Tyrion

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Durante largo rato no se movió: se limitó a yacer sobre el montón de sacos viejos que hacía las veces de cama, y a escuchar el viento entre los cabos y el susurro del río contra el casco.

La luna llena pendía sobre el mástil.

«Me sigue río abajo para vigilarme, como un ojo inmenso. —Pese a la calidez de las pieles polvorientas con que se cubría, el hombrecillo sintió un escalofrío—. Lo que me hace falta es una copa de vino. O una docena.» Pero la luna se apagaría antes de que el cabronazo de Grif le permitiera saciar su sed. Lo obligaba a beber agua, así que estaba condenado a noches de insomnio y días de temblores y sudor.

En enano se incorporó y se sujetó la cabeza entre las manos.

«¿He soñado?» No le quedaba ni el más leve recuerdo. Las noches nunca habían sido generosas con Tyrion Lannister, que dormía mal hasta en el más mullido lecho de plumas. En la Doncella Tímida tenía que dormir en el altillo de la cabina, con un rollo de cuerda a modo de almohada. Se encontraba mejor allí que en la abarrotada bodega del barco; el aire era más fresco, y los sonidos del río, más agradables que los ronquidos de Pato. Tanta comodidad tenía un precio, claro: la cubierta era dura, y se despertaba rígido y entumecido, con calambres y dolores en las piernas.

De hecho, en aquel momento le dolían intensamente, y tenía las pantorrillas duras como palos. Se las amasó con los dedos para aliviar el dolor, pero cuando se levantó tuvo que apretar los dientes.

«Tengo que bañarme.» La ropa de niño que llevaba olía a rayos, igual que él. Los demás se bañaban en el río, pero hasta entonces había preferido no acompañarlos. En los bajíos había visto tortugas capaces de partirlo en dos de un bocado. Pato las llamaba quebradoras. Además, Tyrion no quería que Lemore lo viera desnudo.

Había una escalerilla de madera para bajar del altillo. Tyrion se puso las botas y descendió hacia la cubierta de popa, donde estaba Grif envuelto en una capa de piel de lobo, junto a un brasero de hierro. El mercenario se encargaba de montar guardia toda la noche, por lo que se levantaba cuando el resto del grupo se iba a dormir y se retiraba al amanecer.

Tyrion se acuclilló a su lado y se calentó las manos sobre las brasas. En la orilla cantaban los ruiseñores.

—Pronto se hará de día —comentó a Grif.

—No tan pronto como me gustaría. Tenemos que ponernos en marcha ya.

Si de Grif hubiera dependido, la Doncella Tímida habría seguido navegando río abajo también de noche, pero Yandry e Ysilla se negaban a poner en peligro su barcaza en la oscuridad. El Alto Rhoyne estaba lleno de troncos sumergidos y a la deriva capaces de destrozar el casco de la Doncella Tímida. Pero Grif no quería excusas; lo que quería era llegar a Volantis.

Los ojos del mercenario no dejaban de moverse, siempre escudriñando la oscuridad en busca de... ¿De qué?

«¿Piratas? ¿Hombres de piedra? ¿Cazadores de esclavos?» El enano sabía que el río era peligroso, pero Grif no le parecía inofensivo en absoluto. Le recordaba a Bronn, solo que Bronn tenía el negro sentido del humor propio de un mercenario, cosa de la que Grif carecía por completo.

—Mataría por una copa de vino —masculló Tyrion.

Grif no respondió. «Morirás antes de obtenerla», parecían decir sus ojos claros. Tyrion había cogido una borrachera monumental la primera noche que pasó a bordo de la Doncella Tímida, y al día siguiente se despertó con una pelea de dragones dentro de la cabeza. Grif lo miró vomitar por la borda de la barcaza.

Danza de DragonesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora