—Aria —dijo Nick en voz baja.
Aria intentó hablar, explicarle todos los pensamientos que se agolpaban en su interior y que le causaban tanto dolor, pero las palabras no le salían. Sin decir nada, él la rodeó con los brazos y la atrajo hacia sí. La calidez de su cuerpo traspasaba la delgada camisa de lino, y ella se sintió rodeada por su fuerza y su magnífico olor.
Aria suspiró, apoyando la cabeza en el hombro de Nick. El viento de la noche la azotaba, pero no lo notaba. Nick podía no quererla de la forma que ella lo deseaba, pero al menos estaban juntos. La idea no la hizo sentirse mejor.
—Nick, ¿qué vamos a hacer con Alex? —preguntó finalmente. —No tenemos el oro.
—Silencio —la acalló Nick. Acarició el cabello de la joven con la barbilla. —Encontraremos un modo, Aria. Dame un poco de tiempo.
—Puede que sólo tengamos hasta mañana.
—Eso es todo lo que necesito. —Le inclinó el rostro para poder mirarla a los ojos. —¿Confías en mí, Aria?
Nick esperó... dudando. Aria no había hecho ningún comentario respecto a su pasado de pirata, y se preguntaba si pensaría en ello. Podía ver la pregunta en sus ojos. Pero ¿por qué debía importarle lo que Nick hubiera sido en el pasado? No era más que el amigo de su hermano. Eso era todo.
La verdad era dura, pero Nick estaba acostumbrado a ella. Permaneció con los brazos alrededor de Aria. Ella lo miró con los ojos muy abiertos y las pestañas húmedas por las lágrimas.
—Claro que confío en ti —afirmó.
—Eso es todo lo que pido. Mañana regresaremos al Gallo Rojo. Todavía estarán esperando el pago. Quizá podamos ver, al menos, si Alex está vivo.
—Pero...
—Deja que me ocupe del dinero. Tú estate lista por la mañana. Aria, puede ser arriesgado.
—Ya lo sé. Pero Alex se lo merece.
Y ella también. Nick dio un paso atrás, con mil ideas en la cabeza. No iba a abandonar a Alex.
—Es hora de que te vayas a dormir, Aria. Mañana tenemos mucho que hacer.
Ella asintió con la cabeza, sin estar del todo convencida. Llamó a George en voz baja y, cuando el perro no respondió, lo agarró por el collar y lo arrastró hacia la bodega. Nick los observó marchar, mientras le daba vueltas a la cabeza. Había una manera de conseguir el dinero rápidamente. Era arriesgado, pero era lo único que podía hacer.
Se dirigió al puente, donde estaba el hombre que hacía la guardia nocturna.
—Poole —dijo en un susurro. —Voy a bajar a tierra.
Nick llamó a Smythe en cuanto los primeros rayos de luz bordearon el horizonte. Tardó menos de dos minutos en entregarle la nota al segundo de a bordo y explicarle su misión.
—No puedes hablar en serio, capitán. —Smythe se puso pálido. —El Princesa de los Mares es todo lo que tenemos.
—Ya lo sé —repuso Nick. Había dormido muy poco durante la noche, después de regresar. Mientras estaba tumbado en la oscuridad, oyendo cómo el reloj junto a su litera contaba los segundos, se había dado cuenta de sus limitadas opciones. Pero no tenía más alternativa, si quería ayudar a Aria y a Alex. —Hazlo.
Smythe sacudió la cabeza y las papadas le bailotearon.
—Pero capitán, y si...
—Hazlo, Smythe.
El segundo de a bordo se quedó donde estaba.
—Seguro que debe de haber otra manera de conseguir el dinero.
—¿Por ejemplo? —Nick vio la preocupada mirada de su segundo e intentó sonreír. —Esto me gusta tan poco como a ti, pero no tenemos elección. Entrégale la nota al señor Jenkins. Su casa está en Willow Lane, junto al malecón. El te dará algo a cambio para que me lo traigas.
El segundo se frotó el cuello y suspiró.
—Sí. Sí, capitán. Si estás seguro de que eso es lo que quieres.
—No tengo ninguna duda. —Nick se suavizó un poco al ver la alicaída expresión del rostro de su segundo. —No te preocupes, Smythe. Todo irá bien. Tráeme el paquete del señor Jenkins al Gallo Rojo.
—Sí, pero no me fío de ningún prestamista, y menos de uno que hace que le pongas el barco a su nombre para garantizar el préstamo.
—No tengo ninguna intención de confiar en la bondad del señor Jenkins. Pagaré la deuda. No perderemos el barco. Tienes mi palabra.
—¡Sí, sí, capitán! Si tú lo dices, entonces así será.
Nick se pasó la mano por el rostro. Le resultaba difícil arriesgar el Princesa de los Mares, sobre todo cuando por fin era totalmente suyo.
Pero lo que iba a ocurrir aquel día era más importante que un simple barco. Recordó la cara de Aria la noche anterior, lo abatida que parecía, y se sintió afligido. Rogó que Alex estuviera vivo y sano.
Cuidadosamente, Smythe se metió la nota en la manga de la camisa.
—Sabes, es un robo dar sólo cincuenta monedas de oro teniendo un barco como éste de garantía. Es una miseria comparado con lo que vale.
—Sólo me alegro de no tener que devolver más cantidad.
Llamaron a la puerta. Sin esperar una respuesta, Lucas metió la cabeza en el camarote.
—¡Hay un mensaje para vos, capitán! Viene del Gallo Rojo. —Le entregó un sucio trozo de papel.
Nick lo leyó. Cuando hubo acabado, dejó la nota sobre la mesa. El papel, sucio y rasgado, no tenía firma, y la basta escritura se asemejaba más a un garabato que a otra cosa. Nick frunció el ceño. En cuanto vio a DeGardineau y descubrió que tenía algún tipo de relación con el tío de Aria, Nick se había preguntado si habrían encontrado a los raptores de Alex.
Toqueteó el borde del papel. Pero DeGardineau ya tenía el dinero. Entonces, ¿quién tenía prisionero a Alex?
Nick miró a Smythe.
—Tienes menos de una hora para traerme ese oro.
—Estaré de vuelta en nada —repuso Smythe asintiendo presuroso. —Ya verás como sí. —Saludó elegantemente y se fue hacia la puerta.
Nick lo contempló partir y luego llamó a Lucas. El grumete entró casi inmediatamente.
—Ve a buscar a la señorita Markham. Dile que ha llegado la hora.
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Aria y el pirata [Nick Robinson]
Любовные романыHubo un tiempo en que por amor se emprendían aventuras: El momento de las heroínas de corazón joven, que se enamoran por primera vez con ilusión y valentía, persiguiendo la felicidad en emocionantes historias.