Capítulo 10.

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Séptimo día en el infierno

Hoy cumpliré mi primera semana en el infierno. Es increíble pensar que he sobrevivido a pesar de estar al borde de mi segunda y definitiva muerte.

Siento que afuera y a lo lejos, se escuchan varias alarmas ensordecentes. Dentro de casa también se escucha una, al parecer hay alerta roja...

-Rápido, vístete.- Ordena Collings.

-¿Vestirme para qué?-

-Tenemos que irnos ya. Los demonios atacarán pronto.-

-¿Demonios, qué? ¿De qué está hablando?-

-¡No hay tiempo para preguntas, solo vístete y vámonos!-

Atiendo las órdenes. Mi corazón vuelve a latir rápidamente. No había sentido esta sensación desde el momento en que morí por culpa de la bala perdida.

-¿Puedo llevar armas?-

-Sólo una. ¿Estás listo?- No sé para qué, solo asiento con la cabeza. -Vámonos.

Nuevamente tomo su mano. Aparecemos en un lugar similar a un cementerio que por la neblina, puede ser que estemos cerca de un bosque. Hay muchas lápidas -supongo que porque es un cementerio-, la mayoría de ellas son de hace muchos años, cada lápida tiene inscritas frases muy fuertes y crueles. Tengo entendido que aquí, no se respeta a los muertos pero sí a la muerte.

-¿Qué hacemos aquí?-

-¿Tú? Sobrevivir. ¿Yo? Irme a casa y esperar que regreses bien.-

-¿Qué tengo que hacer aquí?-

-SOBREVIVIR, nos vemos.-

-Espere, no...- Antes de que pueda detenerla, desaparece.

No sé qué hago aquí. En estos momentos, tengo muy poca capacidad para razonar. Mi sentido común me dice que no debo quedarme parado a esperar una respuesta, debo caminar. Mis primeros pasos son cortos y lentos, observando todo a mí alrededor. El ambiente es como de aquél videojuego que solía aterrarme en la noche pero lo jugaba para hacerme el valiente. Silent Hill, sus demonios, sus escenas de terror, sus fantasmas y hasta mi miedo, todo está apareciendo en este momento. Un ruido extraño sube mi circulación sanguínea. Las alergias con las que cargaba cuando estaba vivo, están empezando a aparecer de nuevo, tengo la garganta cerrada y un interminable escurrimiento nasal. Limpio mi nariz con la manga de la camiseta que me obsequió Collings antes de venir para acá. Sigo la marcha hacia adelante, en cada tumba se empiezan a aparecer extraños seres negros <<almas en pena>>. Sus ojos rojos luminosos indican que ellos tienen la capacidad de verme, intento apurarme para no molestarlos.

-Ellos no van a hacerte daño, si corres.- Una voz, proveniente de, al parecer, del aire, me habla.

-¿Qué? ¿Quién habla?-

-Eso no importa en estos momentos, corre.-

Observo hacia todos lados, intentando ver de dónde proviene esa voz, sin embargo, no encuentro a nadie. Escucho constantes pasos acercándose detrás de mí, al voltear hacia atrás, un grupo de enfurecidos demonios se dirigen hacia donde estoy.

-Te lo dije ¡corre!- Nuevamente la voz se hace presente. -Recuerda no malgastar las balas de tu pistola.-

-¿Cómo sabes que traigo una pistola?-

-Tú solo corre.-

Continúo mi marcha.

-Oye, extraña voz de mi conciencia, ¿quién eres?-

-No soy tu conciencia, soy tu guía a través del cementerio de las almas en pena.-

-¿Y qué hago aquí?-

-El infierno se está llenando de humanos que en vida eran abogados, políticos o empresarios, así que la demanda de alimentos es muy alta, por lo que los líderes del infierno han decidido poner a prueba a todos los nuevos habitantes y dejarán con vida solo a los más hábiles. Lo único que tienes que hacer es correr y esquivar a los demonios que intentarán devorarte.-

-¿Qué pasa si me alcanzan?-

-No creo que... ¡CUIDADO!- Un demonio se abalanza sobre mí y logra tirarme. Su olor es terrible y la textura de su piel es indescriptible. Trato de sacar la pistola, la coloco sobre su costado derecho y disparo. En vez de salir sangre, sale un líquido amarillento que me provoca náuseas. Evito seguir distrayéndome con pequeños detalles y continúo hacia adelante.

-¿Hasta dónde tengo que seguir corriendo?-

-Hasta que se haga de noche. Así los demonios se tendrán que ir a la Tierra a asustar a los humanos.-

Ahí está la clave para salir de aquí. Los días en el infierno se pasan más rápido cuando hay mucho sufrimiento. El día no se mide en horas, ni en minutos ni segundos, se mide en sufrimientos.

Soy un adolescente y los adolescentes sufrimos hasta por lo que pensamos, por eso es importante tener una alta autoestima. Me detengo, limpio una zona del piso y me siento. Sacudo el polvo de mis manos y pienso:

¿Cómo estará Natalie?

¿Seguirá teniendo deseos de morir?, ¿sabrá que pienso en ella?, ¿me extrañará?...

Esa, la última duda, esa fue la que dolió. ¿Me extrañará? ¿Sentirá lo mismo por mí ahora que no estoy con ella? Hay algo que duele aún más...

¿Se habrá enamorado de otra persona?

Me pongo de pie, pateo una botella de refresco vacía, grito hacia no sé dónde.

-Lo siento Alex, ella te ha olvidado.-

-¿Cómo lo sabes?-

-Tengo la capacidad de ver lo que pasa en la Tierra, estoy viendo cómo, Natalie ¿cierto?-

-Sí, ella se llama así.-

-Oh sí, ella, justo ahora veo cómo le sonríe a su atractivo amigo y él la abraza...-

Lo sabía. Nunca soy lo suficiente para nadie. Ni para mí. Se crea una herida en mi antebrazo que comienza a sangrar. Mi cuerpo se empieza a debilitar. El cuello comienza a doblárseme hacia el frente y mi cabeza cae lentamente, hasta quedar inconsciente...

Traición en el infiernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora