Capítulo X

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—Ya,  pero  no  puedo  tener  un  perro  grande  como  un  caballo  paseándose  por la  cubierta. Puede causar un montón de problemas.

—¿Cómo cuáles?

—No lo sé —contestó Nick, malhumorado, —problemas.

Aria  le  rascó  la  oreja  a George,  y  le  sonrió  cuando  soltó  una especie  de  suave  y  profundo ronroneo. 

Después del angustioso  viaje que  ella  y  George  acababan  de  hacer,  no  quería dejarlo  en un agujero frío y oscuro.

—No os preocupéis por George; lo tendré conmigo en mi camarote.

Nick  se  apoyó  en  el respaldo  de  la  silla  y  la  miró  durante  largo  rato;  sus azules  ojos  mostraban diversión.

—Sois incorregible.

—Quizá, pero no tanto como Alex.

Nick  no  respondió, pero  se  quedó  donde  estaba,  sentado, con  un  brazo  apoyado  sobre  la  mesa y los ojos clavados en la joven.

—¿Qué? —dijo ella finalmente, notando su mirada. Le hacía sentir incómoda con solo mirarla.

—¿Qué ganaría vuestro tío si vuestro hermano desapareciera? Vos lo heredaríais todo, no él.

Aria parpadeó ante la inesperada pregunta. ¿De qué estaba hablando Nick?

—¿Y  bien?  —insistió Nick. Cruzó  los  brazos sobre  el  pecho  y  la  contempló  con  una mirada seria. La luz  indirecta,  que  entraba por las  ventanas,  volvía  sus ojos casi negros y  hacía  que  las pestañas proyectaran  una sombra sobre  sus  mejillas.

—El tío  Elliot  no  heredará  nada. Pero  será el  albacea  de  sus propiedades.  —Aria frunció  el ceño; no había pensado en eso antes.

El rostro de Nick se ensombreció.

—Aria,  parece  que  acabáis de  entender  lo  serio  que  es  esto. ¿Quizás os  gustaría ver  a vuestro tío Elliot en posesión de High Hall y de la Compañía de Tés Markham?

—Y quizás a vos os gustaría tener un ojo morado —le replicó.

—No llegáis a mi ojo —repuso Nick sonriendo burlón. —A ninguno de ellos.

—Ahora sí  —dijo  ella, alzando  la barbilla. 

Era  cierto. Aunque Nick  era  alto, ella  también lo  era. Prácticamente  superaba a  todas sus amigas,  algo  que  la hacía sentirse  torpe  e  insegura.  Su  amiga Marian, por ejemplo,  era una muchacha  pequeña con  muchos  rizos  dorados  y  una figura curvada que  hacía que Aria se  sintiera  totalmente  plana.  Los  chicos hacían  cola para  conseguir una sonrisa de Marian, mientras que por lo general no hacían ningún caso a Aria.

Miró  a Nick  por  debajo  de  las pestañas.  Se  dio  cuenta  de  que  estaba luchado  para probarse  a  sí misma tanto  como  lo  hacía  él. Claro  que  ella no  tenía  mucho  que  demostrar.

Intentó  recordar  lo poco  que  había  oído  sobre  el pasado  de  Nick. Alex le había  explicado  algunos detalles, pero  se estaba dando cuenta de que no se lo había dicho todo.

—Quizás este viaje sea una prueba —le dijo, cuadrando los hombros.

—¿Una prueba de qué? —preguntó él, alzando una ceja.

—Nickolas,  sé  que  habéis  estado  trabajando  muy  duro  para demostrar vuestra  valía después  de  que vuestro  padre...  —¿Qué  le  había contado Alex? Aria intentó  recordarlo.  ¿Algo  sobre abandonar su barco a los británicos? ¿Qué era?

—Mi padre  no  tiene  nada  que  ver  con  esto  —repuso  él, con  rostro  adusto.

