Capítulo 12

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Lo había dicho, no podía creer que en serio lo había dicho. Tampoco podía creer que antes de eso, todos confesaran sus problemas. De cierta forma me sentía orgulloso de ellos, aunque sabía que ninguno de nosotros la sacaría barata. Había llegado el momento más temido por cualquier persona depresiva: el "voy a ayudarte".

"Voy a ayudarte" es la frase más usada en estos casos. Se usa por cortesía, claro. Para los que dicen eso sólo eres otro de los tantos idiotas con problemas mentales. No se preocupan realmente.

Lo primero que te dicen después de esa frase, es "sé lo que se siente" o "he pasado por lo mismo". Cabe aclarar que esto es mentira, porque si hubieran pasado por lo mismo estarían muertos y no en un hospital ayudando a cuatro niños sin autoestima.

Lo siguiente que harán es tratar de entrar en tu mente, psicopatearte. Repetirán hasta el hartazgo que eres importante para muchos, que todo pasará y otras estúpidas frases trilladas. Te harán preguntas que no llevan a ningún lado, o al menos eso crees, hasta que pisas el palito y confiesas algo que no querías confesar. Y en base a eso te hacen un diagnóstico, te ponen una pulsera de un color específico y te mandan con especialistas para tratar tu problema. Psiquiatras, psicólogos, nutricionistas...Esos sobran aquí.

A partir de ahí no te quitarán los ojos de encima, pero ojo, no quieren que te sientas intimidado.

—¿De qué color es tu pulsera?

—Bueno, tengo tantos problemas que debieron ponerme varias. Una púrpura por problemas alimenticios, una roja por intento de suicidio, una blanca por drogadicción, una azul por tendencia a tener autoestima más baja que un subsuelo y una amarilla por oír voces a veces. Pero las trencé y ahora es una pulsera multicolor.—Mostró su muñeca izquierda con dicha pulsera.

—No veo la amarilla.

—Las voces me hicieron quitármela. Dijeron que si no lo hacía me matarían.

Todos nos miramos con algo de miedo, hasta que la chica empezó a reír.

—Es broma, no hay pulseras amarillas.

—¿Y tampoco escuchas voces?

—No, tranquilos.

—No entiendo cómo puedes estar aquí...—No nos había dicho su nombre, así que no sabía cómo continuar.

—Me llamo Melissa, Melissa Takler.

—Melissa—retomé—Eres una niña, no puede ser que tengas tantos problemas.—Era cierto, no parecía llegar a los 18 años.

Encendió un cigarrillo, lo llevó a sus labios y botó el humo sin dejar de mirarnos con sus ojos azules. Luego lo tomó entre su índice y su anular, y jugueteó con él entre ellos. Lo pasaba del índice al anular y viceversa, en un vaivén extrañamente hipnótico.

—Ustedes están en la cima del mundo, tampoco deberían tener tantos problemas.

Touché.

—Yo no debería estar aquí.—Eché la cabeza hacia atrás en la silla.

—Todos dicen eso.

—Lo mío es en serio. Acababa de adoptar una niña, y ahora no la podré ver.

—Si te comportas, podrás verla una hora por semana.—Dijo como si nada, llevando el cigarrillo de nuevo a sus labios.

—¿Una hora por semana? ¡¿Una hora por semana!? ¡¡Necesito más que una maldita hora por semana!!

—Debiste pensarlo antes de desmayarte y gritar tus problemas.

Esta chica es muy fría y directa, eso me agrada.

—Mel, hora de tu...—una enfermera se acercó y soltó un pequeño grito de indignación al ver el cigarillo, el cual no tardó en tomar de la boca de la joven y tirar al suelo, para luego pisarlo con la suela de su zapato—¿Qué te he dicho sobre fumar, Mel?

—Lis niñis biinis ni fimin.—Rodó los ojos.

Los chicos y yo ahogamos una carcajada, ganando una mirada de reprobación de la enfermera.

—Inspeccionaré tu cuarto de nuevo, Mel. No sé dónde guardas esos cigarrillos, pero lo averiguaré.

—Sabes que detesto que me digas Mel.

—Vale, vale. Hora de tu sesión, Melissa.—Recalcó su nombre y levantó a la chica de su asiento. Mientras se iba, nos saludó con la mano.

—Gracias por el tour y la bienvenida.—Dije antes de perderla de vista.

—¡Yo la quiero!—Exclamó John cuando verificamos que estuviera muy lejos.

—Eres un idiota ¿sabes?

—Tal vez, pero yo la pedí primero.

—¡No es un objeto, John! ¡Además tienes familia!

—Cynthia no me entiende. No sabe por lo que he pasado.

—Ha estado para ti siempre.

—No siempre.

—Me desesperas.

—Paul, dile algo.

—George tiene razón...Además parece muy pequeña e inestable.

—Yo la sacaré de esto.

—Sí, claro.

—Hablo en serio.

—Winston Stanley, James Mohin, Henry Parkin Jr y Harold French, pueden pasar.

Salimos de la pequeña sala de espera y entramos a una gran oficina. Frente a nosotros había un doctor sentado tras un escritorio de roble, con cuatro personas a sus lados: dos hombres a su izquierda y dos mujeres a su derecha. Uno era rubio con ojos marrones y el otro era castaño con ojos verdes. Una de las mujeres tenía cabello pelirrojo y ojos oscuros, mientras  que la otra tenía cabello negro y ojos marrones. El doctor que estaba sentado tenía cabello negro y ojos azules.

—Señores, bienvenidos a su tratamiento.—dijo con una sonrisa cordial—Soy el doctor Wallace, y les presentaré a mis colegas. El doctor Sanders, psiquiatra,—el rubio de ojos marrones nos saludó con un gesto—doctor Rawell, nutricionista,—el sujeto a su lado levantó apenas la mano—la doctora Scrumpbell, psicóloga—la pelirroja nos saludó con un gesto militar—Y finalmente, la doctora Thowpul. Ella será quien revise su progreso.

—Un gusto—Dijimos al unísono.

—El gusto es nuestro.

—Hemos visto el diagnóstico del señor French, pero no el de los demás.

—Al parecer "anunciaron" sufrir baja autoestima y distorsión de la imagen corporal.—Sanders miraba unos papele—E intento de suicidio.

John metió las manos en sus bolsillos y se hizo el desentendido.

—No se preocupen, vamos a ayudarlos.—Scrumpbell sonrió.

—Sabemos lo que se siente.—La secundó Rawell.

Ahí supimos que Melissa tenía razón, porque lo que había dicho fue reproducido textualmente por los profesionales uniformados frente a nosotros. Parecía que los doctores tenían ensayado su discurso de bienvenida a los pacientes.

Y así empezó nuestro primer día en el tratamiento.

With A Little Help From My FriendsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora