El caleidoscopio

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Mientras estábamos de luna de miel en Maine, mi esposa y yo hicimos una parada en el pintoresco pueblo de Boothbay, en un día particularmente gris y lluvioso. Puesto que el picnic que habíamos planeado no era más una alternativa, nos refugiamos en una pequeña tienda de antigüedades próxima al muelle.

En tanto mi esposa ojeaba los grandes cofres y juegos de mesa cerca de la entrada, yo examinaba entusiasmado las herramientas antiguas y el equipo marítimo dentro de las vitrinas en la parte trasera. Al ser un coleccionista de lentes e instrumentos marinos, ansiaba encontrar un sextante, o quizá un viejo telescopio forrado con cuero.

Me detuve en una pieza interesante. Parecía ser una linterna de bronce que denotaba una pátina café, pero que era muy moderna en cuanto a su diseño. Le pregunté al dueño de la tienda por ella, pero sólo me pudo decir que la encontró en el mismo cofre antiguo que traía varias brújulas y el sextante que también se exhibía. Inquirió sobre si deseaba comprárselo a cinco dólares, o llevarlo a ningún costo.

—A mí no me sirve de nada, nadie lo quiere.

Cuando le cuestioné acerca del precio, él suspiró con cansancio, y luego se acercó a la vitrina para sacarlo.

—Tenga, compruébelo usted mismo.

La artesanía era impresionante, bastante duradera y aparentemente hecha a mano, quizá en algún lugar de Europa. Unas marcas de escritura desgastadas indicaban que podría ser de origen alemán, o tal vez austríaco. Giré el lente y una débil luz roja salió despedida. Al apuntarla en una esquina oscura del local, tomó la forma de múltiples movimientos en espiral, que chocaban y se entrelazaban como una manada de anguilas. Mientras continuaba utilizando ese inusual caleidoscopio-proyector, mi imaginativa mente inventaba rostros macabros con rulos sinuosos. Al desactivar el aparato, me volví emocionado hacia el dueño de la tienda.

—¡Fantástico! —le dije—. ¡Debe de tener algún tipo de filtro para el aceite enfrente de los lentes! Tengo dos caleidoscopios victorianos, pero ninguno de ellos alumbra como éste.

—No lo entiende, ¿vedad? Nadie lo hace. Todos regresan para devolverlo luego de un tiempo —El dueño de la tienda se apoyó en la vitrina, y pude notar que estaba respirando agitadamente—. Todos piensan que es una especie de truco… hasta que empiezan a ver a través de él con las luces apagadas.

»Ésa no fue una proyección, amigo. Ese… maldito aparato, esa luz… no está fabricando a las criaturas que vio. Simplemente le está permitiendo a sus ojos ver lo que siempre ha estado ahí.

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