Daenerys

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Todas las mañanas, la reina se apoyaba en el pretil y contaba las velas de la bahía de los Esclavos. En aquella ocasión eran veinticinco, aunque algunas estaban muy lejos y se movían, así que no podía estar segura. En ocasiones se saltaba una o contaba otra dos veces.

«¿Qué más da? A un estrangulador le basta con diez dedos.» El comercio era inexistente y los pescadores no se atrevían a salir a la bahía. Los más osados todavía lanzaban sus sedales en el río, pero hasta eso resultaba arriesgado. Casi todos habían dejado la barca amarrada al pie de la muralla multicolor de Meereen. En la bahía también había barcos de la ciudad: navíos de guerra y galeras mercantes cuyos capitanes se habían hecho a la mar cuando Dany emprendió el asedio de la ciudad y que habían regresado para sumarse a las flotas de Qarth, Tolos y el Nuevo Ghis.

La asesoría de su almirante había resultado peor que inútil.

—Mostradles a vuestros dragones —dijo Groleo—. Que los yunkios prueben su fuego, y el comercio se reanudará.

—Esos barcos nos estrangulan y mi almirante solo sabe hablar de dragones —replicó Dany—. Porque sois mi almirante, ¿no?

—Un almirante sin barcos.

— ¡Pues construidlos!

—Los navíos de guerra no se hacen con ladrillos. Los esclavistas quemaron todos los árboles en veinte leguas a la redonda.

—Entonces, cabalgad veintidós leguas. Os proporcionaré carromatos, hombres, mulas, lo que necesitéis.

—Soy marino, no armador. Mi misión era llevar a vuestra alteza de regreso a Pentos, pero vos nos trajisteis aquí e hicisteis pedazos mi Saduleon para aprovechar unos cuantos clavos y tablones. Nunca volveré a tener un barco como aquel. Puede que nunca vuelva a ver mi hogar ni a mi anciana esposa. No fui yo quien rechazó los barcos que nos ofrecía el tal Daxos y, desde luego, no puedo luchar contra los qarthienses con barcas de pesca.

Tanta amargura la desalentó hasta el punto de que pensó que el canoso pentoshi podía ser uno de sus tres traidores.

«No, no es más que un viejo que está lejos de su casa y se muere de nostalgia.» Tiene que haber algo que podamos hacer.

Sí, ya os lo he dicho. Esos barcos están hechos de sogas, de brea, de lona, de pino qohoriense y teca de Sothoros, de roble procedente de Gran Norvos, de tejo, de fresno, de abeto. De madera, alteza. La madera arde. Los dragones...

—No quiero volver a oír hablar de dragones. Marchaos. Id a rezar a vuestros dioses pentoshi para que envíen una tormenta que hunda los barcos de nuestros enemigos.

—Los marinos nunca pediríamos tormentas en nuestras oraciones, alteza.

—Estoy harta de que me digáis lo que no haríais. Marchaos.

Ser Barristan no salió con los demás.

Danza de DragonesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora