De las dudas infinitas.

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El caos reinaba a lo largo del improvisado campo de batalla donde transcurría la batalla más importante de la historia de los grounders, 11 clanes aliados en contra de Azgeda, el único clan que había rechazado formar parte de la coalición que Heda había llevado a cabo. La comandante había aunado por primera vez en la historia de la Tierra, desde que esta dejara de conocerse como tal, a todos los clanes en uno, en base a los valores de armonía, hermandad y cooperación, pero en el último momento el clan número 12 había roto el acuerdo llevándolos a aquella guerra tan innecesaria a ojos de Heda.

Esta última buscaba a la autoproclamada reina de aquel territorio entre los miles de combatientes, tanto aliados como enemigos, con el rostro marcado por el sudor que se mezclaba con la sangre tanto propia como ajena que la cubría por completo. Mientras derribaba a los enemigos que salían a su paso, un pensamiento la atravesó como si de un puñal la atravesara. Rápidamente elevó la mirada hacia la torre y allí estaba ella. A esa distancia era casi imposible distinguir nada más que no fuera su silueta, pero Heda sabía que aquella sonrisa fría como el hielo estaba retándola. Tras atravesar a un grounder que se dirigía hacia ella corrió hacia su caballo. Nia, reina de Azgeda, la estaba esperando.

Lexa releyó una vez más el resumen de la escena que rodarían al día siguiente mientras suspiraba. Al tratarse de la gran batalla, el guión se limitaba a pocas frases que memorizar y la actriz siempre exigía para aquellas escenas esos pequeños resúmenes para poder contextualizarse. La crítica la adoraba por ello, era una de las actrices actuales con mejor expresión en pantalla. Pocas podían trasmitir lo que Lexa con una simple mirada o un imperceptible movimiento de sus labios que daban toda la fuerza necesaria a cada escena en la que la morena se hacia grande sin apenas pronunciar una palabra. Aparte quedaban coreografías de peleas que ella misma ensayaba una y otra vez, pocas veces había usado un doble para ello y las veces en las que había tenido que hacerlo era porque Anya había actuado como madre en escenas extremadamente peligrosas.

Estaba tumbada en un elegante sofá blanco situado justo en el centro del amplio jardín de su casa. Una suave brisa la acariciaba, apenas llevaba una camisa blanca y unos leggins negros, siempre solía vestirse de la misma manera para estar cómoda, en esos momentos era cuando se sentía más humana que nunca, alejada de los focos, de los elogios, de cualquier máscara que ella o incluso otros intentaran imponerle, aparte de Lincoln y Anya nadie había traspasado su fortín. Desde allí divisaba toda la ciudad de Los Ángeles, cerró los ojos y llevándose la copa de vino a los labios se dejó llevar por el lejano bullicio de la ciudad que nunca duerme. Lexa amaba el contraste que se producía entre todo ese ruido y la tranquilidad de su casa. Pensaba en Heda. Tenía que centrarse en ella ahora que debía mostrar tanto sin apenas mostrar nada. "Vamos comandante, a mí si puedes mostrarmelo". Y empezó a sentirlo. Heda se sentía traicionada. Heda estaba sedienta de venganza. Heda estaba llena de rabia, de ira, de frustración. "Pero esto sería algo que nunca mostrase, cualquier sentimiento del tipo que fuera nubla los pensamientos y te muestran débil ante tus enemigos". Eso pensaría la comandante. Tenía que hacer ver al espectador las razones de Heda, cómo dolía. Porque a Heda le dolía, todavía, si había algún sentimiento que ganase en tamaño a los demás era ese. Eso era lo que guiaba y nublaba los actos de la joven guerrera. Heda estaba destrozada, destrozada por perder para siempre a alguien a quien amas... y eso hacia que Lexa se pareciera todavía más a la comandante. Tal vez algún día todo aquel dolor y vacío desapareciera de la vida de ambas. Suspiró con tristeza mientras apoyaba sus pies descalzos en la humedad de su césped y terminaba su copa. "El amor es debilidad, comandante".

Una semana después, la misma escena volvía a repetirse en aquel pequeño apartamento del número 10. Clarke esta vez había decidido pasar en rotundo del tema, se había vuelto a sumergir en su música mientras tecleaba en el ordenador la mejor conclusión para aquel trabajo que debía entregar la semana próxima. A pesar del volumen de Pequeña de las dudas infinitas, los gritos de Raven que corría de un lado a otro de la casa parecían romper cada segundo de concentración que encontraba su amiga.

La mujer de verde.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora