“¿Estás bien?” cuestiona, y está vez recobro mi postura. Aclaro mi garganta e intento verlo fijamente.
“¿Puedes correrte a la derecha?” pregunto.
“¿Para qué?” contesta con una pregunta. Su voz es varonil y seductora, y su boca un contraste perfecto.
“Cubres la vista desde mi iPad, e intento grabar la clase,” respondo, está vez un poco molesta por su arrogancia. Desplazo mis gafas a mi cabello.
“¿Qué haces?” cuestiona, dándose la vuelta y observando mi block de notas. Con un rápido movimiento, lo cubro con mis brazos.
“¿Puedes moverte?” pido, levemente molesta.
“¿Por qué? Estás dibujando, no prestando atención a la clase.” Responde, guiñándome un ojo. Ruedo mis ojos, completamente molesta. “Muéstrame tu dibujo.”
“¿Por qué debería de hacerlo?” pregunto irritada.
“Porque si no lo haces, iré yo ahí,” contesta apuntando el asiento a mi lado derecho.
“No lo harás.” Espeto.
“Oh sí, sí lo haré.” Dice, y en cuestión de segundos está a mi lado. Por lo menos Fumito ya se ve en mi iPad y se escucha genial. Cierro el block de dibujo, y dejo los lápices al lado. Intento concentrarme en las palabras de Fumito, quién no se ha callado en todo el rato. Habla de cosas inexplicables, y existe la posibilidad de que si hubiera prestado atención desde el principio, en estos momentos entendería de lo que él está hablando. No puedo seguir con mi dibujo, porque está este insoportable a mi lado, y no puedo empezar a hablar con él. Sería extraño. Demasiado.
Tenía esa extraña sensación de que estaba siendo observada, así que con un suspiro, lo ignoro. No le daré ese placer a nadie y no soy tan estúpida como para voltearme. Concentrada en mi iPad, un recuerdo de mi padre corre como flash en mi memoria.
Tenía unos seis o siete años y él me había llevado a la exposición de arte en la galería nacional de Boston. Me cargó en sus brazos, y me llevó a una obra de arte maravillosa. Usaba los colores negro, gris, rosa y violeta y contrastaban perfectamente. No había forma alguna, o eso pensé, hasta que mi padre me explicó lo que era: una telaraña, con el nombre: "ART DESIRE" grabado. En los ojos de los ignorantes, era algo estúpido, pero para las personas como mi papá, era lo más hermoso que sus ojos alguna vez podrían haber visto. Mi papá era un artista, y desde ese día las ganas de seguir sus pasos crecieron.
Me coloco las gafas en mis ojos nuevamente, porque sin haberlo notado, he dejado escapar unas lágrimas. El chico arrogante, no ha articulado palabra alguna. Se ha apoyado en sus codos, y ha estado observando a Fumito toda la hora. O eso es lo que el rabillo de mi ojo, deja ver. De un impulso, mis ojos se centran en él y para mi sorpresa, sus ojos están observándome de vuelta.
"¿Qué?" pienso en voz alta, lo cuál produce que él sonría.
"Admiro," murmura, para después voltearse hacía Fumito.
Estoy más que segura, que me he puesto carmesí.
***
Las clases pasaron sumamente lentas, lo cuál solo me hacía bostezar y lagrimear. Mi meta va muy bien, pues hasta ahora, nadie se me acercado, y mejor: no me han notado. Mis maestros no se saben mi nombre, y nadie ha demostrado interés en mí, así como yo no demuestro interés en alguien. Das y recibes. Ahora comprendo esa frase.
Saco mi block de páginas blancas de mi bolso de cuero gris, para tomar mi dibujo y pegarlo en la desnuda pared. Está habitación no se parece nada a la mía. Está vacía, las paredes desnudas, apenas con la "H" de Harvard en un póster, y las grietas y la pintura fea de color beige. Busco y rebusco el dibujo, pero es imposible, porque no está. Lo he perdido. Con un suspiro, me tiro en la cama, y aferro la almohada a mi cuerpo, expulsando todas mis lagrimas contenidas.
La impotencia, la furia, el enojo, la tristeza, el vacío del abandono y la presión de ser alguien que no soy, inundan mi cuerpo, queriendo escaparse.
Con un leve sollozo, mi móvil zumba en el bolsillo trasero de mis shorts. Lo tomo, y sin ver el nombre en el identificador de llamadas, atiendo. La chillona voz de mi hermana, Katherine, amenaza con explotar mis tímpanos.
"¡Janice! ¿Cómo te fue?" grita, poco profesional.
"Katherine." respondo, intentando ocultar el dolor que se ha apoderado de mí.
"¿Cómo estás? ¿Qué tal te fue? ¡Cuéntame todo!" dice, demasiado feliz. Aclaro mi garganta, y con el poco de valor que me queda, respondo.
"Normal. Cómo a todos les va."
Hay un breve silencio. Es irónico, ya que si yo no estuviera en Harvard, Katherine no se molestaría en llamar. Mucho menos yo.
"¿Quién es tu maestro de Derecho 1?"
"Es..." respondo, intentando recordar su nombre. Humo, cigarrillo, puro... ¿cómo se llama?
"¿Fumito?" pregunta, conteniendo la emoción. Bingo.
"Sí, ese mismo." contesto, intentando encontrar mi voz.
"¿Estás bien? Te oyes diferente."
Armada de valor y con un breve suspiro, respondo. Quizá decir la verdad me saque de aquí.
"Katherine, no quiero esto. No quiero estar aquí. No..." pensando mejor mi respuesta, guardo silencio dos segundos, esperando la respuesta de Katherine. Pero esta está en silencio, así que continuo. "No quiero ser como tú. No soy tú."
El silencio se apodera de la línea, haciendo incómoda nuestra conversación. No me he dado cuenta que estoy llorando.