Seis.

31 2 0
                                    

“Arruinaste mi vida, Katherine Jude Sky. La arruinaste haciéndome abandonar mis sueños y las cosas que le daban sentido a mí existir. ¿Sabes cuáles son esas cosas, Katherine? El arte. Pusiste a mi propia madre en mi contra, solo porque tenías miedo a quedarte sola por el resto de tu vida y querías arrastrarme a esas soledad contigo. Tú tenías un sueño, y lo cumpliste. ¿Por qué no me dejas a mí cumplirlos ahora? ¿Por qué no dejas que sea feliz? Sé que si en tus manos está, jamás me dejaras serlo. Entré al maldito Harvard, pensando en Deliah, porque es lo único que tengo ahora. Pensé en lo orgullosa que estaría de mí cuando me viese con un título en manos y un birrete en la cabeza. Pero he estado equivocada todo este tiempo. No quiero esto. No soy tú. Quiero estar en el BAA {Boston Arts Academy} y quiero un día llegar a la galería de arte nacional con mis hijos, y que ellos me digan: ‘Mami, mami, ¡este cuadro tiene tu nombre!’, ¿te imaginas? Sería lo más hermoso del mundo. Me gustaría ser una inspiración para ellos. Justo como mi padre lo fue para mí. Pero jamás lo lograré. Y por eso, te dejo esta carta. Cuando encontréis mi cuerpo bajo el agua, abríos vuestra carta y pensaréis en vuestros errores para conmigo.

Ya no le encuentro sentido a mi vida, y sé que no me extrañarán. Estaré con alguien que sí me ama: con mi papá.

No sufran por mí, papá se lo merece, yo no.

-________ Janice Sky.”

 Con lágrimas en los ojos, doblé mi carta y la dejé apoyada en mi cama. La calle sería mejor que este infierno de habitación. Me desesperaba estar aquí. No obtuve ningún amigo, ni siquiera las chicas de las habitaciones cercanas intercambiaban palabras conmigo.

Miro una última vez a mí alrededor y sonrío.

Ya no lo vería más. Le haría compañía a mi padre.

Tomo el portarretratos de la fotografía de mi padre conmigo, y empiezo a reír.

“Al fin estaremos juntos, papá, al fin,” murmuro para mí misma. El dolor en mi corazón empezaba a expandirse por todo mi pecho, mientras le doy el último sorbo a la cerveza que tomé de la fiesta a la cual no fui invitada. Son altas horas de la noche, y mi cabeza reproduce imágenes de mi vida como en una película.

El dolor se expande hasta mi cabeza y solo alcanzo a tomarme la cabeza con ambas manos mientras la voz de mi padre hace eco en mis adentros.

“-_______, vamos, querida, ya casi llegamos,” refiriéndose a la vez que lo acompañé a comprar un nuevo auto.

“Quedó como nuevo papi,” se oyó la voz de una niña pequeña refiriéndose al auto recién lavado.

“Todo gracias a ti, ________,” respondió el papá.

“My name is ________ Janice Sky,” se oyó la voz de esa misma pequeña hablándole a su padre, mientras caminaban de regreso a su auto, y él simplemente sonreía. Había sido su primer día de clases en primer grado, y el padre se sentía orgulloso. Orgulloso de tenerla como hija.

La vez que salió en el cuadro de honor en primer lugar los tres semestres restantes, y su padre alardeaba lo brillante que era su hija. O la vez que recibió su primer sticker de buen comportamiento, un círculo verde limón con una estrella amarilla en medio. Su padre la había pegado en el retrovisor de su auto. Así lo hizo con el resto de las stickers.

Dolía saber que el tiempo había pasado.

Dolía saber que mi único apoyo se había ido.

Dolía saber que ese señor era mi padre, y que esa niña era yo.

Sin medir palabra alguna, salto fuera de mi cama mientras las lágrimas caen a cascadas de mis ojos. Corro por el pasillo de mi piso, sin prestarles atención a dos chicas que me observaban como bicho raro. Troté escaleras abajo, y de un empujón abrí las puertas principales y corrí afuera. Era de noche, y la regla número diez de Harvard prohíbe estar fuera del edificio a esas horas, a menos que tuvieses un permiso, firmado por un maestro: el cual no tenía.

Y me daba igual, porque jamás volvería.

Ellos no me verían más.

Aunque quizá nunca lo hicieron.

Corro más rápido por la acera del parque enfrente del museo y por primera vez, paso sin admirar el grafiti de la calle enfrente del museo.

Las calles están absolutamente vacías, o al menos eso parece ante mis ojos. Sin fijarme, empujo a una chica y está me grita infinidad de obscenidades, así que me volteo, caminando en retroceso y le saco el dedo del medio y le grito “jódete”. Me giro en mis talones y corro nuevamente siguiendo mi camino. La luz de un auto me ciega, haciendo que cubra mi mis ojos y parte de mi rostro. El hombre me grita. “¡Muévete de la calle, puto vagabundo!” y aún con las lágrimas en mis ojos, me muevo a la acera mientras observo el auto marcharse. Volteo mi vista hacía al frente, y veo que he llegado al puente que separa Cambridge de Massachusetts, las universidades más prestigiosas de Estados Unidos: Harvard y el MIT {Massachusetts Institute of Technology}. Me apoyo con ambos brazos en el barandal y observo abajo, al agua cristalina y pura.

Es perfecta, sin duda alguna.

Tomo las cuerdas que adornan el puente y me paro en el barandal, lista para acabar con mi sufrimiento. Veo hacía abajo y comienzo a reír.

“Ahora sí estaré contigo, papá. Nuevamente,” digo y en un milisegundo, mis manos están fuera de las cuerdas del Puente Madison.

l Come as you are lDonde viven las historias. Descúbrelo ahora