Hubo algo en el graznido del cuervo que hizo que un escalofrío recorriera la espalda de Bran.
«Ya soy casi un hombre —tuvo que recordarse—. Tengo que ser valiente.»
Pero el aire era cortante y frío, y rezumaba miedo. Hasta Verano estaba asustado; se le había erizado el pelaje del cuello. Las sombras se extendían por la ladera, negras y hambrientas. El peso del hielo hacía que todos los árboles crecieran inclinados y retorcidos. Algunos ni siquiera parecían árboles. Estaban apiñados a lo largo de la colina como gigantes, enterrados en nieve congelada desde la raíz hasta la copa, como criaturas monstruosas y deformes encorvadas contra el viento glacial.
—Están aquí. —El explorador desenvainó la espada.
— ¿Dónde? —La voz de Meera sonaba apagada.
—Cerca. No sé. En alguna parte.
El cuervo volvió a graznar.
—Hodor—susurró Hodor, con las manos bajo las axilas. De la desaliñada barba marrón le colgaban carámbanos, y el bigote era una maraña de mocos congelados que brillaban rojizos a la luz del crepúsculo.
—Los lobos también están cerca —avisó Bran—. Esos que han estado siguiéndonos. Cuando el viento sopla en nuestra dirección, Verano capta su olor.
—Los lobos son el menor de nuestros problemas —dijo Manosfrías—. Vamos a tener que escalar. Pronto oscurecerá, y deberíais estar a cubierto antes de que caiga la noche, o vuestro calor los atraerá. —Echó un vistazo hacia el oeste, donde la luz del sol poniente se vislumbraba débil entre los árboles, como el resplandor de un fuego lejano.
— ¿Esta es la única entrada? —preguntó Meera.
—La puerta trasera está tres leguas más al norte, bajo una sima.
No tuvo que añadir más. Ni siquiera Hodor podía descender por una sima con Bran cargado a la espalda, y Jején era tan incapaz de caminar tres leguas como de correr mil. Meera observó la colina que se alzaba ante ellos.
—Ese camino parece despejado.
—Parece —recalcó el explorador con un susurro siniestro—. ¿Os dais cuenta del frío que hace? Aquí hay algo. ¿Dónde están?
—Puede que en la cueva —aventuró Meera.
—La cueva está protegida. No pueden acceder a ella. —El explorador señaló con la espada—. Allí está la entrada, a mitad de la pendiente, entre los arcianos. Aquella fisura de la roca.
—La veo —dijo Bran. Había cuervos que entraban y salían volando.
—Hodor —dijo Hodor al tiempo que intentaba buscar una postura más cómoda. —Solo veo un pliegue en la roca —dijo Meera.
—Hay un pasadizo, un arroyuelo que discurre por la piedra, empinado y tortuoso al principio. Si lo alcanzáis, estaréis a salvo.
— ¿Y tú? ¿Qué vas a hacer?
—La cueva está protegida.
—Desde aquí habrá poco más de mil pasos —dijo Meera, estudiando la fisura de la ladera.
«Sí —pensó Bran—, pero todos cuesta arriba.» La montaña era empinada y estaba poblada por una densa arboleda. Llevaba tres días sin nevar, pero la nieve aún no se había derretido y el suelo era una sábana blanca bajo los árboles, aún limpia y virgen.
—Aquí no hay nadie —dijo Bran, animado—. Mirad la nieve. No hay huellas.
—Los caminantes blancos se mueven ligeros por la nieve —contestó el explorador—. No veréis ningún rastro de su paso. —Un cuervo descendió de lo alto para posarse en su hombro. Solo los seguía una docena de grandes pájaros negros. Los demás habían ido desapareciendo durante la travesía; cada amanecer, al despertar, se encontraban con menos.

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Danza de Dragones
Fiksi IlmiahDaenerys Targaryen intenta mitigar el rastro de sangre y fuego que dejó en las Ciudades Libres e intenta erradicar la esclavitud de Meereen. Mientras, un enano parricida, un príncipe de incógnito, un capitán implacable y un enigmático caballero acud...