Tres

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“Lo sé,” responde Katherine con un eje de decepción, “pero tú sabes que esto no es por ti. Es por mamá.”

Suspiro, mientras las lágrimas salen.

“Hablamos después, Janice. El receso acaba de terminar y los litigantes empiezan a entrar. Cuídate.”

“Está bien.” Respondo.

“Janice,” llama Katherine una última vez.

“Mmm,” murmuro.

“Todo mejorara.” Finaliza y cuelga. Suelto mi móvil.

Lloro un poco más fuerte al ver todo destrozado en mi interior. Se acabaron mis sueños y fantasías. Mis “locos” y “estúpidos” sueños de ser fotógrafa. Sí, seré una estúpida por el resto de mi vida. Por el resto de mi vida sin sentido.

Hoy fue el primer día de clases en el que se suponía que haría tan siquiera un amigo, pero creo que los aparto con mi apariencia de que nada me importa. Porque, en realidad, esta universidad y todos sus estudiantes me valen.

Las lágrimas empiezan a caer algo más fuerte mientras me siento en medio de la cama, apoyándome a la pared, y enrollando mis brazos alrededor de mis piernas.

Estoy harta de que decidan mi futuro.

Es mi vida, ¿no? Tan siquiera debería hacer lo que para mí es correcto: cumplir mis sueños, por locos que sonaran.

Sí, quizá eso me haría distinta entre tantas personas iguales.

Observo a mí alrededor, intentado ver algo que ya no puedo ver más: mi recámara.

No hay más noche estrellada en el techo. Tampoco hay dibujos en las paredes. Mucho menos fotografías. No está mi Nikon. No hay nada. No tengo nada. Soy nada. Soy un espectro sin color. Una porcelana rota. Estoy vacía. Estoy rota. Soy un fenómeno.

Quizá todo se acabe hoy. Quizá mi sufrimiento se acabe hoy.

{Una semana después}.

Camino por el parque nacional de Boston. Mientras observo a toda la gente sonreírse unos a otros, felices y amorosos. “Te quiero felicidad. Ya esperé mucho por ti,” murmuro para mí misma, guardando mis manos en los bolsillos de mis jeans. Quizá algún día pueda tenerla, quizá algún día pueda recuperarlo todo. Todo se queda en quizá.

“¡Janice!” exclama una voz, demasiado familiar. Tan familiar, que no sé de quién proviene. Me volteo para ver, y ahí está ella. Alta, delgada, cabello mediano y castaño, y una sonrisa que no había visto hace mucho tiempo. Viste un vestido negro hasta las rodillas, y sandalias del mismo tono. Se mira tan diferente, y apenas ha pasado una semana. Avanzo normalmente por el césped, hasta mamá. Cuando ya estoy frente a ella, me sonríe, para después estrecharme en un abrazo.

“Dios, te eché de menos,” saluda, mientras la abrazo de vuelta. “¿Cómo estás? ¿Quieres algo? Te ves tan hermosa,” halaga mientras nos soltamos.

“Sigo igual que siempre, mamá,” contesto, “no gracias, estoy bien.” Añado.

“Te veo diferente, ¿estás segura que estás bien?”

“Me siento igual,” respondo sin importancia. “¿Podemos ir a casa?” pido, está vez sonriendo.

“¿A casa?” pregunta. Asiento rápidamente. “Pensé que querrías salir… caminar por el parque…” dice observándome.

“No, mamá. Mientras más rápido esté en casa, mejor me sentiré,” intento convencerla. “Luego de ducharme y cambiarme, te contaré todo lo que quieras.” Contesto. Duda dos segundos, pero termina aceptando. La emoción y la alegría, invade mi cuerpo. Iré a casa, después de no estar en ella por casi una eternidad.

-

En el camino en taxi a casa, mamá no había parado de hacer preguntas. Unas tontas, otras ridículas y muchas estúpidas.

“¿Y qué tal tu dormitorio? ¿Te llevas bien con las otras chicas? ¿Cómo son las chicas?” pregunta, mientras abre la puerta del condominio. Nunca fui de las hijas que le contaban todo a su madre, pero tampoco soy la hija aislada que no le cuenta nada.

“Son… inteligentes.” Alcanzo a decir. La verdad, sólo había hablado con una de ellas, Hana, creo que así es como se llama, pero solo fue para preguntarle por shampoo. Fue incómodo, ya que me obsequió todo un galón de él. Me pareció muy hospitalaria.

“Así son todas en Harvard,” alucina mamá. Claro, todas menos yo, ja-ja. La puerta se abre y consigo, Katherine se abalanza a mí, aplastando todos mis signos vitales. Estaba más emocionada que cualquier espíritu en esta habitación. Es estúpido, ya que se supone que la emocionada aquí soy yo, pero la verdad era que no lo estaba. Luego de unos segundos me suelta. Viste unos jeans negros, una blusa de mangas largas turquesa, un blazer negro y quizá unas plataformas, ya que se ve más alta. Se parece a Sandra Bullock, en “The Heat”.

“Dios, ¡estás tan grande!” exclama contenta. Le sonrío cínicamente, mientras me observa de arriba abajo y viceversa. “Te ves hermosa, excepto por esas cosas que se hacen llamar zapatos,” dice observando mis botas militares negras con fondo de cuadrilles al descubierto.

Lo que está feo aquí es tu rostro, querida hermana.

“Es mi estilo,” respondo. Lo único que no pudieron cambiarme.

“Lo hubieras cambiado,” añade. Volteo los ojos, impaciente.

“Sí me disculpan, me gustaría ir a mi antigua habitación,” pido haciéndole ojos de borrego hambriento a mamá. Ella observa a Katherine como en un trance, luego me ve.

“Lo mejor para el final, ______,” dice mi mamá en el mismo trance. El corazón me dio un vuelco al escuchar mi primer nombre. Nadie me había llamado así jamás desde la muerte de mi padre. ¿Por qué hacerlo ahora?

“No me vuelvas a llamar de esa forma.” Respondo, ahora seca. Mamá se voltea hacía Katherine, y segundos después está habla.

“Katherine nos, nos llevara a almorzar,” tartamudea mamá.

“A un restaurante decente,” aclara Katherine, observándome.

“Deja de verme como si fuera un bicho raro,” espeto molesta.

“Y de paso te llevare de compras, señorita Malhumor.” Espeta Katherine. Pongo los ojos en blanco de exasperación.

¿Por qué, de todos los días, Katherine había elegido hoy para venir a joderme la vida entera?

l Come as you are lDonde viven las historias. Descúbrelo ahora