Capítulo XXVIII

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MARATÓN NAVIDEÑA 1/8

Aquello resultaba muy interesante. Elliot intentó recordar los rumores que circulaban sobre Robinson. Nick siempre había sido un rebelde; se había escapado siendo aún un muchacho, y luego se había convertido en pirata. Había tenido más éxito que cualquier otro pirata, pero eso no era lo que le dio renombre. Lo que le hacía famoso era que nunca había perdido una batalla. O eso decían los rumores.

Los labios de Elliot se curvaron. No creía en rumores. Seguro que la mayor parte del éxito de Robinson se debía a su reputación, no a su habilidad. Después de unos cuantos éxitos, los demás barcos incluso se negaban a pelear, y le entregaban el botín a cambio de que les dejara continuar a salvo. «Marinos del tres al cuarto, todos ellos», pensó Elliot con desprecio.

DeGardineau se volvió a apoyar en el respaldo, recorriendo a Elliot con la mirada.

—No lo entendéis, mon ami. Si se ha sido pirata, siempre se es pirata. Robinson nos conoce bien. Y ha usado ese conocimiento para derrotar a mi mejor capitán, Marler.

Elliot se encogió de hombros. 

—Eso no es asunto mío.

—Desde luego que lo es. Robinson dañó severamente el barco de Marler. Y éste piensa que le debemos algo por vuestra estupidez.

—No le debo nada —replicó Elliot con un ligero bufido de desprecio.

El hombre junto a la chimenea se acercó de nuevo, agarrando las pistolas. Elliot guardaba una pistola en el bolsillo delantero, pero eso no le producía ningún alivio: tardaría un instante en poder sacarla, y bastaría ese instante para que fuese hombre muerto.

DeGardineau alzó la mano.

—Déjalo, Marcel. Es nuestro invitado. Además, con Robinson o sin él, Marler fue pillado desprevenido. No hay excusa para su estupidez.

Después de un tenso momento, Marcel se apartó y DeGardineau sonrió. 

—Debéis perdonarle, no tiene paciencia.

Elliot hizo un seco gesto de asentimiento. La idea de morir allí, sobre el sucio suelo de una barraca, era demasiado horrible para pensar en ella. No era así como se suponía que debía morir. No, su vida tenía que estar llena de riquezas y confort, de oportunidades y victorias. Sin embargo, parecía que siempre tenía que interponerse algo en su camino que le impedía alcanzar el éxito que deseaba.

A no ser que su plan funcionase. Elliot consiguió esbozar una tensa sonrisa.

—Estamos discutiendo sobre cosas sin importancia.

DeGardineau se acarició el negro bigote que le cubría el labio superior.

—¿De verdad? —Alzó un vaso vacío y lo limpió con la manga, vertió un líquido desde una botella y lo puso frente a Elliot. El olor del ron emanó del vaso, fuerte y dulce.

Elliot no tomó el vaso. Se inclinó hacia delante.

—Aún tenemos que ocuparnos de mi sobrina. No quiero que llegue a Savannah.

DeGardineau bebió de su vaso, y por un instante su mirada se posó distraídamente sobre el vaso de Elliot.

—Será caro.

Elliot se llevó la mano al bolsillo. Inmediatamente, Marcel le apuntó con la pistola. Elliot miró a DeGardineau, y lentamente sacó una bolsa y la dejó sobre la mesa.

—Supuse que querríais parte del pago por adelantado.

La sonrisa de DeGardineau se hizo más amplia. 

Aria y el pirata [Nick Robinson]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora