Capítulo VIII

273 33 1
                                    

Aria se  puso  en  pie  de  un  salto  y  rodeó  con  los  brazos el  cuello  de  Nick  en  un  impulsivo abrazo.

—¡Oh, muchísimas gracias! ¡Sabía que me ayudaríais!

Nick  no  se  movió. Ni  en  sus sueños  más  locos se  habría  imaginado  a  la fría  y  calmada Aria Markham  abrazándolo. Se  quedó  completamente  quieto,  consciente  del  sedoso  tacto  del pelo  de la chica contra su mejilla, de la calidez de los brazos que le rodeaban el cuello.

Ella lo soltó rápidamente y se sentó de nuevo; su rostro irradiaba felicidad.

—Podemos partir enseguida y...

—Esperad. Aria, primero hay cosas que necesito saber. ¿Qué decía exactamente la nota?

Aria arrugó el entrecejo y habló despacio, como recordando palabra por palabra.

—Decía  que  habían  capturado  a Alex  y  que  si  la familia Markham  quería  volver  a verlo,  tenía que llevar cincuenta piezas de oro a Savannah.

—¿Mencionaba algún sitio en concreto?

—Sí. La posada del Gallo Rojo.

Nick  asintió  distraídamente  mientras  valoraba sus  opciones. Cuando  todo  lo  que  veía ante  sí  era una vida de pillaje  y  vergüenza, Alex Markham  le  demostró  que  estaba  equivocado. Le  ofreció trabajo  cuando  nadie  más  lo  habría  hecho,  y  siempre  había confiado  en  él sin reservas.  Y  Nick  le había devuelto  el favor  convirtiéndose  en el  capitán  más digno  de  esa  confianza de  toda la flota  de Alex.

De  muchas  maneras, Alex Markham  era el  hermano  que  Nick  nunca  tuvo.

Nick  habría caminado sobre hierros al rojo para ayudarle, costase lo que costase.

—Le  debo  a Alex más de  lo  que  soy  capaz  de  expresar.  —Y  le pagaría  la deuda  yendo  tras él,  y cuidando  de  su hermana  en  su ausencia. 

Nick  miró  a Aria,  y  volvió  a notar el cansancio tras la alegría y las ligeras ojeras bajo los ojos.

—¿Cómo llegasteis a Boston?

—Caminando. —Aria sonrió débilmente. —Y caminando y caminado.

—¿Desde High Hall? Está a kilómetros de aquí.

Aria hizo una mueca de dolor mirándose las polvorientas botas.

—Tengo ampollas que lo prueban.

—¿Por qué no tomasteis uno de los carruajes?

Aria  se  sacó  el sombrero  de  la cabeza y  lo  dejó  en  la mesa  frente  a  sí.  Más  mechones  de  pelo rojizo se habían escapado de la cinta y le enmarcaban el rostro. —Tenía miedo de tomar un carruaje porque mi tío Elliot podría haber intentado detenerme.

—¿Vuestro tío está en High Hall?

Aria asintió.

—Vino  en  cuanto  se  enteró  de  lo  de Alex.  Cree  que  la nota  de  rescate  es  un  engaño, y  yo  no tenía tiempo  para  intentar  convencerlo  de  lo  contrario. No  es de  los que  cambian  fácilmente  de opinión.

Nick  había conocido  al  tío  de  Aria, así que  no  le  costó  creerla. Sabía que  era un  hombre frío, y tan astuto como una serpiente.

—Así que hicisteis todo el camino hasta aquí sin ninguna protección.

—Tenía a George.

—Lo que decía, llegasteis hasta aquí sin ninguna protección.

Los labios de Aria esbozaron una sonrisa.

—George me habría protegido si me hubiera encontrado realmente en peligro.

Nick  miró  al perro, que  estaba tumbado  sobre  el  suelo, roncando.  El  enorme  chucho  estaba tendido  sobre  el lomo  con  las patas  en alto  y  las  orejas  planas sobre  el  suelo. Nick soltó  un bufido de burla.

—Este  chucho  protege  menos que  una  mantequera rota. Aria,  no  apruebo  lo  que  habéis hecho, era peligroso, con o sin el chucho, pero...

—¿Pero? —Los verdes ojos de Aria refulgieron desafiantes.

—Me alegro de que hayáis acudido a mí —respondió él con una sonrisa.

Después de un momento de sorpresa, Aria sonrió.

—Yo también, Nickolas, tenemos  menos de  dos  semanas para llegar a  Savannah.  He  pensado  que quizá deberíamos...

—¿«Deberíamos»?  —interrumpió  Nick.  —No  he  dicho  que  ambos fuésemos  a  Savannah. Yo  voy a Savannah. Vos os quedáis  aquí con  mi  madre  hasta que...

—¡No habláis en  serio!  —Las mejillas de Aria enrojecieron  y  sus  labios  se  cerraron  con firmeza. —Alex es mi hermano, Nick. Me voy con vos.

—No, no  venís  —replicó Nick  en un  tono  igual de  firme.  —Será peligroso.  Los  británicos  están ahí fuera, y también una horda de piratas y todo tipo de peligros. No dejaré que arriesguéis la vida.

—No soy una niña.

No, no lo era. Y el que hubiera conseguido llegar tan lejos sin ser descubierta era la prueba.

—Ya lo sé. Sois una dama, y Alex no querría que vos...

—Alexander haría lo mismo por mí o por vos. Lo sabéis bien.

—Aria, sed razonable. No puedo llevaros y...

—Si  no  me  queréis llevar  —replicó  agarrando  el sombrero  y  poniéndose  en pie,  —ya convenceré  a algún otro para que lo haga. Hay más barcos y tengo suficiente oro para pagarme el pasaje.

Nick vio la determinación que brillaba en sus ojos.

—Sentaos.

—El Princesa de los Mares no es el único barco. Puedo...

—Aria —insistió secamente, —sentaos.

Ella  se  dejó  caer  de  nuevo  sobre  la  silla, con  las  mejillas ardiendo  y  los  ojos reluciendo  a  la defensiva.

—Voy con vos lo queráis o no.

Nick  se  pasó  una mano  por el pelo.  La situación  ya  era lo  suficientemente  difícil  sin contar con  la presencia de Aria a bordo  del barco. 

Pero  ella  estaba en lo  cierto, había  otros barcos  y  no tenía ninguna duda de que  si enseñaba  el suficiente  oro, alguno  de  ellos la  llevaría a  donde quisiera. Lo  que  significaría  que  llegaría a  Savannah  sin  nadie que  la protegiera, si es  que finalmente  llegaba... Los  marineros  eran  un  grupo  muy  curioso;  mostraban  gran  respeto  hacia algunas mujeres y muy poco hacia otras. Y durante su vida en el mar, Nick había visto de todo.

—Muy bien. Os llevaré.

Aria y el pirata [Nick Robinson]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora