Quizás no pasa nada.

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Aquí estoy, encerrado en el baño. Por suerte, el interruptor está puesto por dentro, así que lo controlo yo. El cerrojo está echado, y he empotrado el mueble en el que guardamos los objetos de higiene contra la puerta. No le quito ojo al pestillo, ni al interruptor. Bueno, es fácil, este baño es muy pequeño, apenas tendrá un par de metros cuadrados. Tampoco pierdo de vista el espejo. En él me veo, por ahora, solamente yo. Desde el váter en el que estoy sentado, en el rincón del cuarto, intento verlo todo a la vez.

Suena un golpe contra la puerta, y pego un salto, pero no grito. Sólo compruebo el pestillo, luego el mueble y después el espejo. No tengo a mano nada con que defenderme. Sólo un pestillo y un mueble impiden que la puerta se abra, y no quiero que se abra. Podría cantar una nana para tranquilizarme, pero no quiero que me escuchen. A lo mejor si no digo nada, no pasa nada. A lo mejor si cierro los ojos… No, mejor no los cierro, ¿y si los cierro y cuando los abra no hay luz? ¿Y si cuando los abro hay algo en el espejo? ¿Y si cuando los abro veo unos ojos que no son los míos?

Suena otro golpe. De puño, de zarpa, por accidente, grabado en una grabadora, en mi cabeza, al otro lado de la puerta, desde afuera, desde adentro. Ahí afuera las luces están apagadas, no se puede ver nada. Y no se oye nada. ¿Hay alguien? ¿Hay algo? Me lo imagino como un inmenso espacio negro. Sí, el cuarto del baño ha caído en un océano sin luz, y está flotando en la nada. Y ahora recuerdo esa historia, la historia de terror más corta del mundo:

“Estaba el último hombre de la Tierra en una habitación y llamaron a la puerta”.

La mía la aporrean. Ahora que lo pienso, si no hay nada afuera ¿por qué aún tengo luz? ¿Y si estoy muerto? O esto es una pesadilla y estoy seguro en mi cama. ¿Y si es la pesadilla de otra persona? ¿Soy real?

El tercer golpe. Después una tanda de tres golpes seguidos. Llaman al móvil. Lo cojo; número desconocido. Acepto la llamada y lo acerco a mi oído. Susurro muy bajo, preguntando quién llama. Nadie contesta, pero puedo oír de fondo algo chirriando. Cuelgo, no debería haber contestado. Dejo el móvil. Después se me ocurre coger el móvil de nuevo, para llamar a alguien.

No está. Lo dejé ahí pero ya no está. ¿Fue real la llamada? ¿Tengo un móvil? Si lo tuve, si estaba ahí, si ahí lo dejé y no lo volví a cambiar de sitio, ¿en dónde está? ¿Quién lo ha cogido si aquí estoy yo solo? ¿Mi reflejo? Debería romper el espejo. Aunque si hay algo afuera, oiría el ruido. ¿Y si me han llamado desde afuera para saber qué hago aquí adentro? Ya no llaman más. Quizás ya no pasa nada. O a lo mejor sí pasa y sólo debo de salir para comprobarlo. Pero no quiero ver nada de afuera. Miro al espejo de nuevo.

Mi reflejo se pasa un dedo por el cuello.

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