Retorno

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—¿Cómo pudo pasar eso? —pregunté algo confundida.
—Ella tiene poderes irreversibles, —comentó el rey— si Irina toma una decisión y manifiesta algo yo puedo hacer que se deshaga esa manifestación, pero cuando Adalaisa hace algo no hay nada que pueda detener sus poderes, solo esa torre pero ahora ya no esta ahí.

     Abracé instintivamente a Adalina, todos estábamos muy preocupados y no sabíamos qué hacer.

—Si estamos aquí no podrá lastimarnos —dijo la reina.
—Pero puede lastimar a los pobladores —hablé— ¿cómo van las cosas afuera?

    El rey pasó su mano por ese pozo extraño y la imagen cambio, el enfoque pasó a ser el de una plaza y las personas estaban tranquilas, seguimos observando las demás calles y algunos otros lugares, todo parecía estar bien.

—Ella está aquí, la puedo oír —susurró Adalina abriendo los ojos.
El rey cambió el enfoque y esta vez revisamos uno por uno los pasadizos del castillo. Las luces se apagaron.

    Los segundos que pasaron fueron los más aterradores, la pequeña Adalina no me soltaba y mi corazón latía muy rápido. Sabíamos que aquella mujer estaba en el castillo pero no sabíamos en qué parte estaba exactamente, teníamos miedo de que entre y nos ataque o que lastime a la familia real.

    Seguíamos viendo los pasadizos esperando no encontrarla pero pasó todo lo contrario, ella se encontraba muy cerca a la habitación donde se estaban escondiendo las demás personas que vivían en el castillo. Ella tenía una actitud muy prepotente, jamás había salido de aquella torre y jamás había aprendido a usar sus poderes, no sabía qué esperar.

—Envíenme con ella —hablé.
Los reyes se miraron seriamente y volví a repetir mi pedido.

—Es peligroso Devorah, ella siempre fue mala... —quiso que cambie de opinión.
—Disculpe su alteza Irina, pero a su hermana Adalaisa jamás le dieron la oportunidad de saber si es buena o no, ella no tuvo la culpa de que al nacer fallezca su madre y por ese suceso le echaron la culpa de todas las desgracias.

    Las palabras salieron de mi boca sin darme cuenta, eran palabras fugaces pero ciertas. Recordé aquella vez en el calabozo cuando Eduard y yo vimos a aquella estrella hermosa brillando justo antes de que otros cuerpos celestes cubran su luz por completo.

—No la conoces... —quiso defender el rey.
—Yo sí —esta vez mi primo tomó la palabra— yo viví con ella durante cinco años. Las personas solo pueden fingir durante dos años, después de ese tiempo sin querer muestran su verdadero ser...
—¿La están defendiendo? —preguntó Joel— Ella fue la culpable de todos los malos ratos que vivió Devorah, ella fue la culpable de que se borre la sonrisa de su rostro y ahora la defienden.
—¿Y quién fue el culpable de que ella sea así? —reclamé— Reyes, ustedes no tienen la culpa pero sus padres sí, ellos decidieron encerrar a una bebé, la alejaron de su familia. Imaginen cómo sería Adalina si a ella la hubiesen encerrado en una torre al igual que a Adalaisa.
—Tendría mucho miedo de estar sola —respondió ella— si ustedes me encerraban yo hubiera intentado escapar, me da miedo la oscuridad.

     No sé en qué momento pasé de tenerle miedo a esa mujer a tenerle lástima. Me sentía mal por lo que había vivido y quería hablar con ella, otra vez pensé que ella entendería y sería buena persona, siempre creí que ella se portaría bien.

—Si ustedes quieren pueden ir con ella —habló la reina— los estaremos vigilando y si necesitan ayuda llegaremos de inmediato.

    Eduard me miró y asentí, Joel se quedó junto con Adalina quien estaba empezando a temblar. Eduard y yo seguimos unas escaleras del otro lado de la habitación, corrimos siguiendo el único callejón que había y llegamos al salón de juegos.

—¡Adalaisa! —empecé a llamar esperando que se acerque, no tenía nada con qué defenderme— ¿Te acuerdas de mi?

    Caminamos unos pasillos mas allá buscándola, llamamos su nombre pero todo estaba oscuro y no podíamos verla. Oímos un ruido en la habitación de Adalina y entramos despacio, la puerta se cerró con nosotros ahí dentro.

—¡Cómo olvidarte, niña tonta! —vociferó la mujer. Quien se encontraba cerca a nosotros.
—Pensé que habías cambiado —dije— ¿qué quieres aquí? ¿por qué haces todo esto?
—Es una pequeña diversión, tuve que buscar miles de formas hasta que por fin encontré la llave que este joven no pudo encontrar —comentó riendo y caminando de un lado a otro. No la podíamos ver pero sentíamos sus movimientos.
—¿Para qué viniste al castillo? —preguntó Ed. Sabíamos que los reyes nos estaban mirando, queríamos demostrar que en el fondo Adalaisa no era mala.

—Quise divertirme un rato —repitió— quiero saber si les gusta a todos estar dentro de un lugar con oscuridad infinita.

—¿Le has hecho daño a alguien más? —pregunté— ¿cómo te contactaste con nosotros para entrar en nuestros sueños?
—Ay niña tonta, me aburre mucho el diálogo.

    Continuó caminando por el lugar, agarró un objeto que encontró y lo rompió. El cuarto de Adalina estaba lleno de objetos pintados por ella, a Adalina le gustaba pintar.

—Veo que ya saben la verdad —agregó Adalaisa— ya descubrieron que somos familia. Eso hacía fácil que me contacte con ustedes...

    El problema no era con nosotros, el problema era con los reyes. Adalaisa empezó a hablar sobre sus planes, dijo que quería quedarse a vivir en el castillo y que quería llenar de oscuridad todo el lugar para que sientan lo que ella sintió tanto tiempo. Traté de hablar con ella y hacerla entrar en razón, Eduard hacía lo mismo hasta que alguien nos interrumpió.

—Querida hermana, un gusto conocerte —dijo Adalaisa al ver entrar a Irina.
—Pensé que jamás te vería —respondió ella— ¿podemos hablar tranquilamente a solas?
—Estoy portándome de manera tranquila, si te refieres a la luz acostúmbrate porque ahora el castillo estará en las tinieblas —respondió.
—Adalaisa, regresa la luz... No te echaré pero vuelve todo a su normalidad.
—¿Estás segura? ¿quieres que vuelva todo a su normalidad? —preguntó Adalaisa riendo.
—Sí, hazlo.

    Entonces todo giró a mi alrededor, oía cada vez menos, las voces de la reina Irina gritando mi nombre se escuchaban más distantes y las risas de Adalaisa igual. Sentí un extraño dolor en la cabeza, el piso estaba duro y el sol brillaba por encima de mi cabeza.

—¿Qué pasó? —preguntó Mía.
—Estamos de vuelta —respondí.

Entre las piedras [Borrador]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora