Pese a la penumbra que reinaba en la Guarida del Lobo, Davos Seaworth supo que algo iba mal aquella mañana.
Lo despertaron las voces y se arrastró a la puerta de la celda, pero la madera era gruesa y no consiguió distinguir qué decían. Había llegado el amanecer, pero no así las gachas que le llevaba Garth de desayuno. Aquello lo inquietaba. Todos los días eran casi iguales en la Guarida del Lobo, y los cambios eran siempre para peor.
«Puede que haya llegado el día de mi muerte. Puede que Garth esté con la amoladera afilando a Lady Lu.»
El Caballero de la Cebolla no había olvidado las últimas palabras que había oído decir a Wyman Manderly: «Primo, llévate a este individuo a la Guarida del Lobo y córtale la cabeza y las manos. Quiero verlas antes de cenar. No podré probar bocado hasta haber visto la cabeza de este contrabandista en una pica, con una cebolla entre sus dientes mentirosos.» Davos se dormía todas las noches con aquellas palabras retumbándole en la cabeza, y todas las mañanas se despertaba con ellas. Y por si acaso se le olvidaban, para Garth siempre era un placer recordárselas. Lo llamaba cadáver. «Aquí vienen las gachas para el cadáver», era su saludo matutino; y por las noches se despedía con un «Apaga la vela, cadáver.» En cierta ocasión, Garth llevó a sus amigas para presentarles al cadáver.
—Puta no parece gran cosa —dijo al tiempo que acariciaba una barra de hierro negro y frío—, pero cuando la caliente al rojo vivo y te bese la polla, llamarás llorando a tu mamá. Y esta es Lady Lu, la que te cortará las manos y la cabeza cuando lord Wyman dé la orden.
Davos no había visto nunca un hacha tan grande como Lady Lu, ni más mortífera. Según comentaban los demás carceleros, Garth se pasaba las horas muertas afilándola.
«No suplicaré misericordia», había decidido. Iría a la muerte como un caballero, y solo pediría que le cortaran la cabeza antes que las manos. Ni siquiera Garth tendría la crueldad de negarle aquello, o al menos eso esperaba.
Los sonidos le llegaban desde el otro lado de la puerta, tenues y amortiguados. Se levantó y empezó a pasear por su celda, que era grande e inusitadamente cómoda. Suponía que en otros tiempos había sido el dormitorio de algún señor poco importante, porque era como tres veces su camarote de capitán en el Negra
Bessa, y más grande aún que el camarote del que disfrutaba Salladhor Saan en su Valyria. La única ventana llevaba años tapiada, pero en una pared había aún una chimenea en la que se podía poner la tetera a calentar, y en la esquina había un nicho que hasta tenía retrete. El suelo de tablones estaba lleno de astillas y el camastro olía a moho, pero eran molestias insignificantes comparadas con lo que se había temido.
La comida también lo sorprendió: en lugar de gachas, pan duro y carne podrida, lo habitual en cualquier mazmorra, sus carceleros le llevaban pescado fresco, pan recién salido del homo, camero especiado, chirivías, zanahorias y hasta cangrejos. A Garth no le hacía la menor gracia.
—Los muertos no deberían comer mejor que los vivos —se había quejado más de una vez.
Davos disponía de pieles para abrigarse por las noches, leña para alimentar el fuego, ropa limpia y un velón de sebo. Cuando pidió papel, pluma y tinta, Therry se lo proporcionó todo al día siguiente. Cuando pidió un libro para seguir practicando la lectura, Therry le llevó La estrella de siete puntas.

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Danza de Dragones
Fiksi IlmiahDaenerys Targaryen intenta mitigar el rastro de sangre y fuego que dejó en las Ciudades Libres e intenta erradicar la esclavitud de Meereen. Mientras, un enano parricida, un príncipe de incógnito, un capitán implacable y un enigmático caballero acud...