Capítulo XXXVII

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—Una elección difícil —declaró DeGardineau con una risa afectada. Agarró la bolsa, estiró del cordón que la cerraba y dejó caer las monedas sobre la mesa. El oro atrajo la luz de la lámpara, y la habitación se iluminó con un resplandor dorado.

—Cuéntalo. —DeGardineau hizo un gesto a uno de los sucios matones que se estaban poniendo en pie. El hombre se acercó tambaleante hasta la mesa, limpiándose la sangre de la nariz. Su inmensa cara se iluminó al ver el oro. Laboriosamente, comenzó a hacer pilas con las monedas.

—Atad a Robinson a la silla. —El francés señaló con la pistola.

Otro pirata se acercó a Nick y le hizo sentar de un empujón. Le ató los brazos con tanta fuerza que la cuerda se le clavó en la carne. Pero el dolor no era nada comparado con el temor que le producía el cuchillo sobre el cuello de Aria.

Nick hizo un gran esfuerzo para hablar con voz tranquila. Le lanzó una dura mirada al francés.

—Si le hacéis daño, os mataré. Y la verdad es que eso ya os lo debo.

DeGardineau sonrió, y los dientes le brillaron bajo la luz.

—Es una pena que no vayáis a estar vivo para actuar en otra emocionante historia de venganza. — Se acercó a Aria. El corazón de Nick latía con fuerza en su pecho mientras veía cómo el francés le colocaba una sucia mano bajo la barbilla. —Mi tierno corazón siempre se conmueve ante una cara bonita. —Alzó el candil para que la luz bañara a Aria.

Nick vio el rastro de las lágrimas en las pálidas mejillas de la joven, y la angustia en sus verdes ojos al perder el oro que tenía que comprar la vida de Alex. Le dolió el corazón.

—Dejadla.

La atención del francés volvió a dirigirse a Nick.

—Tenéis miedo por ella, ¿no? Deberíais tenerlo. Un bocado tan apetecible no duraría mucho si se la diera a mis hombres.

—No os atreveréis —masculló Nick.

DeGardineau alzó un poco más el candil y pasó un sucio dedo por la mejilla de la joven.

—En eso tenéis razón. Sería una estupidez desaprovechar algo tan bonito. —Volvió a mirar a Nick, aunque permaneció junto a Aria. —Pero de vos... de vos puedo prescindir.

—Y vos, señor, sois un cobarde —le espetó Aria, apartándose.

La sonrisa del francés desapareció. Agarró a Aria por el cabello, le tiró la cabeza hacia atrás y se inclinó hasta que tuvo el rostro a escasos centímetros del de ella.

—No soy un cobarde, mademoiselle. Haréis bien en recordarlo.

Nick lanzó una mirada asesina al francés.

—Ya tenéis vuestro dinero. Marchaos.

—Siempre al mando, ¿no es así? —dijo el francés, volviéndose hacia Nick. —Siempre diciendo a los demás lo que tienen que hacer. Os parecéis mucho a vuestro padre.

—No habléis de mi padre. Ya habéis hablado mucho más de lo que os correspondía.

—Ah, sí. La investigación. Entonces tuve mucho que decir, ¿verdad?

—Y todo falso.

—No todo. Era un buen capitán. Un poco ingenuo, pero un buen capitán a pesar de todo.

—Era un buen hombre, un capitán intrépido que nunca habría dado la espalda a las colonias.

DeGardineau se encogió de hombros.

Aria y el pirata [Nick Robinson]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora