En el castillo

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     Las escaleras eran hechas de piedra y estaban un poco resbaladizas, me alegraba que nosotros estábamos descalzos porque así se nos hacía más fácil bajar; todos a nuestro alrededor estaban descalzos y llevaban ropa parecida a la nuestra, sentía que pertenecíamos a aquel lugar.

      Llegamos a una especie de mercado, vimos a muchos comerciantes quienes se habían adueñado del lugar intercambiando piedras bonitas por diferentes accesorios o ropa. Mía y yo nos miramos y sonreímos al ver que habían vestidos bonitos, me acerqué a ella y le agarré el hombro para empujarla un poco hacia el puesto de ropa en común que habíamos visto.

—¡Vengan aquí! —exclamé llamando a los chicos. Ellos se acercaron y cuando estuvieron cerca les dije— Mía y yo no podemos presentarnos ante la reina con esta ropa, saquen las piedras que nos regaló el señor Jeb y compremos ropa para ponernos antes de ingresar al castillo.

     Ed se puso frente al hombre que era el encargado de intercambiar la ropa por las piedras y le preguntó cuantas piedras valían un vestido bonito:

—Son dos piedras por vestido —respondió el hombre mientras nos señalaba los vestidos que tenían colgados.

     Eduard sacó cuatro piedras y se las entregó al señor a cambio de que nos entregue dos vestidos, sinceramente pensé que nosotras íbamos a elegir nuestro atuendo pero no fue así. El hombre vendedor llamó a una mujer delgada y un poco más baja que él, ella sonrió amablemente y nos indicó que la sigamos, volteé a ver a Ed y él asintió indicándome que no era peligroso seguir a la mujer.

—¿Esto es seguro? —me preguntó Mía en susurros, yo asentí mostrando una sonrisa nerviosa mientras caminábamos unos pasos más.

     La mujer nos llevó hasta una especie de casa donde tenía cuartos muy pequeños dentro que servían para que las personas se prueben la ropa, la mujer nos entregó un vestido a cada una y nos hizo entrar a cuartos contiguos. El cuarto que yo usé era muy pequeño donde apenas podía entrar cómodamente, el vestido que ella me había entregado era blanco y me quedaba dos centímetros debajo de la rodilla, tenía detalles tejidos y me sentía cómoda.

     Salí del pequeño cuarto y me di con la sorpresa de que la mujer que nos había entregado los vestidos estaba sosteniendo un gran espejo delante de Mía quien llevaba un vestido verde diferente al mío, el de ella era un poco más largo y con menos detalles. Cuando la mujer me vio acercarme a ella volteó el espejo poniéndolo delante de mi y cuando vi mi reflejo pude apreciar la gran elección de aquella mujer.

—¿Están contentas con la elección? —nos preguntó sonriendo—, rápidamente analicé su contextura y tono de piel para poder elegir el vestido perfecto. ¿Me dicen a dónde irán con ellos puestos?
—¡Me encantó este vestido! —gritó Mía girando para que notemos el vuelo.
—Nunca habría elegido un vestido blanco, pero este ha sido la mejor elección que usted pudo hacer —le comenté sonriendo y mirando aún mi reflejo—. Tenemos pensado ir al castillo... ¿Alguna recomendación?

     Ella movió el espejo y lo puso detrás de una cortina, se acercó un poco a nosotras sin decir nada empezó a peinarme, tenía unos alambres pequeños con los cuales realizó un peinado que no pude apreciar bien pero llevaba más de la mitad del cabello suelto y para el toque final sacó de su bolsillo pequeños papeles de colores con los cuales formó hermosas flores falsas para envolver el alambre. A Mía le realizó una cola de caballo alta, la amarró con alambre y lo rodeó de papel verde muy bonito.

—Es cortesía de la casa —dijo—, espero que vuelvan pronto y no tengo que recomendarles nada porque la reina Irina la Majestuosa es la reina más noble y dulce que podríamos tener.

      Antes de salir de la pequeña casa la mujer me entregó una especie de manta del mismo color y textura del vestido para cubrirme en el momento necesario.

Entre las piedras [Borrador]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora