Una hora después, Nick miró hacia el cielo. Habían tenido suerte y la tormenta no se había desatado sobre ellos. Al menos por el momento. Pero el cielo iba a peor, ennegreciéndose como la tinta y con una luz extraña.
—Llevemos el barco más cerca de la orilla, Smythe —ordenó Nick cuando el segundo subió por la escala hasta el castillo de proa.
—Sí, capitán —respondió Smythe inmediatamente dando órdenes sin parar.
Nick contempló los altos mástiles y dio gracias a las estrellas de que la lluvia no hubiera comenzado. Habría complicado mucho las cosas. Dos de las velas mayores habían sido arriadas.
Una estaba hecha añico y tendrían que cambiarla. La otra sólo tenía varios desgarrones por donde la había atravesado la bala de cañón; se podía arreglar. El martilleo y los crujidos de las jarcias ser reparadas llenaban el aire. Los hombres se afanaban en sus tareas, llamándose unos a otros con voces despreocupadas. Al parecer, ya se había corrido la voz de que Lucas se recuperaría.
—¿Capitán?
Nick se volvió y se encontró a Smythe a su lado.
—¿Sí?
—Marcus ha dicho que hay dos prisioneros que pueden hablar. ¿Deseas hablar con ellos antes de que los encerremos en la bodega?
—Sí, claro. —Nick siguió al segundo de a bordo hasta donde dos hombres estaban atados espalda contra espalda. Se les veía harapientos y demacrados; resultaba evidente que trabajaban mucho y comían poco. Uno de ellos, el más osado de los dos, tenía una desagradable cicatriz que le recorría el rostro: le cortaba en dos una ceja y acababa en un bulto de piel retorcida en la barbilla.
Nick miró al hombre a los ojos.
—¿Quién eres?
Ninguno de los prisioneros dijo una palabra. Nick soltó una maldición impaciente.
—O me contestáis o daréis un paseo por las aguas.
El más pequeño de los dos hombres se removió inquieto, mirando hacia el mar, que se retorcía como una serpiente viva. Pasado un instante, le devolvió la mirada a Nick.
—No hay nada que decir.
—¿Seguro? —Nick miró a los hombres, intentando aclarar sus ideas. —¿Sabéis quién soy?
El más corpulento sonrió ampliamente.
—Nickolas Robinson, hijo de un cobarde traidor. —Escupió, y el gargajo cayó entre las botas de Nick.
Nick tuvo que reunir todas sus fuerzas para contenerse. De hecho, sólo dos cosas le detenían: el que los hombres estuviesen atados y el saber que una reacción, fuera del tipo que fuera, haría que el comentario se considerara cierto.
—Estúpido idiota —consiguió decir un momento después. —Ni siquiera ensuciaría la cubierta de mi buque con tu sangre.
El hombre más delgado tragó saliva haciendo tanto ruido que parecía estar bebiendo.
—Ha... habéis luchado bien —dijo.
—El Princesa de los Mares ha librado muchas batallas navales. —Cruzó los brazos y se balanceó sobre los talones, dejando que el vaivén del barco le llevase. —Pero en todas las batallas en las que he estado, nunca he visto a un navío pirata perder el tiempo con un buque claramente vacío. ¿Por qué atacasteis?
La boca del grandote se cerró a cal y canto y miró hacia el frente, pero el otro prisionero parecía más inquieto. nick centró sus esfuerzos en él.
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Aria y el pirata [Nick Robinson]
RomansaHubo un tiempo en que por amor se emprendían aventuras: El momento de las heroínas de corazón joven, que se enamoran por primera vez con ilusión y valentía, persiguiendo la felicidad en emocionantes historias.