—Lo sé  —dijo  rápidamente, sintiendo  que  lo  estaba estropeando  todo.  —Pero  es  una oportunidad de hacerlo bien. Sé que Alex creía en vos, y yo también creo en vos.

La expresión de Nick se suavizó, y sonrió ligeramente.

—No uséis  vuestras  tretas  conmigo. Soy  inmune  a  ellas. Ya  he  dicho  que  os  ayudaré. Y  más  vale que  vuestro  tío  no  nos pille, o  ambos estaremos  en un  buen  lío. Tiene  el derecho  legal de  exigiros que volváis a vuestra casa.

—No tiene  ningún  derecho  legal  sobre  mí.

—Lo  tiene  si vuestro  hermano  os dejó  a su cuidado. 

— Tonterías. Soy perfectamente capaz de cuidar de mí misma.

—Aria,  el  Princesa  de  los  Mares se  dedica a  burlar el bloqueo.  Los británicos están  ahí fuera, esperando  nuestros barcos, con  cañones, fusiles  y  cualquier mala  arma  que  tengan  a  su alcance. Quieren  vernos a  todos  en  el fondo  del  mar,  y  se  esforzarán  cuanto  sea  necesario  para conseguirlo.  —Nick  movió  la cabeza.  —Soy  un  estúpido  por llevaros  conmigo,  y  si  no  pensara que  encontraríais  otro  barco, uno  menos  capaz  de  llevaros a  Savannah  a  salvo,  os  agarraría,  os cargaría sobre mi hombro y os llevaría a casa yo mismo.

—No tengo miedo.

—Deberíais tenerlo.

—Nick,  tengo  diecisiete  años  y  he  tomado  una decisión. Juntos  iremos  en  busca de  mi hermano y juntos lo traeremos de vuelta.

—No quiero  que  corráis  peligro.  —El rostro  de Nick  mostraba  aflicción.  —Alex  no  me perdonaría nunca si algo os ocurriera.

—Podéis impedir que  vaya  a Savannah  en  el  Princesa  de  los  Mares,  pero  no  podéis impedirme  que vaya a Savannah con otro barco.

Una lenta sonrisa  curvó  los  labios de  Nick,  y Aria no  pudo  apartar la  mirada.

—No me tentéis, querida.

Aria se clavó las uñas en la palma de la mano.

—Yo no soy vuestra querida.

Él recorrió su rostro con la mirada. Pasado un momento se encogió de hombros.

—Esto  no  nos lleva  a  ninguna parte.  —Se  puso  en pie.  La cabeza  casi le  llegaba al  techo.  — Pensaremos lo  que  debemos hacer  en Savannah  cuando  salgamos  del puerto.  El  resto  de  los hombres  regresarán  al  anochecer  y  entonces  nos podremos poner  en  marcha.  Mientras tanto,  voy a comprobar si han acabado de cargar los víveres.

Aria también se puso en pie, sintiendo la necesidad de hacer algo útil.

—Nick,  os... os  lo  agradezco. Pase  lo  que  pase,  ya habéis demostrado  ser  un  auténtico  amigo. Tanto de Alex como mío.

Nick  se  quedó  inmóvil,  mirándola  con  una ardiente  expresión  en los  ojos. Un  lento  escalofrío atravesó a Aria ante esa mirada, como si realmente se hubieran tocado. Él se volvió bruscamente y se dirigió a la puerta.

—Esperad aquí. Enviaré a alguien para que os acompañe a vuestro camarote.

Aria iba a  preguntar si podía  subir también  a cubierta, pero Nick  no  le  dio  la oportunidad.

La puerta se cerró tras él antes de que ella pudiera articular palabra.

Se dejó  caer lentamente  sobre  la silla, acariciando  distraídamente  a George  cuando  el perro  le colocó su húmedo morro sobre la rodilla.

—Bueno —dijo en voz alta a nadie en particular. —Creo que ha ido bastante bien.

Aria y el pirata [Nick Robinson]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora