En el auto del papá de Steve

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      El auto del papá de Steve, por adentro, parecía mucho más grande que por afuera; tenía un amplio espacio donde felizmente podían entrar seis personas sin contar los asientos del piloto y copiloto. Los cuatro nos ubicamos al fondo; Mía iba al lado de la ventana izquierda del auto, luego continuaba yo, a mi lado se encontraba Joel y pegado a la ventana derecha estaba sentado cómodamente Steve.

      El hombre de negro, antes de ingresar al auto, le alcanzó a Steve una caja metálica de color plateado y cerró la puerta, se ubicó rápidamente en el asiento de adelante y prendió una pequeña pantalla donde se veían una serie de mapas y coordenadas. Amplió la imagen y presionó en un punto de color rojo.

—Según mi guía estaremos llegando en tres horas, si se sienten mal presionen el botón azul para detenernos y si desean ir al baño avísenme antes de que sea demasiado tarde ¿están de acuerdo? —indicó.
—¡Sí! —respondieron Joel y Mía al mismo tiempo.
—Está bien, muchas gracias —respondí sonriendo. Él me miró e inclinó su cabeza asintiendo.
—¡Partimos! —habló fuerte Steve e inmediatamente el señor empezó a conducir.

    Steve tenía la caja encima de sus piernas, aún no la abría. Mía empezó a tararear una canción y yo la seguí en el coro, después de cinco minutos ya estábamos cantando muy fuerte sin darnos cuenta y el chofer sin detener el auto presionó algo en la parte de adelante y una cortina negra apareció de la nada dividiendo nuestro espacio dejándonos separados de él.

     A Mía y a mi nos dio risa la actitud del chofer frente a nuestras melodiosas voces pero sin dejar de reír continuamos cantando. Minutos después Steve dejó de mirar por la ventana y abrió esa caja que tenía apoyada en sus piernas, dentro de la caja habían dos cajas pequeñas, abrió la primera y ésta contenía un paquete de algodón, una botella pequeña de alcohol, bolsas de papel dobladas, algunas pastillas y una cinta negra para medir la temperatura.

—¿Para qué son las bolsas de papel? —preguntó Mía quien estaba al pendiente de todos los movimientos que daba Steve.
—Para las náuseas —dijo él señalando esa primera caja que contenía todo lo mencionado antes— mi mamá quiere que lleve esto a todas partes.

    A continuación abrió la siguiente caja de al lado y sacó pequeñas bolsitas son pasas, maní y cosas saludables; nos dio dos a cada uno y nos dijo que lo tengamos siempre en nuestro bolsillo, sacó también unas bolsas extrañas como de tres centímetros para que las guardemos bien junto con esas pasas. No tenía idea de el uso que iban a tener esas bolsas pequeñas pero igual las guardé recordando que la primera vez que fui a casa de Madamme Súniga me perdí en el bosque con Joel.

—¿Tu mamá también quiere que guardemos todo esto? —le pregunté algo graciosa.
—Sí —él también rió— nunca se sabe cuando lo vamos a necesitar.

    La mamá de Steve me estaba empezando a caer bien, siempre había oído que era una gran persona por todo lo que hacía ayudando a los demás junto con su esposo pero no pensé que sería tan cuidadosa con Steve, su hijo único. Siempre creí que a Steve le daban todo para que él se cuide solo pero en aquel momento me di cuenta que no era así.

   Por la ventana al lado de Mía podíamos ver paisajes hermosos, observamos que al otro lado de la carretera en la que íbamos –al lado de Steve– se encontraba un abismo enorme y al final de él veíamos un hermoso río cuyas aguas se notaban cristalinas y brillantes. Por la ventana del lado de Mía se empezó a ver una gran extensión de plantas, árboles, con una que otra casa en el centro, habían varios animales comiendo y se notaba que ya estábamos fuera de nuestra ciudad. Mía me preguntó si todo iba bien y le dije que sí, en realidad sentía un poco de tristeza por algo que no pasó y es mejor que no haya pasado; imaginé qué sería de todos ahora si yo no hubiera despertado de ese sueño, quizá solo estarían tristes mis padres o quizá hubieran dejado que yo luche sola sin saber lo que pasaba realmente en mi interior. Me volteé para abrazar a Joel y recosté mi cabeza en su hombro, no quería pensar en cosas feas porque ya todo iba bien pero sin querer me estaba volviendo a meter en el gran problema.

—No pienses cosas feas, pequeña —me dijo Joel después de darme un beso en la frente, inmediatamente supe que todos sabían mi miedo, me di cuenta de que Joel, Steve y Mía sabían exactamente lo que sentía y no me dejarían sola.
—No quiero estar sola de nuevo —respondí.
—Ahora estamos todos juntos en esto —comentó Steve— los cuatro.

    Continuamos el trayecto conversando sobre diversos temas, estábamos explicándole a Steve el camino que seguiríamos hasta la casa de Madamme Súniga y qué haríamos cuando lleguemos pero sin dar detalles del sueño porque no queríamos que el chofer escuche algo cuando de pronto hubo un sonido estruendoso y solté un grito de miedo, miré a ambos lados y me di cuenta que Steve había presionado el botón azul y el auto se detuvo.

    Steve bajó rápidamente del carro llevando una bolsa de papel en la mano, se acercó lo más que pudo al abismo que había de su lado y puso esa bolsa de papel a la altura de su boca, se sentía mal y esperamos a que se recupere unos minutos. Ahí recién entendí por qué la mamá de Steve no quiso que él viaje en un bus como los que llegan a la Plaza de los Ángeles, un bus normal no se iba a detener cada vez que Steve lo pida. Nuestro nuevos amigo estaba pálido y parecía mareado.

     Continuamos con el viaje, faltaba tan solo una hora para llegar al pueblo pero cada diez minutos Steve presionaba el botón azul y nos veíamos obligados a detenernos en medio de la pista por cinco minutos aproximadamente. Terminamos llegando una hora y media después de la hora prevista.

     Habíamos salido a las nueve de la mañana, el trayecto duró cuatro horas y cuando estuvimos en la puerta de la casa de mis tíos era exactamente las una de la tarde. Nos estacionamos en la puerta trasera de la casa, cerca a toda esa bonita vista de árboles y plantas, justo donde besé por primera vez a Joel... Me trajo tantos recuerdos estar ahí de nuevo.

—¿Recuerdas la vez que estuvimos corriendo por aquí? —preguntó con esa sonrisa hermosa en su rostro.
—¡Recuerdo todo, Joel! —exclamé riendo— también recuerdo cuando nos caímos.
—¡Y yo recuerdo cuando me levantaste en la madrugada y vi tu cabello! Estaba como si hubieras peleado con una bestia salvaje —Mía empezó a reír. Yo le lancé una mirada de enojada pero reí de inmediato.

    Steve nos interrumpió diciendo que alguien acercaba a nosotros, era mi tío Max trayendo consigo su alegría, les indiqué que debíamos bajar del auto y eso hicimos. El señor que conducía se presentó, luego empezó a interrogar a mi tío amablemente, Steve le volvió a decir que ya era suficiente y el hombre sonrió justo antes de ir a bajar las cuatro pequeñas maletas que estaban en la parte trasera del carro.

    Saludamos a mi tío, le presentamos a Steve y nos invitó a pasar; el chofer se retiró dejándonos bien en claro que volverá exactamente en seis días y otra vez intenté hacer un plan en mi cabeza para conseguir todo lo que necesitaba en ese corto tiempo.

Entre las piedras [Borrador]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora