Decir que el campus donde tendríamos el seminario estaba lleno, era poco, ya que no había asientos disponibles. Esto pasa por dormir hasta tarde y levantarte tarde. Por lo menos el café me mantendrá despierta el tiempo necesario. Me quedo estancada en el estrecho camino que separa el grupo uno del grupo dos, intentando encontrar un asiento disponible. Me toca en el primer grupo, el cual no tiene lugar para una aguja. A diferencia del uno, el dos tiene varios lugares disponibles. Siento un escalofrío recorrer toda mi columna vertebral, mientras un peso leve se posa en mi pierna izquierda. Volteo mi vista a la izquierda, y me encuentro con un chico con una cabellera rubia y un par de ojos azules viéndome fijamente. Desplazo las gafas desde mis ojos a mi cabeza para poder observarlo mejor. Él se muerde el labio inferior.
“Tengo un asiento disponible, ¿lo quieres?” pregunta. Su voz es grave y tiene un acento distinto al americano.
“¿Es cerca de ti?” pregunto, mordiéndome el labio inferior. Él me sonríe.
“Sí, a mi lado,” responde mostrándome el asiento a su derecha.
“¿Podría?” pregunto. “Pareces importante. Tu novia podría enojarse,” añado. Él se ríe.
“Ninguna es suficiente para mí,” responde. Vaya, que asco de tipo. “¿Tú que crees? El ganador en los juegos olímpicos de Londres en la categoría de remo, no puede andar con cualquier espectro,” alardea. Tuerzo los labios a la izquierda en señal de asco. “Me llamo Niall Horan, pero eso ya lo has de saber. ¿Cómo te llamas tú? Nunca te había visto por aquí.”
“Whoa, eso es increíble,” respondo irónica. “No soy de las chicas que al escuchar semejante sermón de alardeo se derretirá y te dará su número para acostarse contigo, presumido imbécil.” Finalizo, caminando hacia el frente. Una mano me jala del brazo izquierdo, con tal fuerza que hace voltearme. Y ahí está el rubio nuevamente.
“¿Cómo me llamaste?” pregunta, fingiendo una sonrisa.
“Presumido e imbécil,” respondo seca.
“¿Presumido?”
“Sí, egocéntrico y hermano del alardeo. ¿A caso no estudias?” pregunto frunciendo el ceño impaciente.
“¿Imbécil?”
“¡Acabas de manosearme, estúpido!” frustro.
“Y con gusto lo haría de nuevo, de verdad,” dice observándome de pies a cabeza.
“¿Y por qué no lo haces?”
“Porque prefiero otra cosa,” zafa, acercándose con la intención de besarme, pero soy más rápida y vierto el café encima de su camiseta. Dos manos me sostienen hacia atrás y me sacan de esa escena antes de que el rubiecito pudiera reaccionar en mi contra. Rápidamente me dirige a los asientos delanteros del grupo dos, con sus manos tomando delicadamente mis antebrazos.
“Cada vez me sorprendes más. ¿Te gusta meterte en líos o simplemente es otro intento para morir?” pregunta una voz varonil divertida. Al escuchar esa voz, el corazón se me acelera.
“Voy en el grupo uno,” murmuro.
“Camina,” pide. Cuando llegamos a la tercera fila de asientos me muestra dos puestos vacíos. Una chica vestida en traje gris ocupa el primer asiento, quedando solo uno. Me volteo para ver a ese chico.
“Dios, no me dejas en paz,” respondo fingiendo frustración, zafándome de su agarre. Diviso un asiento desocupado en el grupo uno, en la línea a la par de esta.
“Siéntate,” pide.
“Iré con mi grupo,” respondo, caminando hacía el asiento vacío. Me siento rápidamente y cruzo mi pierna encima de la otra, dejando mi bolso encima de estás y sacando mi iPad. La coloco encima del bolso de cuero gris con estoperoles plateados. Bostezo por el sueño y por el hambre, ya que desperdicié un frapuccino de tres dólares en un imbécil.