Capítulo XLI

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—Espero que Alex esté bien —dijo Aria por decimocuarta vez mientras recorrían las bulliciosas calles hacia el Gallo Rojo. Tenía los ojos sombríos de preocupación.

—Estoy seguro de que lo está —repuso Nick con dulzura. Miró calle abajo. ¿Dónde estaba Smythe? Ya debería haber regresado.

Aria asintió con la cabeza, con movimientos bruscos e inciertos. Estaba enferma de inquietud y Nick deseó con todo su corazón poder calmar sus temores. Por esa razón le había dejado que trajera a George. El adorable chucho avanzaba tras ellos, olfateando el aire como si buscase el mejor local para su almuerzo.

Aria se retorció las manos.

—Si tuviéramos más tiempo, podríamos enviar una carta a nuestro banquero de Boston y pedirle que enviara el oro con un correo especial. —Volvió un rostro ansioso hacia Nick. —¿Crees que podremos convencer a esos hombres para que esperen dos o tres semanas más?

Nick no creía que los hombres fueran a esperar más. Tenían mucho que perder si los atrapaban, y cada retraso aumentaba las posibilidades de ser encontrados.

—Podrían pensar que es una trampa —dijo delicadamente al ver el compungido rostro de la chica. —Pero no te preocupes, no permitiré que nada le pase a Alex.

Y así era. Aunque ello significase perder el Princesa de los Mares. Habría otros barcos, decidió Nick. Una flota entera. Lo único que tenía que hacer era trabajar dura y pacientemente.

—Si Alex no está bien... —Cerró los ojos durante un segundo y luego los volvió abrir. —Si Alex no está bien, me quedaré sola. Nick, él es todo lo que tengo. —Le tembló la voz, y Nick la rodeó con un brazo y la estrechó contra sí.

—No, no es todo lo que tienes. Pase lo que pase, me tienes a mí. Y te permitiré que uses a mi madre —le dijo sonriente, pensado en cuánto le gustaría a su madre tener una hija a la que adorar.

Aria se detuvo y lo miró.

—Gracias.

—De nada. Pero no te sorprendas si mi madre decide que necesitas engordar. Piensa eso de cualquiera que pese menos que un caballo.

Nick consiguió arrancarle una risita, y respiró aliviado. Pasara lo que pasase, él y Aria tenían que estar alerta y preparados, lo que era imposible si sólo pensaban en Alex. Llegaron al Gallo Rojo con un poco de antelación. Nick dobló los dedos para sentir el peso del saquito de balas que se había atado a la palma. Si su plan fallaba, al menos tendría la satisfacción de saber que sus puñetazos serían algo más potentes.

Aria se alisó la falda y luego miró a Nick con una sonrisa ligeramente temblorosa. 

—Es la hora. ¿Estás listo?

No, no lo estaba. Miró la calle que habían recorrido.

—Vamos, Smythe —murmuró. ¿Por qué demonios tardaba tanto?

No se podían permitir llegar tarde; los raptores lo habían dejado muy claro en su carta.

Controlando su impaciencia, Nick abrió la puerta e indicó a Aria que entrara.

El interior de la taberna estaba oscuro pero, gradualmente, los ojos se les fueron acostumbrando a la escasa luz. Sólo había un hombre en la sala.

Era delgado como un cadáver y estaba apoyado en una escoba. Su suspicaz mirada los recorrió de arriba abajo, luego se fue más allá de ellos y encontró a George.

—¡Eh! ¡No pueden entrar animales!

—No es un animal —dijo Nick rápidamente. —Es un... un amuleto de la suerte. 

Aria y el pirata [Nick Robinson]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora