Jon

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Jon Nieve leyó la carta una y otra vez hasta que las palabras comenzaron a emborronarse y superponerse.

«No puedo firmar esto. No pienso firmar esto. —Estuvo tentado de quemar el pergamino en aquel mismo instante, pero lo que hizo fue beber de la cerveza que había dejado por la mitad durante la solitaria cena del día anterior—. Tengo que firmarlo. Me eligieron para que fuera su lord comandante. El Muro me pertenece, así como la Guardia. La Guardia de la Noche no toma partido.»

Sintió alivio al ver a Edd Tollet el Penas abrir la puerta para decirle que Eli estaba esperando. Jon guardó la carta del maestre Aemon.

—La recibiré ahora mismo. —Había temido aquel momento—. Ve a buscar a Sam; después quiero hablar con él.

—Seguro que está abajo leyendo. Mi antiguo septón decía que los libros son muertos que hablan. En mi opinión, deberían quedarse callados. A nadie le interesa el parloteo de los muertos. —Edd el Penas se marchó mascullando algo sobre gusanos y arañas.

Eli se arrodilló nada más entrar. Jon rodeó la mesa y la instó a ponerse en pie.

—No necesitas hincar la rodilla ante mí. Eso se reserva para los reyes. —Aunque Eli era madre y esposa, aún le parecía casi una niña, una cosita delgada envuelta en una vieja capa de Sam. Le quedaba tan grande que bajo sus pliegues se podían esconder varias chicas como ella.

— ¿Los niños están bien?

—Sí, mi señor. —La salvaje sonrió con timidez bajo la capucha—. Me daba miedo no tener bastante leche para los dos, pero cuanto más maman, más me sale. Son fuertes.

—Tengo que decirte algo muy duro. —Estaba a punto de decir pedirte, pero se dio cuenta justo a tiempo.

— ¿Es por Mance? Val le ha rogado al rey que lo perdone. Le ha dicho que, si no matan a Mance, ella se dejará casar con alguno de sus arrodillados y nunca le cortaría la garganta. Van a perdonar a ese tal Señor de los Huesos. Craster siempre juró que lo mataría si asomaba la cabeza por el torreón. Mance no ha hecho ni la mitad de cosas que él.

«Lo único que ha hecho Mance es encabezar un ejército contra el reino que juró proteger.»

—Mance pronunció nuestro juramento, Eli. Luego cambió de capa, se casó con Dalla y se coronó Rey-más-allá-del-Muro. Ahora, su vida está en manos del rey. No es de él de quien quiero hablar, sino de su hijo. Del hijo de Dalla.

— ¿El niño de teta? —Le temblaba la voz—. No ha roto ningún juramento, mi señor. Duerme, llora y mama, nada más; nunca ha hecho daño a nadie. No dejéis que lo quemen. Salvadlo, por favor.

—Solo tú puedes salvarlo, Eli. —Jon le explicó cómo.

Otra mujer habría gritado y maldecido, lo habría mandado a los siete infiernos. Otra mujer se habría abalanzado sobre él ciega de rabia, le habría pegado, pateado y arrancado los ojos con las uñas. Otra mujer lo habría desafiado.

Danza de DragonesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora