Decir la verdad

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      No recuerdo en qué momento me quedé dormida, no recuerdo qué más pasó aquella noche de luna llena pero recuerdo claramente que a la mañana siguiente la puerta de la celda se abrió y un hombre mucho más alto que yo se inclinó para saludarnos a Ed y a mi.

—Buenos días jóvenes —avisó—. La reina Irina los espera en el patio de visitas para hablar con ustedes.
—Buenos días —respondí mientras doblaba aquella manta blanca que me regalaron al comprar el vestido, Ed sonrió susurrando un “buenos díasy seguimos al guardia.

     Nos llevó por una serie de caminos empedrados, habían más celdas pequeñas pero estaban vacías y cada seis pasos un pequeño rectángulo nos alumbraba el camino. Continuamos caminando sin hablar, el guardia iba delante de nosotros y Ed iba a mi lado;  juntos seguíamos avanzando en paso lento, no sabíamos lo que nos esperaba al llegar a aquel patio.

—Antes de ingresar deben cambiar sus vestiduras —indicó el gran hombre. Ed y yo nos miramos extrañados, el hombre nos abrió una puerta pensando que sabíamos qué había dentro.

—¿Qué hay ahí dentro? —dijo mi supuesto primo.
—Adentro está la ropa, por favor joven Ed-uard debe ingresar —solté una pequeña risa al oír el nombre completo de Ed mal pronunciado por aquel gran hombre. Eduard ingresó y el guardia le cerró la puerta, oí la voz de Eduard diciendo que no veía nada y que no lograba encontrar la ropa, el guardia abrió la puerta y salio mi joven compañero con un traje muy bonito y limpio.

—Es su turno de ingresar señorita Dev-o-rah, por favor no haga tanto ruido como su joven primo —asentí nerviosa y extrañada de que aquel guardia llamó “joven primo” al chico que finalmente era mi primo.

     El cuarto estaba oscuro, fueron los peores cinco segundos de mi vida porque sentía como si pequeños animales treparan por mi cuerpo, sentí que se extendían por mis brazos ligeramente y cubrían una parte de mi cuello... Me quedé quieta deseando que se abra la puerta de inmediato, cerré fuertemente los ojos y cuando vi la luz del pasadizo salí velozmente con un hermoso vestido palo rosa corto pero que tenía aplicaciones de encaje cubriendo por completo mis brazos y parte de mi cuello, también noté que estaba llevando zapatos muy bajos de color rosado.

     El hombre nos hizo una seña para seguir caminando, bajamos una gran escalera y al llegar al primer piso nos esperó una puerta muy grande la cual se abrió sola, ingresamos con un poco de nerviosismo y después de recorrer todo el lugar con la mirada me di cuenta de que no había nadie.

—Pónganse cómodos, en unos instantes vendrán los demás.

     Eduard y yo caminamos hasta llegar a unos muebles en el centro de aquel lugar llamado patio, sabíamos que no estábamos solos al igual que la primera vez que entramos al castillo.

—¿Crees que lo que dice en la carta es verdad? —me preguntó. Noté que entrecerró ligeramente los ojos.
—No estoy segura, ahora todo eso nos puede parecer real pero nunca sabremos lo que pasó realmente hasta que...
—¡Buenos días! —Una voz chillona interrumpió mis palabras, era la voz de una hermosa niña que aparentaba tener seis años de edad. Ella era muy blanca y pecosa, su cabello era rubio al igual que que el de la reina pero sus ojos eran verdes y cristalinos. Se acercó corriendo y se sentó al frente de nosotros en un cómodo mueble rosado.
—Buenos días —le respondí analizando su vestido que era exactamente igual que el mío.
—¿Están listos para tomar el té? —preguntó juguetona—, yo prefiero el té con frutas del bosque porque son muy deliciosas.
—¿Cuál es tu nombre? —dijo Eduard mientras se arrodillaba frente a aquella niña, se le veía muy tierno.
—Yo soy A-da-li-na —separó en sílabas su nombre—, pero ustedes me pueden llamar Adalina.
—Yo soy Eduard y ella es Devorah —siguió socializando al mismo tiempo que me señalaba.
—¡Lo sé! Yo sé mucho, mamá me había hablado sobre ustedes y por eso los invité a tomar el té conmigo.

     Quería preguntarle quien era su mamá y cuantos años tenía pero la pequeña Adalina se levantó de inmediato y empezó a correr extendiendo sus brazos mientras tarareaba la canción que canté mientras estaba encerrada en la celda con Eduard.

—¡Adalina! —bastó con oír su nombre de esa forma para que se de cuenta de que estaba en problemas, dejó de cantar y volteó despacio hacia la puerta para recibir su castigo.

     La reina Irina se encontraba junto a su esposo, ambos llevaban una gran corona que indicaba el poder que tenían sin contar la cantidad de detalles de oro y piedras brillantes en su vestimenta.

—No debes correr en el patio de visitas mientras hay visita —empezó a hablar seria cruzando los brazos—, ahora tienes prohibido darle de comer a las aves reales, lo haré yo.
—¡Mamá!
—¡Adalina!
—Está bien... —dijo finalmente la pequeña niña mientras salía dejándonos a los cuatro en la sala.

     Los nervios habían vuelto a apoderarse de mi pero por primera vez en mi vida decidí enfrentarlos.

—Su hija es muy hermosa —dije— ¿Cuántos años tiene?
—Es hermosa y aún tiene que aprender muchas cosas de la vida para que llegue a ser reina algún día, —habló el rey quien notablemente era una gran persona— este año cumple siete mil doscientos uno, celebraremos a lo grande... Esperamos verlos ahí.

     Continuamos intercambiando pequeñas frases sobre la niña que era mayor que yo por miles de años, ellos se sentaron frente a nosotros y ordenaron que se retiren los guardias a los cuales no podíamos ver. Oí pasos saliendo de aquella sala y empezó lo importante.

—Antes de empezar me gustaría saber dónde están los demás...
—Ellos están cada uno en una de las habitaciones reales, no se preocupen por sus amigos, están muy bien atendidos —le respondió la reina. Yo me enojé.
—Disculpe el atrevimiento pero... ¿Me puede decir por qué nosotros estuvimos encerrados en una celda y ellos en un cuarto real? —pregunté un poco ofuscada.
—Si hubieran dormido en un cuarto real ahorita estarían de regreso a su tierra; sabemos que en aquella celda encontraron la carta que dejó su abuelo, nosotros quisimos que la lean para que sepan la verdad —respondió el rey tranquilamente.
—Eso quiere decir que es verdad —susurró Ed mirándome.
—Correcto —el rey chasqueó los dedos.

      Continuamos conversando de diversos temas, Eduard y yo hacíamos varias preguntas pero ninguna tenía que ver con Adalaisa... Algo hizo que mágicamente olvidemos el verdadero motivo de nuestra visita.

Entre las piedras [Borrador]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora