Lo primero que atiné a hacer fue cargarlo y correr hacia el hospital más cercano. Sangraba demasiado, temía por lo que pudiera pasarle.
Apenas puse un pie en el hospital todos voltearon a verme. ¿Acaso nunca habían visto a un Beatle en pijama cargando a otro Beatle inconsciente y desangrándose? Casi río por mi pensamiento, pero un doctor llegó en un abrir y cerrar de ojos.
—¡Póngalo en la camilla!—Indicó.
Obedecí a su orden y vi cómo un par de enfermeros llevaban a Ringo a emergencias.
—¿Usted se encuentra bien? Está muy pálido...
—Sí, estoy bien.
—¿Sabe qué le pasó al joven...?
—Starkey.
Me miró sorprendido. Creo que no lo había reconocido.
—¿Habla en serio?
—Sí, no tengo por qué bromear.
—Bueno... ¿Qué le pasó?
-Él...Trató de suicidarse, doctor—Tuve que tragar saliva para no llorar. No sabía que Ringo sufriera tanto.
—Lo lamento, señor Harrison...Haremos todo lo que esté a nuestro alcance.
—Gracias.
—Debería llamar a sus amigos o familia.
—Preferiría no hacerlo...
—¿Por qué?
—No es conveniente...Yo me quedaré con él. Le ruego que no se divulgue este incidente.
—Está bien, señor Harrison. Le avisaré cuando pueda ir con él.
El doctor se fue y yo me senté en la sala de espera. Apenas eran las tres y media, y como era de esperar, no había nadie allí. Me senté en la fila pegada a la pared y observé el lugar. Las paredes eran grises, con cuadros abstractos y coloridos que intentaban, en vano, crear un ambiente menos deprimente. Oía a los enfermeros y doctores hablando en murmullos y caminar lo más despacio posible. Sonó un teléfono, que fue atendido al instante para no molestar a los pacientes.
Tal vez se pregunten qué hacía despierto a las tres de la mañana.
O tal vez no.
Pero les diré de todos modos.
Después de mi té me fui a acostar, pero no pude dormir. Pensando en calorías y kilogramos, fantaseando con mi figura perfecta y lo feliz que sería cuando la consiguiera, se me pasaron las horas. Como a las dos y media de la mañana me dio hambre. Pasé unos minutos esperando que mi estómago dejara de rugir, pero me rendí y bajé a la cocina. Encontré media fuente de lasaña, una olla llena de sopa, y un plato de pescado y papas que había sobrado de hace dos días. Devoré todo en cuestión de minutos, se sentía tan bien...
Pero luego me vi en el espejo de la sala. Tenía salsa alrededor de la boca y migas por el pan que usé para acompañar. ¡Y parecía que había aumentado cinco kilos!
De inmediato comencé a llorar. Por frustración y por ser tan débil. No tardé en correr al baño y meter dos dedos en mi garganta. Buscaba el punto exacto que haría que mi interior diera vueltas y lo encontré al arrodillarme junto al retrete.
Terminé después de unos quince minutos, limpié lo mejor que pude y salí por un vaso de agua. Escuché ruidos que venían del baño y al subir a investigar vi a Ringo en el suelo, con sangre brotando de sus brazos, estómago y muslos. Su ropa estaba tirada en el suelo, solo conservó sus bóxers.
Una pequeña voz me sacó de mis pensamientos.
—Señor ¿se encuentra bien?
Al bajar la vista vi a una niña de unos seis años. Llevaba su cabello rojizo atado en dos coletas, tenía ojos azules y pequeñas pecas en su piel pálida. Sostenía una galleta en su mano izquierda.
—Sí... ¿Qué haces aquí, pequeña?
—Estaba en el auto con mis papás, íbamos a visitar a los abuelos... ¡Pero un camión muy muy grande nos chocó!
—¿Y tus padres están bien?
—Una señora me dijo que están durmiendo y no puedo verlos, pero que no me preocupara. Ellos están bien.
Se me encogió el corazón al oírla. Es tan inocente...Era obvio que sus padres no estaban durmiendo.
—Estoy seguro de que están bien... ¿Cómo es tu nombre, linda?
—Marian—sonrió—¿Y el suyo?
—George.—Sonreí contagiado por ella.
—Te regalo esta galleta, George—La puso en mi palma.
—Muchas gracias, Marian.
Era una pequeña galleta de vainilla con chispas de chocolate. Tenía forma de estrella. Le di una mordida, que fragmentó la estrella de modo que solo quedaron las puntas de abajo. Marian sonrió al verme comer. ¿Cómo rechazar su regalo? Estaba decidido a mantenerlo en mi estómago. No quería defraudarla.
—Señor Harrison—el doctor se acercó—Puede pasar a ver al señor Starkey.
Saludé con la mano a Marian y ella me devolvió el gesto. Entré al cuarto que indicó el doctor, y vi a Ringo en la camilla. Estaba conectado a varios cables y tubos, le habían puesto una bata azul semitransparente, que dejaba a la vista su piel marcada por cicatrices y heridas frescas. Las más recientes tenían hilos que las cerraban. Él miraba el techo, y no se dio cuenta de mi presencia hasta que me senté a su lado.
—George...
—¿Por qué lo hiciste?
—Me engañó, George...—Musitó con la voz quebrada.
—¿De qué hablas?
—¡Maureen me engañó!—sollozó—¡Estaba en la cama con otro tipo!
—Ringo...Lo siento mucho.
—Estoy seguro de que ese bebé no es mío—continuó mientras las lágrimas seguían fluyendo por su rostro—¿Qué voy a hacer, George?
—¿Bebé? ¿Está embarazada?
—Ajá...
—Vaya... ¡Pero no es para que te suicides, hombre! Podrás superar esto. Siempre lo has hecho.
—Lo siento...Gracias por salvarme.
—No fue nada. Te necesitamos, Ritchie.
Sonrió. Amaba ese apodo, y yo lo sabía.
—Te quiero, Georgie.
Ahora yo sonreí. Era mi apodo favorito.
—Y yo a ti.
—Tengo un poco de sueño...
—Te dejaré descansar.
Salí cerrando la puerta suavemente. En la sala de espera seguía Marian, dibujando acostada en el suelo.
—¡George!—Se levantó y abrazó mis piernas. Nunca había visto a una niña que fuera tan cariñosa con un extraño, y esta en particular me daba demasiada dulzura.
Pasamos unas horas dibujando, mientras algunas enfermeras nos miraban con ternura. Marian me habló de su amigo imaginario Blue, de un pueblo perdido en el mar, llamado Pepperland, con extraños y coloridos seres y hombres huevo que cantaban en un idioma desconocido.
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With A Little Help From My Friends
FanfictionEl líder tiene una actitud rebelde y despreocupada, que esconde muy bien su inseguridad. Su mejor amigo posee unos bellos rasgos, lo que lo hace todo un galán. Muy pocos sabían que en realidad su espejo alteraba su imagen, haciendo que se viera hor...