Capítulo 24

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Era momento de hablar, ya no podía seguir evitándolo. Por más que me ponían muy nervioso las confrontaciones, ésta en particular era inminente.

—John, yo...

—No, déjame hablar a mí. Tengo muchas cosas guardadas y si no las digo, creo que terminaré como George.

Frunció un poco el ceño ante mi comparación, pero no dije nada. Y ahí comenzó mi verborragia, que duró más de cinco minutos y que él se dedicó a escuchar por completo antes de abrir la boca.

—Paul, pudimos haberlo tenido todo. No sólo fama y fortuna, cosa que ya tenemos, hablo de algo más puro, más importante: El amor. El amor que nos tenemos es algo que nadie puede negar, ni siquiera la gente que apenas nos conoce ¡sólo tú lo niegas! Y no entiendo por qué haces eso, por qué me haces eso. Aunque...En realidad sí lo entiendo, tienes miedo. ¿De qué, exactamente? Eso sólo tú lo sabes. Tal vez temes al qué dirán, tal vez temes que te lastime, tal vez temes que no te deje caminar por un mes ¡no lo sé! Pero sé que, sea lo que sea lo que te asusta, no pasará. Yo te amo, te amo desde que eras ese elegante niño con un clavel en la solapa de su saco y fuiste a verme tocar a ese festival ¿crees que fue fácil para mí admitir que me gustabas? ¡Yo era el más mujeriego de Liverpool, completamente heterosexual! Y luego apareciste tú...Bueno, y Stuart, pero ese es otro tema. No lo quise como te quiero a ti, ni por un segundo, pero claro que había algo ahí. Parece que fue ayer cuando los presenté, tú echabas humo por las orejas —solté una pequeña risa ante el recuerdo—. Ahí fue cuando pensé "bueno, si está celoso debe ser porque le gusto", y quise comprobar mi teoría. Esa misma noche salimos los tres a beber, tú te pusiste demasiado ebrio e insististe en que te acompañara a casa, así que dejamos a Stuart y nos fuimos. Tú...Me besaste esa noche, Paul —lo miré, pero él había apartado la vista con vergüenza, evitándome—. Y tal vez me aproveché de tu estado, o tal vez estaba demasiado ansioso por una respuesta tuya; pero...Al menos no me acosté contigo esa noche, porque no estabas consciente y no habría sido correcto. Al día siguiente quise hablar del tema, pero tú negaste todo, bajo la excusa de que estabas ebrio y no pensabas bien. No me convenció, claro que no, pero no iba a insistir si tú negabas lo que sentías, lo que sientes...

Cuando volví a fijar la vista en Paul, noté de inmediato que estaba llorando. Siguiendo mis impulsos lo abracé, siendo al instante correspondido.

—Lo siento, John. Lo siento mucho —susurró, y el escuchar su voz quebrada y angustiada me rompió el corazón.

—Está bien, Paulie, no tienes que llorar...

—Es que todo es mi culpa, si hubiese aceptado lo que sentía todo habría sido más fácil, ahora estaríamos juntos...

—Ya pasó ¿vale? Tal vez fui muy duro al decirte todo esto.

—Pero tienes razón, tú estabas ahí todo el tiempo y yo...N-no creí que yo te podría gustar, ¡mírame! Soy un desastre, una maldita bola de ansiedad que lo único que hace es llorar y alinear todo lo que encuentra.

¿Cómo decirle? ¿Cómo explicarle que aún así, con todos sus defectos, lo amaba? Era muy sencillo y a la vez muy complicado...

Pensé por unos minutos, en los cuales reflexioné sobre toda la situación. Paul tendía a tener muy baja autoestima, y yo apenas me estaba recuperando de eso; ambos habíamos tenido intentos de suicidio, pero siempre estuvimos ahí para el otro...

La respuesta estaba frente a mis narices.

—¿Paul?

—¿Sí?

Fijó sus ojos en mí, aquellos ojos de color indefinido que había visto derramar lágrimas tantas veces y había aprendido a leer como si de libros se trataran. Aquellos ojos que, sabía, derramarían más lágrimas después de que expresara mi decisión.

—No puedo.

La sorpresa se vio reflejada en sus ojos, que momentáneamente dejaron de llorar.

—¿Qué? ¿A qué te refieres?

—A que no puedo estar contigo, Paul.

—¿Por qué?

—Ambos somos autodestructivos, somos un peligro para nosotros mismos.

—No...No entiendo...

—Pues...Imagina que tú eres una bomba y yo otra —dibujé círculos en el aire con mis manos a medida que hablaba—. Somos de esas bombas que con sólo tocarse...—separé mis manos, simulando una explosión —, explotan, destruyéndose no sólo a ellas mismas, sino también a todo lo que las rodea. ¿Entiendes?

—Eso creo...

—Es por nuestro bien, si estamos juntos...no lograremos avanzar, yo incluso podría retroceder todo lo que he avanzado...

—Pero, John...

—No hay "pero" que valga aquí, James —él sabía que cuando lo llamaba por su primer nombre, las cosas adquirían más seriedad—. Tomé mi decisión y tienes que respetarla, lo siento.

—No puedes...

—Ah, ¿pero tú pudiste ilusionarme y jugar conmigo todo este tiempo?

—Nos acostamos...

—Y yo creí que sentías algo, pero al parecer la frase "coger no es amor" es totalmente cierta.

—John, por favor...

—¡No, Paul! Si tienes que suplicar por amor, es porque no hay amor de parte de la otra persona. Y si no hay amor...Que no haya nada. 

Finalmente dejó de insistir. Suspiró, secó sus lágrimas y miró el suelo.

—Está bien, tienes razón. Lo siento, John.

—No importa —claro que importaba, pero darle más vueltas al asunto me parecía contraproducente —. Ahora arréglate, tenemos que enviar a nuestro amigo al Cielo hindú.

La ceremonia fue conmovedora para todos, aunque logramos no llorar. El encargado de llevar la antorcha y cremar el cuerpo fue Ringo, pues todos estuvimos de acuerdo en que era el más cercano a George y más derecho tenía. Vimos las llamas consumir el cuerpo del más joven del grupo lentamente, y hacer de su cuerpo vestido de blanco una masa uniforme con partes de piel derretida y trozos de tela semi-consumidos por el fuego; hasta que no quedó más que un bulto carbonizado que, horas después, sería apenas un montón de cenizas; pero los recuerdos quedarían en nosotros. La verdadera muerte es el olvido.

With A Little Help From My FriendsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora