En la puerta del país

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     Inmediatamente después de que Eduard nos contó todo lo que sabía, Madamme Súniga nos dio ropa a cada uno de nosotros menos a Eduard porque él traía un atuendo dentro de su mochila.

     Mía y yo nos cambiamos una por una dentro del baño, teníamos una especie de vestidos bonitos pero en no tan buen estado, parecían del siglo XVIII y los tonos que más sobresalían eran los opacos; mi vestido era marrón opaco y el de Mía un azul opaco.

—Quizá se ven opacos porque están sucios —mencionó ella riendo y oliendo el vestido—. Me rectifico, no están sucios porque huelen bien.

     Saqué de mi mochila una pequeña casaca marrón y me la puse porque Eduard nos dijo que aun faltaba caminar para llegar al lugar donde estaba la puerta. Después de que todos estábamos vestidos como personajes salidos del pasado tuvimos que partir.

     Madamme Súniga se despidió de nosotros como si fuéramos a un lugar cercano y me regaló un collar delgado que contenía una piedra rosada en forma de hexágono, le agradecí mucho y después de abrazarla salí presionando muy fuerte el collar en mi mano.

     En lugar de salir de la pequeña casa de madera y regresar como normalmente regresábamos, Eduard nos dijo que nuestro lugar de destino estaba mucho más adentrado en el bosque. Confié en él porque había algo que me inspiraba confianza y no era solo su agradable sonrisa, todo de él me agradaba mucho y decidí que lo mejor sería ir a su lado. Corrí un poco para poder ir a su paso pero parecía que él no me notaba ya que estaba siguiendo un punto fijo con la mirada.

—¿Falta mucho para llegar? —pregunté sonriendo.
—En una hora aproximadamente llegamos —respondió un poco serio sin mirarme—, puedes regresar con tus amigos.

     No le respondí y regresé al lado de Joel, Eduard seguía caminando tranquilo y serio. Al rededor empezaron a escucharse sonidos extraños de aves y animales desconocidos para mi, Eduard oía todos los sonidos y los sabía diferenciar porque cuando avanzábamos nos iba diciendo “es un ave llamada...” o “esta serpiente no hace daño” pero no sonreía y eso me pareció muy extraño.

—¿Por qué está tan serio? —me preguntó Mía en susurros.
—No lo sé —respondí hablando lo más bajo que podía.
—Me gustaría seguir siendo agradable con ustedes pero aquí deben estar serios y alerta —habló Eduard quien había escuchado nuestros susurros—, tómenlo como una practica para lo que se viene, imaginen que ya hemos llegado.

     Joel me tomó de la mano instintivamente para protegerme de algo, pero no sabía de qué. Continuamos caminando, Eduard seguía serio y nosotros empezamos a oír solo el movimiento de las plantas el cual era un poco aterrador, prefería oír el sonido de los animales del bosque.

     Joel presionó más fuerte mi mano derecha y yo presionaba muy fuerte el collar que tenía en la mano izquierda cuando de pronto alguien gritó: ¡Agáchense! Y sin darnos cuenta por encima nuestro volaron muchas aves grises y extrañas, podía sentir sus plumas revoloteando por todo mi cuerpo como si me estuvieran examinando y oía los gritos desesperados de Mía.

—¡Dejen en paz a mi amiga! —grité soltando la mano de Joel y poniéndome en pie. Las grandes aves seguían revoloteando por todas partes y yo me movía de todas formas para no lastimarlas y que no me lastimen, miré a todas partes para asegurarme de que todos estaban ahí y noté que esas aves nos atacaban solo a Steve, Joel, Mía y a mi. Eduard estaba cruzado de brazos mirando la escena, él se encontraba recostado a un árbol.

     Me enfurecí y me fijé que por todo el piso habían semillas; las aves no habían ido a atacarnos, las aves llegaron a comer. Rápidamente les dije a los tres que se levanten y caminen hacia donde estaba el joven traicionero y cuando salimos del circulo lleno de semillas las aves se tranquilizaron y comieron ignorándonos por completo.

Entre las piedras [Borrador]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora