Capítulo 26.

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Saludo a Dan con la mano y una sonrisa. Está pasando por el paso de peatones y yo estoy en el coche con mamá camino a Alexandros, el mejor restaurante italiano de Selville. El semáforo torna a verde y mamá arranca mirándome de reojo.

-Vas guapísima, mi amor.

No puedo evitar una sonrisa.

Mi madre siempre ha sido así de cariñosa y no creo que cambie con los años. También está constantemente pendiente de las cosas y de las personas que la rodean por si se encuentran mal o necesitan ayuda. Norma estará ahí cualquier momento que la necesites.

-Gracias, mami.

Cuando llegamos, mi madre le da las llaves del todoterreno al aparcacoches y entramos sin hacer cola por la reserva que ya había hecho. Nos sentamos en una mesa pegada a los grandes ventanales que dan al iluminado centro de Selville por la noche.

-Buenas noches – una sonriente chica rubia, cómo no, se acerca y nos pregunta en el plan más respetuoso -, ¿qué desean de beber?

-Vino tinto y… - mi madre me mira, esperando una respuesta por si me niego -. Una botella del mejor vino tinto que tengan, gracias – le sonríe de vuelta.

-¿Saben ya lo que quieren de comer?

-Risotto con poca pimienta – decimos a la vez, lo que provoca en la camarera una sonrisa -, y de postre Panacota con chocolate caliente – digo, adelantándome a mamá.

-De acuerdo – sonríe quitándonos las cartas que ni siquiera hemos mirado -. Ahora mismo vendrá mi compañero.

Cuando la rubia se va, noto que mi madre se me queda un rato mirando mientras me pongo la servilleta sobre el regazo. Levanto la cabeza y le miro interrogante.

-¿Qué?

-Sé sincera, por favor, cariño – su mano se mueve por la mesa y se coloca encima de la mía derecha -. Cuéntame por qué ayer estabas tan mal.

Ante su petición ruedo los ojos y me dejo resbalar un poco por la silla de piel.

Ahora, un chico llega con el vino y me deja más tiempo para pensar, aunque me pierdo bastante en sus ojos al igual que mi madre. Se va con una sonrisa después de verter el líquido en la copas con mucha clase.

-Vaya ojazos, ¿eh? – me dice.

-Nunca llegaré a entender qué te pasa con los ojos azules – río, un poco contenta porque a lo mejor puedo sacar otro tema de conversación.

-Maggie, llevo viendo ojos marrones toda mi vida. Los ojos azules me encantan.

-¿De verdad? ¿En serio? No lo había notado – hago un gesto con la mano, haciéndola reír.

-Tu padre me enamoró por ellos.

Siento un pequeño cosquilleo por el cuerpo por la similitud de que a mí me ha pasado lo mismo con Louis.

-Los ojos marrones también son bonitos.

-Ya – sonríe, aleteando sus pestañas exageradamente -. ¿Me vas a contar qué ha pasado con Matt? Pensaba que os iba genial – dice después de un rato.

Genial. Que venga el chico de ojos azules otra vez, por favor.

-Pues… en realidad no – digo, mirando por el cristal y observo como los transeúntes viajan por la calle metidos en sus asuntos y cargando con sus últimas horas de trabajo. Espero que mis ojos no lleguen a aguarse -. Ya sabes, mamá, cosas de esas, no me gustaría hablar de todo ahora – intento sonreír.

-¿Te ha engañado?

-Sí.

Después de dudarlo durante milésimas de segundo, he llegado a la conclusión de que su suposición era la mejor forma de callarla y de que no hubiera más preguntas, porque perfectamente podría ponerme a llorar.

-Qué cabrón. Pensaba que era un buen chico.

Río por su apelativo.

Los risottos llegan y por minutos nos mantenemos calladas saboreando el arroz redondo.

-Oye – me pregunta, después de limpiarse la boca con la servilleta -, ¿has cogido hoy mi ordenador?

-Sí, ¿por qué?

Frunce su ceño y parece un poco nerviosa.

-¿Para qué has buscado en internet información sobre el orfanato de Selville?

-¿Cómo? – pregunto, extrañada.

-Nada – vuelve a centrarse en la comida -. Bueno – levanta la mirada de nuevo -, ¿qué querías saber sobre ese sitio?

Bien. ¿Por qué tengo que mentir últimamente tanto?

-Es que me contaron una historia sobre aquel lugar que… me dio intriga.

-¿Qué historia? – pregunta, comiendo más arroz.

-Pues sobre un chico al que adoptaron y al que luego devolvieron por no sé qué. Y que cuando volvió, su hermana ya  no estaba allí, la adoptaron otras personas y cosas así. No me acuerdo muy bien.

Entonces, como si una corriente de aire helado hubiera llegado a mi madre, ella se congela. Sus ojos quedan petrificados examinando los míos y deja lentamente los cubiertos sobre el plato. Se pasa la servilleta de tela cuidadosamente por la boca, intentando dejar intacto su pintalabios, y mira hacia varios sitios a través del cristal, como mirando si alguien podría verla cometer un delito.

-Una historia horrible – digo lentamente, intentando que despierte del hechizo -, por eso quise buscarla.

Sin decir nada más, vuelve a mirar a su plato y murmura:

-¿Quién te ha contado esa historia? – y al rato, añade -: ¿Y sabías el nombre del chico de ojos azules que estaba fuera de casa el otro día?

Muevo la cabeza intentando ordenar las preguntas.

-Pues me la contó… Angie. Y… no… no sé.

Después de terminarnos el plato de arroz en completo silencio, llega el postre.

-¿Es que se te ha descargado algún virus o algo por meterme en esa página?

-No, era mera curiosidad – me dice con la misma mirada fría.

Sacándole el tema sobre que la semana que viene tengo dos exámenes, logro que su estado de piedra se rompa trocito a trocito sacándole sonrisas y carcajadas, el principal objetivo que teníamos en esta cena madre-hija.

Después del delicioso postre puramente italiano, mamá paga y salimos a la fría noche de Selville. Nos ponemos los abrigos mientras esperamos que el aparcacoches traiga el Land Rover de Norma. Y de repente, se empiezan a escuchar sirenas de coches patrulla. Dos aparecen por la calle de salida de la plaza Neptune, bloqueando el paso hacia fuera del centro. Un coche negro y deportivo aparece por la bocacalle Saint Phillip’s y a toda velocidad. Agarro la mano de mi madre con mucha fuerza cuando me doy cuenta de que es Louis. Él, viendo que no tiene salida, sube a la acera rozando el coche de mamá y casi pisándonos para dar esquinazo a los policías. Por un segundo, logro ver que se ha fijado en mí de reojo y que ha sonreído con una mueca de autosuficiencia. Mi madre se pone una mano en el pecho y respira rápidamente acercándose donde los policías que lo perseguían se han quedado. Yo me quedo en el sitio muy quieta. Ellos salen de su coche resignados, resuelven, sin quererlo, las dudas de los más curiosos ciudadanos, uno de ellos mi madre, y se acercan a los que en un principio habían bloqueado la salida. Niegan con la cabeza y vuelven a sus coches. La gente que se había parado para observar la escena de película de acción vuelve a su destino un poco tocada.

-¿Sabes lo que ha pasado? – pregunto, preocupada, cuando subimos al coche.

-Al parecer, el del coche le había pegado una paliza de muerte a otro. Alguien lo vio y llamaron a la policía, pero ha conseguido escaparse.

angst || l.tDonde viven las historias. Descúbrelo ahora