Capítulo 6

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Pasaron dos semanas. Marian y yo nos acercábamos cada vez más, y se notaba que había una relación fuerte entre los dos. Cierto día yo estaba sentado en la sala de espera, mientras ella dormía en mi pecho. Habíamos jugado a las escondidas y estaba exhausta. Un doctor se acercó. Era el que había curado las heridas de Richard.

—Señor Harrison, el señor Starkey ya tiene el alta. Pueden irse.

—Gracias...

—¿Sucede algo?

—Quiero adoptar a Marian—Dije sin rodeos, haciendo que el hombre me mirara sorprendido.

—Vaya...Lo siento, yo no estoy encargado de eso. Debe hablar con el oficial White. Él la trajo aquí después del accidente.

—¿Cómo puedo comunicarme con él?

—Le daré el número. Por ahora ella se quedará aquí.

—Está bien.

Con cuidado de no despertarla, se la entregué al doctor y fui a buscar a mi amigo. Ya estaba vestido y esperándome. Tardó tanto que memoricé las líneas de las paredes para matar el tiempo. Vertical, vertical, vertical. Horizontal, horizontal, horizontal. Como las heridas que me provocaba. Excepto que estas líneas eran blancas, no bordó.

—¿Cómo te sientes?

—Bien, creo...

—Vamos entonces.

Salimos del hospital y caminamos en silencio. Era mediodía y el sol brillaba alto en el cielo. Mi estómago rugió pero no le di importancia.

—¿Tienes hambre?

—No.

—Pero tu estómago...

—No es nada.

Oímos gritos. Gritos chillones. Gritos que sólo significaban una cosa.

Fanáticas locas.

—¡Corre, Ringo!

Echamos a correr como si el diablo nos persiguiera y nos mordiera los talones. Si eres un Beatle, tienes esa sensación a diario.

Corrimos mucho, no sabría decir con exactitud cuánto. Lo único que sé es que nunca habíamos visto ese vecindario tan gris e inquietante. Si había logrado alejar los pensamientos tristes de mi cabeza por un rato, este lugar me los devolvió al instante. Las heridas me picaban y comenzaba a tener calor.

—Oye...¿dónde estamos?

—No lo sé.

Me sentía débil por correr. Desde que llegué al hospital lo único que había comido fue la galleta que Marian me dio, y el  estómago me rugía cada vez más.

—Busquemos una casa...O a alguien que pueda ayudarnos. Y  que te dé comida.

—No tengo hambre.

—George, hasta las fanáticas deben escuchar ese ruido desde aquí.

—Busquemos una casa.-Eché a caminar, dando por terminado el tema. Poco después él me siguió. 

La búsqueda fue inútil un largo tiempo. No sabíamos dónde estábamos, y John y Paul tampoco. Para hacer todo peor, se avecinaba una tormenta y estaba anocheciendo. Encontramos una pequeña casa abandonada y decidimos entrar.

—¡Algo me mordió!—Gritó mi amigo asustado.

—Deben ser ratas...

—No podemos quedarnos aquí, George. Esto es aterrador.

—¿Tienes una mejor idea? Esto es mejor nada.

Como confirmando mis palabras, un trueno sonó, haciendo  temblar la débil estructura. Entré, seguido de Ringo. Estábamos en una sala de estar que tenía un sofá viejo y algo roto apoyado en una esquina y una chimenea de piedras, algunas de las cuales se habían caído y yacían partidas en el suelo. Este lugar puede derrumbarse en cualquier momento, no sé por qué insiste en quedarnos aquí.

—Es mejor que nada—repetí. Él asintió no muy convencido.—Veré si hay algo arriba, no tardo.

Subí la desvencijada escalera de madera, que crujía con cada paso. Cuando estuve arriba, vi dos puertas a mi izquierda y dos a mi derecha. Abrí la primera a mi izquierda y vi un cuarto vacío. Sólo había un armario con hermosos detalles tallados a mano. Al abrirlo vi unos camisones que parecían muy viejos. No sé por qué George tarda tanto, este lugar me da escalofríos y no me gusta estar solo. Necesito mis pastillas o no podré dormir, regresa pronto...El cuarto de al lado tenía las paredes pintadas, a diferencia del resto. La pintura era verde manzana. Me reprimí mentalmente al pensar en las jugosas manzanas verdes que solía tomar del árbol del vecino, allá, por 1949 o 1950. En el cuarto había un escritorio y un espejo ovalado colgando en la pared. Tenía bordes de oro, algo sucio por el paso del tiempo. Sin embargo pude ver mi reflejo  perfectamente. Mis mejillas estaban infladas por todo el sobrepeso, comenzaba a perder pelo y éste era reemplazado por grandes curvas oscuras bajo mis ojos. No podía mantenerme quieto, por lo que fui a la cocina. Mantuve la vista alejada de esos tentadores cuchillos y busqué alguna señal de alimento. En una alacena encontré unas galletas que, sorprendentemente, estaban en buen estado. ¿Quién vivirá en una casa así? Y si no vive nadie ¿desde cuándo estará deshabitada? Harto de ver mi reflejo, salí de ese cuarto y me dirigí a los del lado derecho. La primera puerta que vi estaba cerrada, y no cedió a mis varios intentos. La siguiente puerta llevaba a un baño cuyas baldosas estaban cubiertas por moho, en su mayoría, y el grifo del lavamanos estaba oxidado. Quise abrir el grifo de agua caliente y un chorro salió disparado hacia mi camisa, empapándola. George gritó, por lo cual me apresuré a tomar un  cuchillo para atacar en caso de ser necesario, y correr escaleras arriba para ayudarlo. Entró y vio cómo la prenda se pegaba a mi horrendo cuerpo, ya que al ser blanca se traslucía más. Quítatela, ordenó sin moverse de su lugar. George se negaba a quitarse la maldita camisa, a pesar de que le dije que se enfermería. No quería que me viera y me juzgara. Me avergonzaba del envase de mi alma. Sacó un cuchillo de su espalda y yo retrocedí. Asustado le pedí que no cometiera una locura, pero al instante sentí el filo rasgar la tela y romperla,  dejándome desnudo de la parte superior. Pronunció mi nombre en un susurro, con tono de espanto. Bajé la mirada mientras me recorría con la mirada. Era demasiado delgado...Parecía que si lo tocaba se rompería como un cristal. ¿Cuándo pasó todo esto? Mi George...Mi pequeño y dulce George...¿Qué te has hecho? ¿Tú también te odias? ¡Pero si eres hermoso y talentoso! No tienes motivo para esto...Nos quedamos en silencio un largo rato. No quería acosarlo con mis preguntas, así que hice lo primero que se me ocurrió. Ringo me dio un abrazo. Un abrazo cálido y reconfortante que realmente necesitaba. Al corresponderle comencé a llorar y poco después él se me unió. Ahora éramos dos locos llorando abrazados en una casa abandonada, solos con nuestros problemas y lejos de nuestros  amigos.

With A Little Help From My FriendsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora