Capítulo XLIV

218 23 1
                                    

—¿Qué queréis? —le espetó Aria. —No tenemos más oro.

DeGardineau entró en la habitación; la pistola apuntaba directamente a Aria. La joven empezó a protestar, pero Alex le apretó el hombro como advertencia.

Los dientes del pirata destellaron.

—Bueno, bueno. ¿No es un grupito enternecedor?

Un escalofrío recorrió a Aria al oír su cruel voz. George, sintiendo la tensión en el aire, se apoyó en las piernas de la chica y le lanzó una mirada interrogante.

Arriba, resonó el ruido de una puerta al abrirse, acompañado de pasos apresurados. Segundos más tarde, Crawford bajó, seguido de Lila. Los dos vestían ropas de viaje y llevaban varios sacos raídos. Se detuvieron de golpe al ver a DeGardineau.

Crawford tragó saliva ruidosamente.

—Se... señor DeGardineau. ¿Cuándo ha...? No sabíamos que ibais a venir.

El francés no parecía nada complacido.

—Eso es obvio. ¿Vais a alguna parte?

—¡Ah, no! No, claro que no —contestó el hombre, mirando hacia la puerta como si estuviera sopesando la posibilidad de salir corriendo.

—Excelente —dijo DeGardineau. —Porque no me gustaría pensar que estás intentando timarme.

—Nunca haría una cosa así. —El rostro de Crawford se encendió.

Lila asintió con la cabeza. 

—¡Por Dios, no! Sólo estábamos sacando algunas cosas para... venderlas. Ropa vieja y cosas así.

DeGardineau los miró con desprecio.

—¡No agotéis mi paciencia más de lo que ya lo habéis hecho! Se os dijo que echarais a esos dos en cuanto aparecieran. Y que bajo ninguna circunstancia teníais que perder de vista a Alex Markham. Es una suerte que haya llegado cuando lo he hecho.

—Esperad un momento —dijo Aria. Empezaba a ver la verdad. —¿Vos planeasteis el rapto?

—Yo mismo —respondió el francés haciendo una reverencia.

—Pero pensaba que mi tío Elliot... —Aria cerró la boca de golpe.

—Vuestro tío no es en absoluto inocente.

—No ha hecho tanto como vos. Vos, señor, sois despreciable.

—A veces. Pero no tan despreciable como monsieur Crawford y su palomita, que no saben cumplir una simple orden. Y encima, para empeorar las cosas, intentan engañarme.

—¡Yo nunca haría algo así! —repuso Lila, con una vocecita chillona. —Yo no tengo nada que ver con esto. Ha sido idea de Crawford. Me hizo que...

—Cállate, vaca estúpida —le espetó el pirata, lanzándole una mirada irritada.

Lila se puso muy colorada, pero no dijo nada más.

—En cuanto a ti —gruñó DeGardineau dirigiéndose a Crawford, —explícame por qué has permitido que se escape la gallina de los huevos de oro.

—Dijisteis que no tenían el dinero y que teníamos que echarlos después de que vieran que el señor Markham respiraba. Pero tenían el dinero, así que...

—¿Tenían oro? —DeGardineau lanzó una fría mirada a Nick. —¿Dónde lo conseguiste?

Nick no contestó. Aria frunció el ceño. ¿De dónde habría sacado Nick el oro?

—Ah —exclamó DeGardineau, alzando las cejas. —Habéis dejado el Princesa de los Mares como prenda para un préstamo, ¿no? Una jugada arriesgada, muchacho. Y muy, muy tonta.

Aria no podía creer lo que oía.

—¿Nick? ¿Has hecho eso? ¿Has arriesgado tu barco?

—No es ningún riesgo. Lo pagaré de golpe cuando haga el siguiente transporte.

—No deberías haber corrido ese riesgo —gruñó Alex. Se tambaleó un poco, pero consiguió sonreír cálidamente. —Pero gracias.

Nick se encogió de hombros.

—Era lo mínimo que podía hacer. Confiaste en mí cuando nadie más lo hacía.

—¡Qué devoción! —se burló DeGardineau. Luego le lanzó una fría mirada a Crawford. —Dámelo.

—Claro. —El hombre empezó a rebuscar por los bolsillos. —Aquí está el oro. Os lo iba a llevar en cuanto...

—Ahórrame tus mentiras —interrumpió DeGardineau, metiéndose la bolsa de oro en el bolsillo. Hizo un gesto indicando las escaleras. —¿Por qué tú y tu encantadora Lila no volvéis a vuestros aposentos mientras me encargo de este asunto? Ya hablaremos dentro de un momento. 

Crawford se apresuró a recoger los sacos.

—¡Vamos, Lila! Esperaremos arriba a que el señor DeGardineau acabe sus negocios. —Le lanzó a Nick una mirada de disculpa, pero era evidente que estaba demasiado asustado para pensar en ayudarles.

Lila recogió los sacos, aunque farfulló en alto algo sobre recibir siempre órdenes. Crawford no le dio tiempo de decir mucho, porque la agarró del brazo y la empujó escaleras arriba.

Aria respiró profundamente, sujetando mejor a Alex. Notaba el furioso latido del pulso de su hermano, y se dio cuenta de que estaba más débil de lo que había pensado. Le costaba permanecer en pie y sería incapaz de salir corriendo para ponerse a salvo. No hasta que se le fuera pasando el efecto de la droga que le habían dado.

Aria miró a Nick. Él le devolvió la mirada y ella se percató de que habían llegado a la misma conclusión. Necesitaban tiempo.

—DeGardineau —dijo Aria. —No entiendo lo del rapto. ¿Qué tiene que ver mi tío con todo esto?

El pirata apretó los labios. Su mirada se dirigió a la puerta abierta que llevaba al callejón.

—Quizá se lo podríais preguntar a él mismo.

Aria se volvió. Allí, en el umbral, estaba su tío Elliot. Pulcramente vestido, como siempre, con el pelo cuidadosamente peinado y las botas brillantes. Tenía un aspecto respetable y honorable, pero había una expresión dura en su rostro que Aria nunca había visto.

—¿Tío Elliot?

—Decídselo, monsieur Markham. —La sonrisa del pirata se hizo más amplia. —Explicadles cuál es vuestro papel en todo esto. 

Aria y el pirata [Nick Robinson]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora