvo… Era inverosímil e improbable, pero todo indicaba que estaba en un panteón. Busqué en los bolsillos de mi pantalón, buscando lo que sea que pudiese ayudarme, pero no, no había absolutamente nada. Quien sea que me haya puesto ahí, me había despojado de todas mis pertenencias, incluyendo la ropa: recién me daba cuenta de que estaba vestido distinto, hasta tenía una corbata en el cuello.

Lo que antes era una vaga sospecha ahora tomaba forma en mi mente, sacudiendo mi imaginación hasta límites peligrosos: me habían secuestrado y me habían metido dentro de una cripta, quién sabe con qué propósitos. Yo no era precisamente rico, y mis problemas con los demás habitantes del pueblo no pasaban de ser algo normal, nada mayor que una disputa por los ladridos de mis perros o algún chisme ocasional, nada que justifique un intento de homicidio (creo). Pero los hechos, los fríos hechos eran los que podía palpar en la oscuridad: me hallaba en un lugar extraño, encerrado, con otra ropa y despojado de lo que llevaba encima.

Empecé a moverme por el suelo, buscando algo útil entre el polvo. Si hubiese sido el protagonista de una película probablemente hubiese encontrado un encendedor o algún clip para abrir la puerta, pero en la vida real las criptas suelen estar vacías, sacando los ataúdes y los mue…

Y los muertos.

Entre la adrenalina de la situación, no me había dado cuenta de lo que significaba estar encerrado en una cripta. Nunca fui supersticioso, pero bueno, estar encerrado con un montón de cadáveres le destruye el pragmatismo a cualquiera. Rápidamente le dirigí un centenar de miradas nerviosas a cada ataúd (o lo que yo suponía que eran ataúdes), esperando a que repentinamente alguno se abriera y viera salir una mano putrefacta, mano que me ahorcaría hasta la muerte.

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