Jon

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Llevaron ante él al Rey-más-allá-del-Muro con las manos atadas y una soga al cuello.

El otro cabo de la soga iba amarrado a la silla de montar del corcel de ser Godry Farring. El Masacragigantes y su montura iban acorazados con acero nielado; Mance Rayder solo vestía una túnica fina que le dejaba las extremidades expuestas al frío.

«Podrían haberle dejado la capa —pensó Jon Nieve—, la que le remendó aquella salvaje con tiras de seda roja.» No era de extrañar que el Muro llorase.

—Mance conoce el bosque Encantado mejor que ningún explorador —le había dicho Jon al rey Stannis, en un último intento de convencerlo de que el Rey-más-allá-del-Muro les sería más útil vivo que muerto—. Conoce a Tormund Matagigantes; ha luchado contra los Otros; ha tenido en su poder el Cuerno de Joramun y no lo ha hecho sonar. No destruyó el Muro cuando tuvo ocasión.

Pero sus palabras encontraron oídos sordos. Stannis no se había inmutado. La ley era clara: la deserción se pagaba con la muerte.

Bajo las lágrimas del Muro, lady Melisandre alzó las pálidas manos.

—Todos debemos escoger —proclamó—. Hombres y mujeres, jóvenes y ancianos, señores y plebeyos; nuestras decisiones tienen el mismo valor. —Al oír su voz, Jon Nieve casi percibió el olor de anís, nuez moscada y clavo. Estaba junto al rey, en un cadalso de madera situado sobre el foso—. Escogemos la luz o escogemos la oscuridad. Escogemos el bien o escogemos el mal. Escogemos a los dioses verdaderos o a los falsos.

Mientras Mance Rayder caminaba, el viento hizo que la espesa melena castaña le tapara la cara. Se la apartó de los ojos con las manos atadas, sin dejar de sonreír. Pero cuando vio la jaula, de repente perdió el coraje. Los hombres de la reina la habían construido con árboles del bosque Encantado, con brotes y ramas flexibles, con troncos de pino pegajosos por la resina y con dedos de arciano blancos como huesos. Las habían doblado y enroscado hasta tejer un entramado de madera, que habían colgado a bastante altura sobre un foso profundo lleno de leños, hojas y astillas. El rey salvaje retrocedió ante su visión.

—No —gritó—. Piedad. No es justo, no soy el rey, no...

Un tirón de la cuerda por parte de ser Godry zanjó las protestas, y el Rey-más-allá-del-Muro no tuvo más remedio que avanzar a trompicones.

Perdió el equilibrio, y Godry lo llevó a rastras el resto del trayecto. Mance estaba cubierto de sangre cuando los hombres de la reina lo empujaron a la jaula. Después, media docena de hombres de armas aunaron esfuerzos para elevarlo ante la mirada de lady Melisandre.

— ¡Pueblo libre! Aquí tenéis a vuestro rey de las mentiras. Y aquí está el cuerno con el que aseguró que derribaría el Muro. —Dos hombres de la reina presentaron el Cuerno de Joramun, negro con bandas de oro viejo, seis codos de punta a punta. Las bandas doradas estaban grabadas con runas, la escritura de los primeros hombres. Joramun había muerto miles de años atrás, pero Mance había encontrado su tumba bajo un glaciar, en las cumbres de los Colmillos Helados. «Y Joramun hizo sonar el Cuerno del Invierno, y despertó a los gigantes de la tierra.» Según Ygritte, Mance no había llegado a encontrar el cuerno.

«O mentía, o Mance ni siquiera reveló el secreto a los suyos.»

Mil cautivos observaron entre los listones de la empalizada cómo alzaban el Cuerno de Joramun. Todos vestían harapos y estaban medio muertos de hambre. En los Siete Reinos los llamaban «salvajes»; ellos se autodenominaban «el pueblo libre». No parecían libres ni salvajes; solo hambrientos, asustados y aturdidos.

— ¿El Cuerno de Joramun? —Continuó Melisandre—. No, es el cuerno de la oscuridad. Si cae el Muro, también caerá la noche, la larga noche que no termina jamás. ¡No será así! El Señor de Luz ha visto a sus hijos en peligro y les ha enviado un campeón, Azor Ahai redivivo. —Hizo un gesto hacia Stannis con la mano, y la luz centelleó en el gran rubí que llevaba al cuello.

Danza de DragonesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora