Capítulo 22.

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Me he pasado todo el día encerrada en mi habitación. Cuando mis padres me pedían que saliera a comer, me negaba. Cuando habían llegado Marie y Claire para hablar, quise que se fueran. Tengo el plato de la comida y el de la cena en el escritorio y ahí se van a quedar, pues no creo que vaya a probar bocado. Abro la boca y unas ganas de vomitar aparecen por lo sucia que me siento.

 

“¿Se puede saber por qué nos has echado de tu casa?”

El mensaje de Claire sigue sin responder. Y todos los demás también. Aquel de Angie que decía si podía venir a casa para hablar también sigue olvidado en la pantalla. Y sus otros dieciséis.

He dejado todo de lado cuando he salido del baño. Sólo quería… en realidad, nada. Sentirme bien, quizá.

Directamente, ahora, lo único que me sienta bien es estar tumbada en la cama, intentando estar relajada, y mirando hacia el gran espejo que ocupa casi una pared entera y que está en la parte derecha de la habitación, ese que refleja todo lo que hago aquí dentro. Todo. Y antes he llegado a ver cómo he sido forzada, cómo he llorado y sangrado.

Quiero romperlo en pedazos. A él y a la imagen que veo. Me tumbo de lado, mirándome fijamente.

¿Cómo has crecido tan rápido?, me pregunta mi subconsciente. Es verdad. Tan sólo han pasado unas horas de que tengo dieciocho y he vivido todas las experiencias y emociones posibles: alegría, placer, he hecho el amor, felicidad, he llorado, dolor… Tantas que ni recuerdo y tampoco podría contarlas. Más lágrimas siguen cayendo. Mis ojos están rojos y mi nariz y mejillas igual. No tengo fuerzas ni para levantar la mano para limpiármelas, tampoco es que quiera hacerlo.

-¿Maggie? – me llaman, tocando a la puerta.

Aguantando el sollozo que estoy apunto de soltar, apretando mucho los ojos, susurro que esta vez sí puede pasar.

Me giro hacia la almohada para que no pueda verme.

-Cariño…

Es mi padre. Se sienta a un lado de la cama y me acaricia el pelo. Me lo peina metiendo sus largos dedos por él. Hace que me erice, que me tranquilice. Consigue relajarme por un momento. Pero cuando para, ese dolor vuelve a aparecer presionándome y haciendo que quiera volver a llorar.

-Nos tienes muy preocupados a mamá y a mí. ¿Nos vas a decir que te pasa? – suspira -. Creo que eso es un no – dice dulcemente por mi silencio.

Se acerca y me besa en la cabeza.

-Venía a decirte que me voy, ¿te acuerdas?

Ante su noticia me doy la vuelta y me siento cruzando las piernas, poniéndome delante de él. Dejo mi poema de cara a la vista y él se alarma, moviendo sus ojos de un lado para otro, recorriendo centímetro a centímetro mi rostro.

-¿Pero, qué…? – consigue decir extrañado, poniendo sus dos manos en mis brazos.

No aguanto más y, por más que siempre me lo he negado, lloro delante de él. Rápidamente me abraza y un “shh” me envuelve.

-Ya está, Maggie. Ya… No te merecía. Es un niñato. Un completo gilipollas. ¿Qué ha pasado? Dímelo – me ordena, notablemente enfadado.

Yo me niego rotundamente.

De repente, una pantallita sale en mi móvil preguntándome un qué tal.

-¿Quién es Louis? – me pregunta, pasando una de sus manos por mi mejilla, arrastrando el rastro de mis lágrimas por sus dedos -. Nunca he oído hablar de un tal Louis – me sonríe.

angst || l.tDonde viven las historias. Descúbrelo ahora