Capítulo 21

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Había pasado una hora hablando y yo, una hora simulando escucharlo. Y es que estaba harto de que todo lo comparara con números, era simplemente enfermizo.

—¡Ya cállate, por amor de Dios!—grité, ya totalmente harto. Sus ojos avellana me miraron con miedo, como un niño pequeño que teme que una mano adulta se alce frente a él e impacte con su tierna mejilla. Pero pronto esa expresión desapareció y fue reemplazada por una de profunda molestia.

—Caray, y yo que creí que los antidepresivos te pondrían de mejor humor. Sigues siendo el mismo enano gruñón de siempre.

—Y tú sigues siendo el mismo perfeccionista, obsesivo y neurótico.

Habríamos comenzado a golpearnos de no ser porque Martin y George nos separaron. Últimamente discutíamos todo el tiempo, y usábamos el problema del otro como ofensa.

—¡Ya verás cuando John llegue, maldito!

—¡Yi virís cuindi Jihn lligui, milditi! ¿Acaso la princesa no puede protegerse sin su caballero John?

—¡¿Cómo me llamaste!?

—Prin-ce-sa.

Nunca me había sentido tan suicida.

—Eres hombre muerto, Starkey —intentó zafarse de los brazos de nuestro productor, pero por suerte no lo consiguió.

—¿Qué está sucediendo?

—¡John!

—¡Él empezó!—gritamos Paul y yo al unísono.

—¡No me importa quién empezó! Actúan como niños y tienen veintiséis y veinticuatro años, por Dios.

—John, controla a tu perra.

—¡No es mi perra!

—Ya cállense, maldita sea —Brian cortó la discusión.—¿Y dónde rayos está Harrison?

—Probablemente intentando tener hijos.

—Uhhh, golpe bajo. Bien hecho —John apremió a Paul y ambos chocaron los cinco.

—Y así dices que no eres su perra.

—¡Basta, pelea finalizada! Ringo, llama a casa de George y dile que venga enseguida.

Acaté la orden sin protestar, pues temía que a nuestro mánager le diera un ataque de nervios. Marqué el número que sabía de memoria y, después de dos tonos, una voz rasposa contestó al otro lado de la línea.

—¿Hola?

—George, soy Ringo.

—Hola...

—¿Estás bien?

—Sí, sólo...Me duele la garganta. No creo poder ir hoy.

—¿Quieres que vaya a tu casa?

—No, no es necesario.

—¿Seguro?

—Seguro.

Por unos segundos hubo un silencio que, en un arranque de valentía, me atreví a romper.

—George...

—¿Sí?

—Yo...

—¿Tú...?

—Te quiero, nunca lo olvides.

—Yo también te quiero, Rings.

Supe que estaba sonriendo, y yo hice lo mismo sin poder evitarlo.

—Una cosa más.

—Dime.

—Por favor, come.

Y colgué.

—Chicos, George tuvo un problema y no podrá venir.

—Lo que faltaba.

—¡John!

—Podemos grabar sin él. Tengo muchas ideas y no voy a retrasarme por un niño estúpido con problemas alimenticios.

—Eres un...

—¡Comencemos a grabar!

De muy mala gana, nos pusimos a trabajar. Mejor dicho, John y Paul se pusieron a trabajar mientras yo esperaba el momento en el que pudiera ser útil. Y por cómo iba la cosa, asumí que tenía tiempo antes de que eso sucediera, así que salí rumbo al jardín y encendí un cigarrillo de marihuana, que no tardé en llevar a mis labios.

Pensaba en Zak, en lo loco que era que ya estuviera por cumplir un año, en el parecido que tenía con su madre y en el nulo que tenía conmigo, excepto por los ojos. Pero seguro el hombre que había embarazado a Maureen tenía ojos azules, no lo recordaba.

El dejar de cortarme fue todo un desafío, pero poco a poco lo estaba logrando. Claro que necesitaba canalizar mi angustia de otra forma, pero hasta ahora todas habían sido perjudiciales para mi salud. Y para colmo, los antidepresivos me causaban problemas de sueño y mal humor. No parecía un buen pronóstico, pero por alguna razón había una pequeña pizca de esperanza en mí que se negaba a apagarse.

Y esperaba que esa pequeña chispa pronto se convirtiera en una gran fogata interior que terminara con mi pesar y me permitiera ser feliz otra vez.

With A Little Help From My FriendsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora