La rata chilló cuando la mordió, y se retorció frenética entre sus manos, ansiosa por escapar. La barriga era lo más tierno. Arrancó la deliciosa carne con los dientes, y la sangre caliente le corrió por los labios. Estaba tan buena que los ojos se le llenaron de lágrimas. Su estómago rugió, y tragó. Al tercer mordisco, la rata había dejado de debatirse, y él estaba casi satisfecho.
Fue entonces cuando Oyó voces al otro lado de la puerta de la mazmorra.
Se quedó inmóvil al instante, sin atreverse ni a masticar. Tenía la boca llena de sangre, carne y pelo, pero no se atrevía a tragar ni a escupir. Escuchó aterrado el susurro de las botas y el tintineo de las llaves, rígido como la piedra.
«No —pensó—, no, por favor, dioses, ahora no, ahora no. —Había tardado tanto en cazar la rata... —. Si me descubren, me la quitarán y se lo dirán a lord Ramsay, y me hará daño.»
Sabía que lo mejor sería esconder la rata, pero tenía tanta hambre... Hacía dos días que no comía nada, tal vez tres. Allí abajo, a oscuras, no era fácil saberlo. Tenía los brazos y las piernas flacos como juncos, pero el vientre hinchado, hueco, y le dolía tanto que no le dejaba dormir. Cada vez que cerraba los ojos se acordaba de lady Hornwood. Tras la boda, lord Ramsay la había encerrado en una torre y la había dejado morir de hambre. Al final, la mujer se había comido sus propios dedos.
Se acuclilló en un rincón de la celda, con su trofeo aferrado bajo la barbilla. La sangre le corría por las comisuras de los labios mientras mordisqueaba la rata con los pocos dientes que le quedaban, intentando tragar tanta carne como fuera posible antes de que se abriera la puerta de la celda. Estaba correosa, pero tan suculenta que creyó que se pondría enfermo. Masticó, tragó y se sacó los huesecillos de los agujeros de las encías, allí donde le habían arrancado los dientes. Le resultaba doloroso tragar, pero tenía tanta hambre que no podía parar.
Los sonidos se acercaban cada vez más.
«Por favor, dioses, que no venga a por mí. —Había más celdas, más prisioneros; a veces los oía gritar a pesar de los gruesos muros de piedra—. Las mujeres siempre gritan más. —Chupó la carne cruda y trató de escupir un hueso de pata, pero apenas tuvo fuerza para hacerlo asomar por encima del labio y se le quedó enredado en la barba—. Marchaos —rogó—, marchaos, pasad de largo, por favor, por favor.»
Pero las pisadas se detuvieron justo cuando el sonido era más fuerte, y las llaves tintinearon justo ante su puerta. La rata se le escurrió de las manos; se limpió los dedos ensangrentados en los calzones.
—No—murmuró—. ¡Nooo!
Rascó la paja del suelo con los talones en un intento desesperado de encajarse en la esquina, de fundirse con las húmedas paredes de piedra fría.
Lo más espantoso fue el sonido de la llave al girar en la cerradura. Cuando la luz le dio de pleno en la cara, lanzó un grito y tuvo que taparse los ojos con las manos; si se hubiera atrevido, se los habría arrancado. Tenía la cabeza a punto de estallar.
—No, por favor, lleváosla, pero a oscuras, por favor.
—No es él —dijo una voz de muchacho—. Míralo; nos hemos equivocado de celda.
—La última de la izquierda —replicó el otro chico—. Y esta es la última celda de la izquierda, ¿no?
—Sí. —Pausa—. ¿Qué dice?
—Me parece que no le gusta la luz.
— ¿Te gustaría a ti si tuvieras esas pintas? —Escupió a un lado—. ¡Y qué peste! Voy a vomitar.
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Danza de Dragones
Science FictionDaenerys Targaryen intenta mitigar el rastro de sangre y fuego que dejó en las Ciudades Libres e intenta erradicar la esclavitud de Meereen. Mientras, un enano parricida, un príncipe de incógnito, un capitán implacable y un enigmático caballero acud...