Daenerys

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Galazza Galare llegó a la Gran Pirámide escoltada por una docena de gracias blancas, muchachas de alta cuna tan jóvenes que aún no habían prestado su año de servicios en los jardines de placer del templo. La digna anciana vestida de verde, rodeada de cándidas niñas con túnica y velo blanco, era un hermoso espectáculo.

La reina les dio una cálida bienvenida y ordenó a Missandei que se encargara de que las niñas tuvieran comida y atención mientras ella cenaba en privado con la gracia verde.

Los cocineros habían preparado un magnífico banquete de cordero a la miel aromatizado con menta y acompañado de los pequeños higos verdes que tanto le gustaban. Dos de los rehenes favoritos de Dany les sirvieron la cena y se encargaron de que tuvieran las copas llenas en todo momento: eran una niñita de ojos inmensos llamada Qezza y un chico flacucho cuyo nombre era Grazhar. Eran hermanos entre sí y primos de la gracia verde, que los saludó con besos nada más llegar y les preguntó si habían sido buenos.

—Los dos son adorables —le aseguró Dany—. Qezza me canta a veces, porque tiene una voz preciosa, y ser Barristan ha estado instruyendo a Grazhar y a los otros muchachos en las artes de la caballería de Poniente.

—Son sangre de mi sangre —respondió la gracia verde mientras Qezza le llenaba la copa de vino rojo oscuro—. Me alegro de que os complazcan, esplendor. Espero poder hacer lo mismo. —La anciana tenía el pelo blanco y la piel apergaminada, pero los años no le habían nublado los ojos, tan verdes como su túnica, llenos de tristeza y sabiduría—. Perdonad que os lo diga, esplendor, pero parecéis cansada. ¿Estáis durmiendo lo necesario?

—La verdad es que no. —Dany tuvo que contenerse para no soltar una carcajada—. Anoche, tres galeras qarthienses subieron por el Skahazadhan al abrigo de la oscuridad. Los Hombres de la Madre les lanzaron flechas llameantes a las velas y calderos de brea hirviendo contra la cubierta, pero los barcos fueron rápidos y no sufrieron daños de consideración. Los qarthienses quieren cerramos el río, igual que nos han cerrado la bahía. Lo peor es que ya no están solos: se les han unido tres galeras del Nuevo Ghis y una carraca de Tolos. —Había propuesto una alianza a los tolosios, que respondieron llamándola puta y exigiéndole que devolviera Meereen a los grandes amos. Pero aun eso era mejor que la respuesta de Mantarys, que le llegó en un baúl de cedro que contenía las cabezas en salmuera de sus tres emisarios—. Tal vez vuestros dioses puedan ayudamos. Pedidles que envíen un temporal sobre las galeras de la bahía.

—Rezaré y haré sacrificios. Puede que los dioses de Ghis me escuchen. —Galazza Galare bebió un poco de vino, pero no apartó los ojos de Dany—. La tormenta no ruge solo tras la muralla de la ciudad, sino también entre ellos. Tengo entendido que anoche murieron más libertos.

—Tres. —Sintió un regusto amargo en la boca al decirlo—. Los cobardes atacaron a unas tejedoras, unas libertas que no habían hecho daño a nadie. Su único crimen era crear cosas bellas. Tengo sobre mi cama un tapiz que me regalaron. Los Hijos de la Arpía destruyeron su telar y las violaron antes de cortarles el cuello.

—Eso nos habían dicho. Y aun así, vuestro esplendor ha tenido el valor de responder a tal carnicería con clemencia. No habéis dañado a ninguno de los niños nobles que tenéis de rehenes.

—No, aún no. —Dany se había encariñado con sus jóvenes pupilos. Unos eran tímidos y otros traviesos, unos cariñosos y otros huraños, pero todos eran inocentes—. Si mato a mis coperos, ¿quién me servirá el vino y la cena? —comentó, tratando de tomárselo a la ligera. La sacerdotisa no sonrió.

—Se dice que el Cabeza Afeitada quiere echárselos a vuestros dragones. Vida por vida. Que quiere que muera un niño por cada bestia de bronce que caiga.

Danza de DragonesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora